Moncloa mantiene la ficción de los Presupuestos pero ya asume la prórroga
Cuenta la mitología griega que Sísifo era un rey de Corinto que se granjeó la furia de Zeus, lo que provocó que este lo enviara al infierno. Allí se le castigó para siempre con el empeño absurdo de empujar una roca hasta la cima de una montaña y ver, cómo antes de llegar al destino, rodaba hasta el lugar de la partida. Pedro Sánchez parece inmerso en su propio mito de Sísifo en lo relativo a la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. El Gobierno renunció a su vocación de presentar «en tiempo y forma» las cuentas para el presente año cuando Pere Aragonés anunció el adelanto de las elecciones catalanas. Los trabajos ya se habían iniciado, pero se consideró estéril seguir avanzando en los mismos, inmersos como iban a estar en un clima de contienda electoral en Cataluña, con la certeza de que ni ERC ni Junts –socios imprescindibles y en abierta pugna por la hegemonía independentista– avalarían el proyecto. Entonces, Moncloa concibió los comicios del 12 de mayo como una oportunidad para clarificar el horizonte y poder encarar tras las urnas una legislatura que no acababa de arrancar.
Sin embargo, la sensación de inestabilidad e interinidad no se disipó tras escrutarse los votos. Ni tan siquiera ahora. Todo lo contario. El resultado fue un batacazo para el soberanismo que, por primera vez en una década, perdió la mayoría absoluta, dejando viva la expectativa de que Salvador Illa pudiera gobernar. Desde entonces hasta agosto, las semanas y los meses se encadenaron marcados por las negociaciones para la investidura del candidato del PSC y con un saldo negativo para Junts: Carles Puigdemont era el gran perdedor. Verse relegado del centro de mando en Cataluña hizo que Junts hiciera valer su poder de influencia en Madrid. Los postconvergentes dejaron caer el techo de gasto para 2025 en el Congreso el pasado mes de julio. Los cimientos sobre los que se construyen los Presupuestos para 2025. Aquello fue un aviso, pero el ambiente no ha mejorado.
Con Illa ya investido presidente de la Generalitat, ERC y Junts se adentran en un otoño de congresos orgánicos en el que están por dilucidar no solo los nuevos liderazgos, sino la hoja de ruta política que asumirán las diferentes formaciones. Formaciones clave para la gobernabilidad. En Moncloa han tomado conciencia de que esto aboca a la legislatura a un periodo de parálisis, pero la coyuntura obliga a mantener la ficción. La ficción de proyectar que la parálisis no es en realidad una vía muerta. El Consejo de Ministros reiniciará hoy los trabajos para las cuentas públicas con la aprobación, de nuevo, del techo de gasto que naufragó en el Congreso en julio. El procedimiento obliga a ello y Sánchez quiere trasladar la sensación de que la mayoría no está en riesgo, pese a que él mismo haya contribuido con sus últimas declaraciones públicas a liquidarla.
Lo hizo durante su intervención ante el Comité Federal del PSOE el pasado sábado, en la que se mostró dispuesto a resistir «con o sin apoyo de un poder legislativo que tiene que ser más constructivo y menos restrictivo». Con esta afirmación, de una gravedad supina para quien es presidente de una democracia parlamentaria, Sánchez reconoce que no cuenta con el aval del Parlamento, lo que no será óbice para seguir en el poder. Que el jefe del Ejecutivo busca encastillarse lo demuestran los últimos movimientos en clave interna dentro del partido –con la convocatoria del 41º Congreso federal para hacer cambios en la dirección y en los liderazgos territoriales– y en el Gobierno –reforzando la línea de defensa del Gabinete, situando a Óscar López en la trinchera de la pugna política como ministro–. Sánchez se está pertrechando para afrontar una legislatura incierta y de desgaste.
Fuentes del Gobierno apuntan que la declaración de Sánchez que fulmina la separación de poderes es una reivindicación de independencia. Un mensaje con destino a Waterloo con el que quiere proyectarse inmune a las amenazas de bloqueo de Junts, que la semana pasada en el Senado recordaron que sus siete diputados son el «número mágico» y que sin ellos «game over» (se acabó el juego). De este modo, Sánchez buscaría, señalan en su entorno, trasladar que está dispuesto a seguir aunque no cuente con los números suficientes para ello. En la práctica, esto supone tumbar los Presupuestos.
Si las cuentas no salen adelante, la legislatura quedaría herida de muerte y el líder socialista, consciente de ello –él mismo tiene una nutrida hemeroteca pronunciándose en este sentido cuando era Rajoy quien prorrogaba los Presupuesto– también se anticipó el sábado a quienes ya le critican, también dentro de su partido, por su afán de gobernar contra todo y contra todos. «Quienes piensan que el objetivo es resistir se equivocan. El objetivo es transformar», dijo. Pero incluso en el PSOE se instala la reflexión de que no se puede «gobernar a cualquier precio» y que, si bien nadie quiere ceder el paso a PP y Vox, tampoco se pueden «vender los principios del PSOE» para impedirlo.
Sánchez baraja múltiples escenarios y el que va tomando cuerpo es el de la prórroga presupuestaria. En el Ejecutivo no lo esconden y ya han comenzado a hacer pedagogía, buscando restar dramatismo a una maniobra que se ha hecho en el pasado –obviando las duras críticas que se profirieron entonces– y resolviendo que incluso hay ministerios que trabajarían mejor con unas cuentas prorrogadas, porque les permitiría un mayor margen de maniobra. Esto es lo que está en las previsiones, sin embargo, sobre la mesa del Consejo de Ministros estará hoy la aprobación del techo de gasto para trasladar a la opinión pública y a los socios de la coalición una viabilidad legislativa que no es tal. Sánchez está de viaje oficial en China, pero será la vicepresidenta primera, María Jesús Montero, quien en esta condición presida la reunión del Gabinete y en la de titular de Hacienda comparezca ante los medios de comunicación para tratar de imponer el relato de que todo es posible. Aunque la realidad le contradiga.