Apenas han pasado veinte días y ya hay otro Carlos Alcaraz-Novak Djokovic en una final. Un séptimo capítulo en esta rivalidad de extremos con el que todo el mundo se frota las manos. Son el principio del camino y cerca del final, 21 años contra 37, todo por descubrir contra todo descubierto, y confluyen de maravilla para crear siempre el mayor de los espectáculos. Si el martes la Philippe Chatrier acogerá la finales de boxeo, el domingo se verá el aperitivo. Alcaraz y Djokovic no llevan guantes, pero sus raquetas lanzarán derechazos y ganchos con el mismo propósito: tumbar al rival, levantar los brazos, colgarse el oro olímpico. Dos meses después, Djokovic y Musetti volvían a verse las caras en Roland Garros, ahora decorado de azul olímpico. En aquella cita de junio, el serbio venció en un tremendo partido de más de cuatro horas para el que se recuperó a duras penas porque consiguió el triunfo pasadas las tres de la madrugada. En aquella cita de junio, y después contra Francisco Cerúndolo, se quejó de la pista, demasiado resbaladiza, y se fue varias veces al suelo. Ya sabía que la rodilla derecha estaba tocada y se desequilibraba para evitar forzar en esa articulación. Solo un día después de pasar a cuartos, Djokovic se retiraba del torneo y pasaba por el quirófano en la siguiente jornada porque quería estar aquí, en la cita de hoy, para intentar alcanzar un oro que se le ha resistido desde siempre. Pero después de esa recuperación exprés, cuando ya parecía recuperado pues incluso fue a Wimbledon y alcanzó la final ante Carlos Alcaraz, el serbio vuelve a padecer de esa rodilla que lleva tapada desde la operación. «Estoy preocupado», decía en la previa de estas semifinales olímpicas. Pero se ha quitado la preocupación a latigazos en otro choque complicado e igualado con el italiano. Aguantó Djokovic la bravura de Musetti durante una hora de disparos a ver quién podía abrir más la pista, desplazados los dos de ángulo a ángulo en esta Philippe Chatrier enorme que tan pocos han sabido domar. Pero Djokovic ha ganado aquí tres veces y se sabe más trucos que el italiano. También sabe más recursos para desafiar la defensa de cualquier rival. En el undécimo juego, la experiencia, la picaresca, la rabia del serbio, ante el tembleque del italiano, que había conseguido mantener a raya a Djokovic, pero no aguanta la presión y empieza a decidir mal, a golpear a destiempo, un willy que no tocaba, una derecha al pasillo, otro regalo en la red. Y es el break que significa el set. El fin de Musetti, y el de su raqueta, destrozada en el banquillo. Al italiano se le quedaron las fuerzas ahí, en ese destrozo que cometió con sus errores. A pesar de que logró tambalear el empuje del serbio, una rotura nada más empezar el segundo set, a Djokovic ya no se le pasó por la cabeza que esta final olímpica no fuera suya. Se puso la capa de imbatibilidad y, una vez recuperado el break, no dio ninguna opción de que el italiano se despertara. Al contrario, lo volvió loco con su revés afilado a las esquinas y a Musetti se le apagó la chispa, incapaz de articular dos buenos puntos consecutivos, desnortado por la velocidad de pelota del rival. Al resto, y después de que se le escaparan dos opciones de partido, el enésimo error del italiano liberó a Djokovic, que se deslizó por la tierra batida de la Chatrier en busca del cielo. Por el momento, está en la final, pero tiene por delante una montaña enorme que subir: un Carlos Alcaraz con hambre, que anuló a Felix Auger-Aliassime y que, como el serbio, solo tiene el oro en la cabeza. Pero, a diferencia del serbio, con 21 años y en sus primeros Juegos. Para Djokovic empieza a ser urgente hollar la cima olímpica, después del bronce en Pekín y las oportunidades perdidas en Londres 2016, Río 2016 y Tokio 2020, París es quizá su última parada. Después del bronce de Pekín, perdió en semifinales en Londres 2012, en primera ronda en Río 2016, y de nuevo en semifinales en Tokio 2020. Rompe en París 2024 el maleficio de la penúltima ronda, y sabe que tendrá un premio mayor al conseguido en la cita china. Pero tendrá que aplicarse de lo lindo el domingo ante un Alcaraz que se ha puesto las mejores galas camino del oro. Que ya tiene pensado hasta el tatuaje que se hará si culmina con éxito un torneo que le tiene muchas ganas. Solo Rafa Nadal (2008) y Steffi Graf (1988) lograron ganar Roland Garros, Wimbledon y el oro olímpico. Está a un paso, y no es Alcaraz alguien que se deje las cosas para mañana si las puede ganar hoy.