¡Por fin, Puigdemont!
Independentistas y españolistas, izquierda y derecha, jueces y periodistas, ciudadanos en general y hasta el propio Puigdemont, todos celebraremos su regreso, sabedores de que no es posible pasar página al procés sin resolver la situación del ex president
¡Por fin, Puigdemont! Si el ex president catalán cumple su promesa de acudir al debate de investidura, un mismo grito recorrerá España este jueves a la hora en que asome por el Parlament: ¡Por fin, Puigdemont! Será como gritar un “gol” en un mundial, todos a una, se oirá en calles y playas: ¡Por fin, Puigdemont!
Lo gritará, en primer lugar, esa parte del independentismo (mayoritaria, vistos los resultados de las catalanas) que todavía lo tiene como líder y que lleva casi siete años aguardando su regreso triunfal cual rey Sebastián largamente esperado y deseado, el único capaz de mantener vivo el sueño independentista, el único digno del título de president. ¡Por fin, Puigdemont!
Lo gritará también la otra parte del independentismo, la de ERC, para quien Puigdemont es una china en el zapato, un permanente dedo en el ojo, el niño en el bautizo, el muerto en el entierro y el president en la investidura. Su vuelta a España y su previsible paso por prisión, aun a riesgo de incrementar su capital político desde el victimismo, desactivará su capacidad de enredar desde el exterior. No impedirá que ERC cumpla su acuerdo con el PSOE, solo lo aplazará unos días, y luego unos y otros podrán mirar hacia delante. ¡Por fin, Puigdemont!
Lo gritará por supuesto el PSOE, el PSC, Sánchez, Illa. El ex president ha condicionado la política española del último lustro, y sobre todo el último año, tanto el arranque de la legislatura como la investidura catalana. Regresado a Barcelona, aún puede agitar lo suyo y poner un alto precio a los escaños de Junts en el Congreso, pero algo de alivio encontrarán los socialistas entre tanto sinsabor, y Sánchez podrá seguir escribiendo su relato de la normalización política de Catalunya. ¡Por fin, Puigdemont!
Ah, la derecha, también la derecha española lo gritará con ganas. Siete años fantaseando con su captura y su entrada en prisión, siete años esperando esa foto, siete años canturreando “Puigdemont, te vamos a meter en prisión”. Dirigentes políticos, directores de periódico, columnistas, tertulianos, todos esperando este momento. Por muy breve que sea su paso por la cárcel, nadie les quitará el gustazo de verlo en un coche policial, o la previsible foto en la celda o el patio que seguramente se filtrará. Que parezca, aunque sea un ratito, que sí, que lo hemos atrapado, que lo hemos encarcelado, que el golpismo y el terrorismo no salen gratis… ¡Por fin, Puigdemont!
Entre ellos, se oirá con especial ardor el grito de varios jueces, aquellos que desde la Audiencia Nacional, el Supremo o un juzgado de Barcelona, llevan años retorciendo el Código Penal, emitiendo órdenes de detención europeas, viendo como Europa les pone la cara colorá, contraprogramando la ley de amnistía, sin lograr enchironarlo hasta ahora. Aunque sean unas pocas semanas, podrán descansar con el ex president entre rejas. ¡Por fin, Puigdemont!
El mismo Puigdemont cantará su propio gol, él también harto de sí mismo, de las exigencias de mantener el personaje a la altura de las expectativas creadas, y por supuesto harto de vivir lejos de casa, que aunque no haya pisado hasta ahora una cárcel, los siete años expatriado no se los devuelve nadie. Ahora que su estrella se apagaba, regresar, con el añadido heroico (para los suyos) de ser detenido, es una oportunidad de reconstruirse políticamente. ¡Por fin, Puigdemont!
Y los ciudadanos, claro. También nosotros, catalanes y no catalanes, independentistas, españolistas y ajenos al conflicto, todos cansados de ver y oír a los de los párrafos anteriores, y todos conscientes de que, agotado el procés, no es posible pasar página sin resolver la situación de Puigdemont, el último fleco una vez reconducido políticamente el conflicto, aprobada la ley de amnistía y con el relevo en la Generalitat. Su regreso no cierra el conflicto, que sigue vivo y pendiente de soluciones políticas; pero sí finiquita el capítulo procesista. Así que venga, gritad conmigo: ¡Por fin, Puigdemont!