De la fantasía grecolatina a los murales «españolistas» y de ahí a la piedra vista. Adiós a la «oscuridad impuesta», en palabras del presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, y puertas abiertas al rigor monocromático. Blanco casi nuclear para borrar las huellas del último siglo en el salón Sant Jordi del Palau de la Generalitat, escenario de gestas especialmente simbólicas como el retorno de Tarradellas a Cataluña en 1976 o la entrega durante años de las Creus de Sant Jordi. Ya en alguna de aquellas ceremonias empezaron a aparecer unas telas negras que opacaban y disimulaban los murales con escenas de la historia de España encargadas por el régimen de Primo de Rivera en 1925, antecedente más o menos directo de lo que ha ocurrido esta semana, cuando la Generalitat ha reinaugurado el salón Sant Jordi sin trazas de, tal y como celebró el presidente catalán, Pere Aragonès, «imperialismo y nacionalcatolicismo español». Camino del almacén, en cilindros especiales hechos a medida, pinturas que reproducen el Compromiso de Caspe, las batallas de Lepanto, el Bruc o las Navas de Tolosa o el recibimiento de los Reyes Católicos a Colón en Barcelona, entre otros episodios destacados de la historia de España. Un relato histórico que la veintena de expertos consultados por la Generalitat para argumentar su retirada calificó de «altamente connotado por contenidos políticos e ideológicos, de carácter integrista, autoritario y antidemocrático». Casi un año y medio ha hecho falta retirar los 24 murales de gran formato y otras 45 obras de menor tamaño, 860 metros cuadrados de pinturas en total, último paso de una historia que se remonta a 1913, cuando Prat de la Riba encargó a Joaquín Torres García la nueva decoración del salón Sant Jordi. La idea, en aquel momento, era ennoblecer el espacio con murales alegóricos que evocasen el espíritu del pueblo catalán, pero el pintor uruguayo sólo tuvo tiempo de terminar cuatro frescos: 'La Cataluña eterna, 'La edad de oro de la humanidad', 'Las artes' y 'Lo temporal no es más que símbolo'. La muerte de Prat de la Riba en 1917 dio al traste con el proyecto y condenó a Torres García al ostracismo: el nuevo presidente de la Mancomunidad de Cataluña, el arquitecto Josep Puig i Cadafalch, canceló el proyecto y tapó los murales ya terminados con telas negras. En 1925, el presidente de la Diputación de Barcelona, Josep M. Milà i Camps, retomó la restauración del salón y encargó a una veintena de artistas locales un conjunto de murales que enfatizasen la españolidad de Cataluña y reforzasen la vinculación de Cataluña en la historia de España. Un «repertorio formal anacrónico y reaccionario», en palabras de la Generalitat que, según el comité de especialistas consultado, exaltaba «los valores guerreros, el orden estamental opuesto al parlamentarismo, la monarquía perenne y sagrada, el estado basado en el catolicismo como controlador social, la lucha contra el islam y un patriotismo bélico e imperial». Las nuevas pinturas se realizaron entre 1926 y 1927 sobre telas sobrepuestas a los frescos de Torres García. En 1932, la Generalitat intentó revertir el proceso, retirar las pinturas y devolver el salón a su estado anterior a la dictadura de Primo de Rivera, pero la Guerra Civil paralizó el proyecto. Años después, en 1952, el Sant Jordi tendría, además de las pinturas 'primoriveristas', un busto de Franco que permaneció en el salón hasta pasadas las elecciones de 1977. Algo antes, entre 1966 y 1971, los frescos de Torres García se extrajeron de las paredes del salón Sant Jordi y se trasladaron a otra sala de la Generalitat que lleva el nombre del artista uruguayo. Desde entonces, pocos movimientos: en 1987 se taparon los textos que ilustraban los pies de las pinturas de 1927; y en 2019 el entonces presidente Quim Torra inició los trámites para su retirada. «Como es conocido, el salón Sant Jordi del Palau de la Generalitat fue 'redecorado' durante la dictadura de Primo de Rivera. Las fabulosas pinturas de Torres García fueron sustituidas por las que actualmente todavía lucen. Un tema, pues, que habrá que resolver», aseguró Torra. La calidad de las pinturas, se dijo entonces, era «nefasta», razón de más para acelerar un proceso que ha culminado finalmente esta semana la reinauguración del espacio. Las obras retiradas, por su parte, se encuentran almacenadas en 47 cilindros en las reservas de la Colección Nacional de la Generalitat. Sólo una, 'La Batalla del Bruc',de Juli Borrell, ha tomado un desvío para pasar antes por el Centro de Restauración de Bienes Muebles de Cataluña, donde se trabaja en la fijación de la capa pictórica.