Los hermanos Zarandona, futbolistas y «embajadores» de Guinea Ecuatorial en España
Benjamín Zarandona (Valladolid, 1976) era un futbolista que llamaba la atención por su físico y por su potente disparo. Un jugador criado en la cantera del Real Valladolid que llegó a disputar un Europeo sub’20 con la selección española y debutó después con la selección sub’21. Llegó incluso a estar preseleccionado por Javier Clemente para el Mundial’98, pero fue uno de los tres descartes junto a Celades y Roberto Ríos.
Aquella decisión de Clemente de no convocarlo para el Mundial de Francia le acabó cambiando la vida, aunque él entonces no lo sabía. Años después la FIFA permitió que un jugador cambiara de selección si no había llegado a debutar en partido oficial con la absoluta de turno. Nunca más volvió a recibir la llamada de la selección española, pero sí pudo vestir la camiseta de Guinea Ecuatorial, el país de su madre.
Benjamín, a pesar de que llegó tarde a la selección ecuatoguineana, pudo jugar ocho partidos, entre ellos varios de clasificación para la Copa de África y para el Mundial. Con la selección dejó una imagen para el recuerdo, el día que sufrió un desfallecimiento durante un partido contra Ruanda a causa del calor. «Creía que me moría», llegó a decir. Pero eso es solo una anécdota en el paso de Benjamín por Guinea.
Antes que él, debutó con la selección Iván, su hermano pequeño. Formado, como Benjamín, en las categorías inferiores del Real Valladolid, Iván Zarandona pasó por multitud de equipos españoles, entre ellos el Rayo Vallecano, el Leganés, el Lugo y el Burgos. Su carrera como internacional fue más extensa, disputó 31 partidos y él sí llegó a disputar una Copa de África.
A Benjamín e Iván les llevó a jugar con la selección de Guinea Ecuatorial el apellido Esono, el de su madre. Su padre era un vasco de Portugalete al que le tocó hacer la mili en Guinea cuando aún era colonia española. Allí se enamoró de la madre de los dos futbolistas y se quedó en el país hasta que, juntos, decidieron mudarse a España e instalarse en Valladolid.
A Benjamín le sucedió algo parecido a lo de su padre. Llegó a Guinea por la llamada del fútbol y se quedó por todo lo demás. Incluso comparte su vida entre Guinea Ecuatorial y España. Benjamín se ha preocupado de fortalecer el fútbol base del país africano y durante muchos años ha organizado un campus al que acudían 300 chavales en el colegio Salesianos de Bata. Y también ha colaborado con el orfanato de Malabo para que los niños encuentren un lugar en el fútbol y el país tenga una cantera que hasta hace no tanto no tenía.
Ahora no es raro ver a Guinea Ecuatorial en las fases finales de la Copa de África y parte de la responsabilidad es de los hermanos Zarandona y de otros «españoles» que decidieron representar futbolísticamente al país de sus ancestros.
Benjamín se ha ocupado no solo de dejar sus enseñanzas futbolísticas en el país. Se ha encargado también de que los niños dispongan del material necesario. En su campus colaboraba la Fundación del Real Betis y por eso no era extraño ver a niños ecuatoguineanos con la camiseta del equipo verdiblanco. También ha colaborado con el Valladolid y ha llenado Guinea de camisetas blanquivioletas. Incluso ha llevado césped artificial hasta Guinea para mejorar el estado de los campos donde se forma el futuro del fútbol del país.
Pero hay más. Benjamín se enamoró de Guinea cuando llegó para defender la camiseta de la selección. No solo por el recibimiento y el cariño que le mostraron los aficionados. Le sorprendió el conocimiento que tenían de la Liga española. Pero no es eso. «Es un paraíso», ha dicho alguna vez, convencido de que sus playas no tienen nada que envidiar a algunas de las más famosas del mundo. La naturaleza ecuatoguineana le cautivó de la misma manera que el carácter de la gente o la comida, dos valores añadidos al paisaje de Guinea.
Benjamín solo jugó unos pocos partidos con la selección, pero su labor ha ido mucho más allá y se ha prolongado durante años hasta convertirse, probablemente, en el mejor embajador de Guinea Ecuatorial en el mundo. Todo gracias a que Javier Clemente no lo llevó al Mundial’98.