Estaba enamorado de Ana, que entonces era su novia y hoy es su mujer y la madre de sus mellizos. Iban a pasar unos días perfectos, solos, haciendo un curso de buceo en Puerto de Mazarrón. El plan era perfecto. Habían hecho la parte teórica en Madrid, y las prácticas serían en el Mediterráneo, con el objetivo de ir al Mar Rojo el año siguiente y poder practicar submarinismo. «Tenía veinte años», recuerda el actor, pianista y podcaster Mario Marzo . Fin de semana de playa con la novia: no hacía falta ni llevarse un libro ni nada. ¿Qué podía salir mal? Pues podía suceder, por ejemplo, que Ana, que además de ser violinista entonces trabajaba también como modelo, recibiera una llamada con una oferta de trabajo urgente que no pudiese rechazar y la obligase a marcharse tres días a Barcelona. Y así es como Mario se quedó, nunca mejor dicho, compuesto y sin novia en Puerto de Mazarrón, Murcia, «una población pequeña, a seis horas de Madrid en coche, y que ahora supongo que ha cambiado, pero entonces no había casi nada». Aquí conviene matizar que, en ese curso de submarinismo, las inmersiones se hacían por parejas, por seguridad: «Yo no podía hacer las clases porque me había quedado solo, y no tenía nada que hacer, no había ni internet ni Netflix ni absolutamente nada, no me había llevado ni un libro, ni había ninguna librería, en la playa hacía frío y solamente podía mirar al horizonte». Entre carcajadas, el actor asegura: «Fueron los peores tres días de mi vida , aburrido como una ostra y sin saber qué hacer, viendo como mis compañeros hacían inmersiones». Al no tener ni coche ni carnet, ni siquiera podía acercarse a Mazarrón, población un poco más grande. «Estaba solo, viendo pasar las horas mientras esperaba a que mi mujer viniese a salvarme», como una Penélope cualquiera. Tuvo que conformarse con «meditación, filosofía y contemplación. Probablemente hoy lo habría disfrutado, y, para empezar, me habría llevado un libro para el viaje. Pero con veinte años, jovencito, fue como una cárcel». El único respiro se lo dieron algunas personas que, al reconocerlo -por aquel entonces ya había aparecido en la serie ' Los protegidos '- tuvieron a bien saludarl. «Se debieron llevar la mejor impresión que se ha llevado nadie al encontrarse a un famoso por la calle, porque estuve hablando con cada uno veinticinco minutos», cuenta. Debieron de pensar: «¡Qué cercano, mira que no tendrá cosas que hacer, y estuvo casi media hora con nosotros». Y él, para sus adentros, «deseando que me invitaran a comer a su casa o me llevaran de fiesta o lo que hiciera falta». «¡Qué vergüenza me da ahora que me acuerdo!», se exclama. Ahora pone a prueba su vergüenza una vez más con un nuevo podcast, 'El vomitorio', que empieza a sonar hoy mismo, a las siete de la tarde. El planteamiento es muy simple: «El contratenor Nacho Castellanos y yo vamos a un concierto y, en cuanto acaba, con esa excitación que tienes en el momento, subimos al escenario cuando el equipo técnico justo empieza a desmontar y el público está todavía en la sala, es una situación muy vergonzosa, y ahí enmedio hablamos de lo que acabamos de vivir». «No es un podcast tranquilo sobre música clásica», advierte, ya que «si acabamos de escuchar la Sexta sinfonía de Mahler , no podemos hablar tan tranquilos, estamos de subidón». El programa sobre la Sinfonía Fantásica de Berlioz , avanza, no es apto para cardíacos: «estábamos demasiado emocionados, y va todo muy rápido». A todo esto, quedaba en el tintero el desenlace del curso: Ana regresó de Barcelona, lo hicieron y regresaron a Madrid con su carnet de buceadores. Desde entonces, no hay fondo marino que se les resista: «A mí el submarinismo es lo que más me gusta de la vida: la paz, el silencio, bajar, la tranquilidad, flotar, a mí me emociona». Le hago notar que acaba de contarme tres días que le resultaron horribles, precisamente, por el silencio y la quietud. «Ya, pero es distinto, es distinto», ríe.