El Cusco y las relaciones internacionales del Perú, por Manuel Rodríguez Cuadros
En su glosario de voces indígenas a Los comentarios reales, Ángel Rosenblat, recoge el significado del vocablo Cozco (sic): “Ombligo en la lengua particular de los Incas. Pusieron los reyes incas por punto o centro del imperio la ciudad del Cozco (sic), que en la lengua particular de los incas debe decir ombligo de la tierra”. El Cusco, centro del mundo o de la tierra, no solo es parte de la mitología y la utopía andina, sino que posee connotaciones más terrenales desde el punto de vista de la etnohistoria y la política, incluida la política internacional.
El Perú antiguo no fue una sociedad política única y homogénea. Constituyó una sociedad internacional particular. Como lo fueron hasta el siglo XV, el mundo europeo, expandido al Oriente Medio y Asia Central; la India y la sociedad internacional particular asiática. Solo a partir del siglo XV, el mundo es universal. Antes existían varios mundos que no tenían conocimiento unos de otros. Cada mundo era un universo. Geografías naturales y humanas finitas.
Una sociedad internacional supone la historicidad de las relaciones humanas y sus instituciones. En las relaciones internacionales, el concepto de Estado ha pasado a utilizarse como sinónimo de unidad política diferenciada. Por ello, Luis Lumbreras habla de los “Estados regionales del intermedio tardío” o Ruth Shady que refiere que entre el 2600 a. C. y el 2300 a. C. se estableció “el gobierno estatal” en Caral-Supe.
La sociedad internacional particular andina empezó a formarse desde hace aproximadamente cinco mil años a partir de la civilización Caral. Su impronta ha sido la de la coexistencia de una pluralidad de centros de ejercicio del poder autónomos (behetrías, reinos, reinos regionales, estados regionales). Un sistema históricamente multipolar. Con dos intentos hegemónicos de pax unipolar. La pax Wari. Y el imperio universal del Tawantinsuyo. Como ha señalado el politólogo español Manuel Medina, “el imperio incaico era, de hecho, más universal que el imperio chino, pues, aunque extendido sobre un área superficial más limitada, abarcaba, realmente, todo el mundo conocido desde el centro del imperio”. Y ese centro imperial fue la ciudad del Cusco. El punto físico y espiritual de encuentro entre la utopía andina y la historia.
No se trata, ciertamente, de buscar una relación inasible entre una ciudad, como concepto urbano y la política internacional. Más bien, buscar las interacciones y líneas de interpretación respecto del papel y los aportes que en una perspectiva histórica haya podido realizar el pueblo del Cusco, como fuerza social, como comunidad política y como territorio a la evolución de las relaciones internacionales del Perú.
Los soberanos del Cusco, a partir de la mítica victoria contra los chancas que entroniza a Pachacútec, utilizaron el conflicto y la negociación, la guerra y la diplomacia, como los instrumentos esenciales de su expansión panandina. Murúa relata en sus crónicas elementos descriptivos de la guerra, como instrumento de solución de conflictos y expansión religiosa, política y territorial.
“Cuando había de ser pública la guerra, primero lo hacían saber a los capitanes, los cuales tenían a su cargo mucha gente: cada uno de estos tenía por insignia delante de sus campos en la guerra una banderilla con sus armas, por donde se conocía a cada capitán; y cuando salían a batalla llevaban banderas de diferentes colores para que las conociesen; y así cuando iban ordenadas las batallas… El ejército era integrado por toda suerte de gentes, como los collas, puquinas y urus; estos últimos eran reclutados y se les forzaba a servir como soldados…”.
Conforme se fue asentando la expansión imperial, y en el marco de la institución de la reciprocidad, los monarcas del Tawantinsuyo privilegiaron la negociación y la vía pacífica para obtener el sometimiento de otras comunidades políticas. Cieza de León tiene un pasaje que muestra la avanzada pacífica del impulso conquistador de los Incas. Y su manejo de las alianzas:
“Llegado el tiempo salió el Inca, bien acompañado de los suyos, y fue hazia Collasuyu, que es al mediodía de la ciudad del Cozco. Convocaron a los indios, persuadiéndoles con buenas palabras, con el exemplo, a que se sometieran al vasallaje y señorío del Inca y a la adoración del Sol. (…) Los ganaron, y no con pujanza de armas, sino con persuasiones y promesas y demostraciones de lo que prometían…Tuvieron grandes mañas para, sin guerra, hazer de los enemigos amigos”.
Esta descripción de Cieza respecto de las alianzas incaicas, recuerda el Artha Sastra de Cautilya, consejero político del Reino de Chandagrupta en la antigua India, aproximadamente en el 340 a. C., que recomendaba a su soberano que los enemigos de sus enemigos sean tratados como sus amigos.
Los incas, como ha señalado María Rostworowski, “no intentaron anular la existencia de los grandes señoríos o macroetnias, porque los cusqueños se apoyaban en las estructuras locales y regionales para gobernar. Bastaba al inca recibir el reconocimiento de su poder absoluto que le daba acceso a la fuerza de trabajo que necesitaba, además de la designación, en todo el país, de tierras estatales y del culto. A partir de estas exigencias, cada macroetnia conservó sus características regionales”. Era una práctica, en el lenguaje contemporáneo, de solución pacífica de controversias.
Además de las prácticas y técnicas de la guerra y de la negociación diplomática, como cursos de acción de las dinámicas de la cooperación y el conflicto en el Perú antiguo, el Cusco como centro emisor de las decisiones políticas y sede la corte imperial aportó al origen del ceremonial y el protocolo en el Perú. Eduardo Torres, en Corte de virreyes, sitúa el origen de las prácticas del ceremonial y la etiqueta de la República, en las cortes virreinales de los siglos XVI y XII. En realidad, vienen de atrás. De las prácticas cortesanas del reino del Tawantinsuyo. La crónica de Rodríguez de Figueroa testimonia el ceremonial inca. Y Guamán Poma hizo lo propio en torno al ordenamiento del poder que conllevan las precedencias.
Con el advenimiento de la sociedad colonial, producto de las guerras de conquista, el Cusco simbolizó y simboliza el componente originario de una nueva sociedad mestiza y escindida. La injusticia del trato discriminatorio contra la población indígena inspiró, entre otras realidades, a Bartolomé de las Casas a proclamar la doctrina de los derechos naturales. Antecedente de la doctrina de los derechos humanos.
El desarrollo del barroco cusqueño en la pintura, la arquitectura y la música ha devenido desde el siglo XVII en un componente esencial del patrimonio cultural de la nación y del turismo receptivo, como flujo internacional. Es la única ciudad del Perú que posee tres sitios declarados patrimonio cultural o natural de la humanidad (Machu Picchu, la ciudad del Cusco y el Manu). Y por ello y su propia historia es la ventaja competitiva más prominente de la política cultural exterior del Perú. Por la vía de sus componentes históricos, societales y culturales, representa y ha aportado un componente esencial de la identidad nacional peruana.
Y cuando hablamos de la democracia como un valor protegido internacionalmente, debemos recordar las luchas del pueblo cusqueño. De sus trabajadores, empleados y campesinos, para hacer del Perú un país con mayor justicia y cohesión social. Más democrático y libre. En la línea programática de las revoluciones de Pumacahua y los hermanos Angulo, que de haber triunfado hubiesen producido una independencia más mestiza, más igualitaria. Más del nosotros colectivo del Perú.