LAS reacciones contra el turismo masivo son cada vez más frecuentes y desagradables. Porque turistas somos todos. Aunque nos distingamos del resto del embarque creyéndonos viajeros ilustrados, ajenos y lejanos a la ola guiri que nos iguala. La masificación, la popularización del turismo, ha obrado el milagro, ayudado por esa mano amiga llamada vuelos de low cost. Todos viajamos y todos hacemos lo que un turista suele hacer cada vez que deja su casa: ocupar un lugar en un espacio que no es suyo, tensionar los límites de su capacidad, llenarse de admiración la boca viendo Pompeya y dejar dinero, mucho dinero, para que la ciudad visitada alimente a la economía que la mueve. Esto no pasaba hace cuarenta años....
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