El «safari humano» ruso a la caza de los civiles en Jersón: drones al azar contra transeúntes, coches...
Dos civiles caminan por una soleada calle de Jersón. Saben que la situación puede volverse peligrosa rápidamente. La ciudad sureña ha sido atacada a diario por la artillería y las bombas rusas desde que fue liberada por las fuerzas ucranianas hace casi dos años. Sin embargo, como todos los vecinos de la zona, han aprendido cuándo anticiparse a la amenaza y cómo y dónde esconderse.
El zumbido de un dron que vuela sobre ellos tampoco los asusta. Los dos ejércitos, que ocupan las orillas opuestas del río Dníeper los utilizan todo el tiempo para reconocimiento y otros fines. Los hombres siguen caminando: saben que es mejor no permanecer mucho tiempo por la calle. De repente, un pequeño objeto se desprende del dron. Comienza a caer, lentamente como en un sueño, y parece que va a fallar sus objetivos porque la pareja logra dar varios pasos más. Sin embargo, con una precisión dolorosa, termina justo al lado de uno de ellos.
Se produce una explosión. No se oye ningún sonido, por lo que puede parecer que no ha ocurrido nada terrible. Pero una persona cae de inmediato, se retuerce y rueda rápidamente hacia un lado, dejando grandes e inconfundibles rastros de sangre en el suelo.
Este es solo uno de los numerosos vídeos similares grabados por drones rusos y luego compartidos con orgullo por sus soldados y blogueros militares. «No se trata de casos aislados, sino de algo habitual. Al igual que la gente toma café o té todos los días, los rusos persiguen deliberadamente a la gente corriente de la ciudad», escribe Yuriy Antoshchuk, un residente de Jersón.
Cada día, decenas de drones rusos lanzan explosivos contra transeúntes, coches, ciclistas, minibuses y ambulancias al azar en lo que los vecinos llaman [[LINK:INTERNO|||Article|||6488926ad7aab0e43c40cbfa|||el «safari humano»]]. La gente es atacada cerca de sus casas, en las paradas de autobús o simplemente mientras se desplaza por la ciudad. Según Antoshchuk, también siembran las calles con pequeñas minas antipersona, muy difíciles de detectar, que pueden fácilmente volarle el pie a una persona.
Así es como los soldados rusos, situados a tan solo un par de kilómetros al otro lado del río, juegan o se entrenan para utilizar sus drones en combate, sugiere Sergiy Sundugey de Jersón. «Quieren hacer la vida aquí insoportable», explica a LA RAZÓN. Este voluntario civil de 65 años ayuda a gestionar una panadería que suministra pan a los civiles que quedan y teje redes de camuflaje para los soldados ucranianos. Cada vez que llega la noticia de un ataque ruso, mira en línea si sus amigos en el distrito atacado han estado conectados recientemente o los llama para saber cómo están.
El propio Sergiy vive cerca del río donde los drones rusos han sido más activos. Las calles, que antes eran las más animadas y céntricas de la ciudad portuaria, ahora están casi vacías. Hace tiempo que los médicos y los trabajadores comunales llevan chalecos antibalas, pero el alto riesgo de ataques rusos significa que cada vez son más incapaces de llegar a las zonas más peligrosas.
Los vehículos son de especial interés para los rusos, sugieren los informes. Numerosos vídeos muestran cómo se lanzan explosivos sobre los coches conducidos por los residentes de la ciudad. Un coche civil de los amigos de Sergiy fue atacado la semana pasada; los explosivos arrojados dañaron el motor y volaron el parabrisas. «Gracias a Dios, salieron ilesos, por lo menos físicamente. La carga debe haber sido débil», comenta.
Según las autoridades locales, tan solo en septiembre, al menos 149 habitantes resultaron heridos y 6 murieron a causa de los drones rusos, en unos 3.000 ataques. El número real de heridos es probablemente incluso mayor, ya que muchos habitantes no informan de las lesiones más leves.
Ser residente de Jersón ya es «un diagnóstico», dice Sergiy, recurriendo al humor negro. Mostrando un puñado de fragmentos de bombas que recogió por las calles, se refiere a la adaptación psicológica de los vecinos que han aprendido a vivir en medio del riesgo siempre presente de la muerte. Sigue firme en su deseo de quedarse en la ciudad, donde quedan unas 50.000 de las 280.000 personas que vivían antes de la invasión rusa. «Aquí nos necesitan. ¿Quién, si no nosotros?», subraya. «Son muy pequeños y es casi imposible derribarlos con armas», explica.
En la actualidad, la exuberante vegetación de la ciudad ofrece cierta protección a los peatones. Sin embargo, con la llegada del otoño, no será de mucha ayuda. Se espera que los nuevos medios de guerra radioelectrónica que se están introduciendo en la ciudad podrían interferir con la señal que utilizan los pilotos rusos para guiar sus drones y así finalmente reducir la amenaza.
Jersón hace todo lo posible para proteger a sus habitantes, pero es una cuestión de recursos y de una constante carrera tecnológica entre Rusia y Ucrania, explica Denys Putintsev, de la administración militar de la ciudad. En lugar de luchar contra «las avispas», con las que compara a los drones rusos, sería más eficiente destruir «su nido» al otro lado del río, sugiere. No se puede hacer sin la ayuda del mundo, subraya.
La intensificación de los ataques en Jersón coincidió con la retirada de las fuerzas ucranianas de un pequeño punto de apoyo en la orilla del Dniéper controlada por Rusia en junio. Tales ataques no ocurren solo en Jersón, sino allá donde avancen las tropas rusas. Sin embargo, la vida en la ciudad continúa. «A veces parece una locura total: todos los días hay minas, drones y bombas, y aun así tenemos varios eventos públicos y culturales en refugios subterráneos... Pero, de todos modos, ¿no es toda esta guerra una locura?», se pregunta Antoshchuk.