Un duende con sentido del humor
Siempre digo que, aunque no me considero un tipo suertudo, creo que al menos en algunas cosas la vida ha sido condescendiente conmigo. Considero que una de estas bondades ha sido la posibilidad de haber conocido a algunas personas, no personalidades, sino a buenas personas, grandes genios, dotados de una extrema sencillez y profunda sabiduría intelectual y espiritual… ah, y con un exquisito y fino sentido del humor, para más no pedir.
No comenzaré a decir nombres, porque hoy solo hablaré de uno de ellos: Luis Sexto Sánchez. Sí, el periodista y profesor de muchas generaciones. Premio Nacional de Periodismo José Martí 2009, a quien conocí a principios de este milenio cuando mantenía una columna fija los viernes en el periódico Juventud Rebelde.
Con Luis, en ocasiones compartí la Redacción de JR, y cuentos de humor blanco, verde, negro… un arcoíris de anécdotas intercambiadas en el periódico, en disímiles eventos o en algunos «desvíos de recursos», o como también se le conoce: actividades institucionales, que ya se echan de menos. No me refiero al sentido más bacanal del jolgorio, sino al hecho en sí de sociabilizar, de «cotillear» con colegas, amigos, de comunicarnos como esencia misma de nuestra profesión.
Conversar con Luis Sexto, un poco en broma, un poco en serio, como decía su coterráneo Chaflán, siempre es una clase magistral. Admiro su hablar pausado, su paciencia y sapiencia natural, para nada petulante, y sobre todo su sentido del humor. Muestra fiel de que la buena risa es un atuendo propio de la inteligencia.
Su obra toda, ha estado permeada de ese sentido crítico, mordaz, sarcástico, irónico y audaz… lenguaje del que debían estar acicalados todos los comunicadores, y los que ostentan la condición de laborar en el mejor oficio del mundo, como señalara el escritor y periodista Gabriel García Márquez.
Ya saben que solo daré pistas de mi invitado, que nació en Remedios, actual Villa Clara, en el año 1945. Se inició en el Periodismo en 1972, luego de mil avatares, escuelas, seminarios, trabajos que curtieron el alma y el pensamiento de este buen amigo.
Su impronta y maestría dejaron huellas en toda la prensa cubana, particularmente en el periódico Trabajadores, Bohemia, Juventud Rebelde y en la agencia Prensa Latina.
Ha impartido clases en nuestras universidades y en casas de altos estudios de Latinoamérica. Autor de múltiples volúmenes, con importantes títulos que han contribuido a la formación de periodistas y comunicadores de muchos rincones del planeta.
Es también Luis Sexto un incansable estudioso y conocedor de la obra de José Martí a quien cita cuando de alguna manera quiere resumir en pocas palabras cuál es la misión de un periodista: «Decía Martí que la prensa debía salir cada mañana por la ciudad como un viento duende, levantando caretas». Quizá por eso que señaló el Apóstol, y porque sin dudas nuestro invitado ha llevado el humor a la prensa con inestimable gallardía, me atrevo a decir que mi amigo, Luis Sexto, no es más que un duende con notable sentido del humor.
Bien compañeros…
Por este o por aquel lado se debate sobre el debate. Y la recurrencia de litigios, sobre todo electrónicos, avisa de que tanto como con el trabajo honrado, la justicia social, o la educación rigurosa, la salud política de una sociedad se conserva y se depura también con la discusión.
El debate merece dos calificativos para definir sus ventajas: útil e imprescindible. No todos, sin embargo, estamos convencidos de la urgencia de discutir. Quizá medio siglo levantando la mano y exaltando la unanimidad, también considerada necesaria en circunstancias de resistencia, disminuyó nuestro interés por enjuiciar democráticamente aspectos trascendentes del discurrir ciudadano. Pero ese argumento solo podría integrar parte de una explicación sobre nuestras insuficiencias para confrontar ideas. Como trataré de demostrar, influye otro factor.
Veamos. En torno a un terreno de béisbol abundan las «esquinas calientes». Tanto empuje y razón contienen muchas de las infinitas opiniones y sugerencias de los aficionados, que a veces conducen a rectificar decisiones contraproducentes en la organización beisbolera. Pero admitamos que también en esta discusión deportiva, el manoteo y la algarabía indican incapacidad para litigar razonablemente, con ingenio y argumentos. Carecemos de flema y humor para devolver limpiamente una estocada.
De esos rasgos y recursos enumerados con visión humanista y no sociológica, lo peor es el insulto. Clasifica como una de las pruebas primordiales de que muchos cubanos carecemos del talento para debatir. El insulto suele teledirigirse como nuestro mejor argumento. Porque cuando las ideas o las palabras no nos alcanzan, invalidamos al oponente poniendo ante el ventilador un cartucho de desechos. Y así preferimos vencer por nocaut, aunque con un golpe bajo.
Probablemente, el insulto y la descalificación vengan siendo, pues, como aristas del choteo que Jorge Mañach clarificó hacia los años 20. El choteo, de aparición intermitente, equivale a reír ante lo que no entendemos, y también a descoyuntarnos en protestas ante lo que no aceptamos ni queremos razonar, para emparejarnos insolentemente con quien se nos va arriba en razón o en elocuencia.
Más de una vez he repetido que don Fernando Ortiz, a principios del siglo XX, se refirió a nuestra alergia crítica en un libro titulado Entre cubanos. Esta tipología alérgica se desencadena por causas tan baladíes como que un comentarista, en función de su papel, nos señale un error en lo dicho, lo hecho o lo escrito. Y no solo sofoca o enrojece la piel. A veces esta alergia causa sordera. Y por tanto nos negamos, entre movimientos de cabeza o manotazos al aire, a escuchar la posición del otro. Casi cada uno de nosotros suele creerse partero y portero de la verdad. (...)
Luis Sexto Sánchez
Fragmento de texto publicado en Juventud Rebelde, octubre 2012