Concierto de María Luisa Cantos en El Escorial: "Un piano pictórico y colorista"
La figura de María Luisa Cantos (1943) es conocida desde hace lustros por su trayectoria como pianista de talla, recreadora de lo más granado del repertorio español, y por servir, desde presupuestos muy personales, parte de la literatura romántica y, de manera muy especial, ciertas vetas fundamentales del impresionismo francés.
Su toque preciso, su variado apoyo a la tecla, en la línea de una Rosa Sabater o Alicia de Larrocha, cada una con su estilo, su respeto por los valores de una tradición, su libre forma de cantar la colocan en la vanguardia de los pianistas españoles más creativos del último tercio del siglo XX y primeros años del XXI.
Residente en Suiza desde hace más de cuatro décadas, tuvo en su día, tras organizar algunos cursos de interpretación de música hispana, prácticamente desconocida en aquel país, la feliz idea de crear la Fundación de Música Española Suiza. Desde allí ha impartido su saber y sus dotes organizativas. En los últimos años se la ha visto poco por Madrid: actuaciones ya hace tiempo en la Residencia de Estudiantes, en la Real Academia de Bellas Artes con motivo de la publicación de sus frondosas Memorias… Por eso nos ha alegrado reencontrarla en el Festival escurialense. Y en perfecto estado de forma.
Sus concepciones, muy meditadas, su pulsación, ágil y bien regulada, su sonido, lleno y variado de color, en correspondencia con un manejo de pedal imaginativo, logran un fraseo expresivo y bien engarzado. Su pianismo podríamos calificarlo de pictórico, de tintas matizadas, dibujo nítido y sorprendentes relieves. Algo que ya pudimos apreciar en las dos "Sonatas" del Padre Soler. Luego se nos ofreció una refinada reproducción de la poética "Arabesque op. 18" de Schumann, fraseada con delectación.
"El Albaicín", primera pieza del tercer cuaderno de la Iberia de Albéniz, fue tocada, como se pide, con el adecuado aire de las bulerías. Muy justo respeto a las indicaciones de color, timbre y dinámica en busca de los ansiados efectos espaciales. Perfecta fusión así entre ritmo y melodía, que, como señalaba Blanche Selva, "no suelta nunca al pianista". Estupendo contraste con la dinámica y evocadora "Alborada del gracioso" de Ravel, bien subrayados los efectos que podríamos considerar caricaturescos. Buena reproducción de los peligrosos "glisandi" y de los múltiples adornos y servicio escrupuloso al constante ritmo ternario.
El toque delicado, el tono íntimo de la "Canción y Danza nº 4" de Mompou tuvo el espectro sonoro y la refinada economía de medios del compositor y los "Valses poéticos" de Granados, con su regusto chopiniano y su gracia evanescente nos llegaron en una interpretación acuarelística y lírica, como debe ser. La plenitud de María Luisa Cantos se reveló y se concretó finalmente en una limpia y rotunda recreación del "Allegro de concierto" del mismo compositor. Ovaciones de un público caluroso (y acalorado) que casi llenaba la sala y dos breves propinas.