Imaginemos por un momento que nuestra cabeza fuera una pelota de baloncesto y que nuestro cuello fuera un palillo, intentar girar la cabeza 270º sería una receta segura para tener un dolor insoportable a nivel cervical. Sin embargo, la evolución, como si de un ingeniero biomecánico se tratase, ha diseñado un cuello a medida para que pueda soportar este movimiento: el de los búhos. Cuando analizamos los cuellos de ambas especies, las diferencias son más que notables. El cuello de los búhos tiene más vértebras cervicales que el nuestro, las articulaciones cervicales son más grandes y flexibles, su musculatura cervical es más fuerte y está dispuesta de una manera más eficiente. Además, y esto también es muy importante, la red de vasos sanguíneos y nervios de los búhos está dispuesta de forma diferente. Y es que mientras que nosotros -los humanos- tenemos siete vértebras cervicales, los búhos pueden tener hasta catorce. Este mayor número de huesos les proporciona una mayor flexibilidad y un nivel de movimiento más amplio. Sus vértebras se encuentran acopladas entre sí a través de articulaciones diferentes a las nuestras, las cuales les permite alcanzar un mayor grado de movimiento . La red vasculonerviosa de los búhos, formada por vasos sanguíneos y nervios, se estira y se contrae a medida que el búho gira la cabeza, asegurando un suministro constante de sangre y oxígeno al cerebro. Los búhos son aves cazadoras nocturnas y necesitan tener una visión periférica casi de 360 grados. Al girar la cabeza, pueden seguir a sus presas con los ojos sin tener que mover todo el cuerpo y pasar desapercibidas. Además, les permite escuchar mejor, ya que sus oídos están ubicados asimétricamente en la cabeza, lo que les proporciona una excelente capacidad para localizar sonidos. Nuestro cerebro, esa masa gelatinosa que controla todo lo que hacemos, es extremadamente sensible y necesita un soporte firme y una protección adecuada, lo cual se obtiene con un cráneo resistente. Si pudiéramos girar la cabeza 270 grados los vasos sanguíneos que irrigan nuestro cerebro se enroscarían en extremo y comprometerían la llegada de oxígeno al cerebro, por lo que podríamos sufrir un accidente cerebrovascular. Nuestra columna vertebral está diseñada para soportar nuestro cuerpo y proteger la médula espinal. Si lográramos girar la cabeza más allá de los 200 grados las vértebras cervicales se verían sometidas a una tensión enorme, lo que podría provocar hernias discales y dolor cervical. Por otra parte, nuestros músculos del cuello tampoco están preparados para realizar movimientos tan extremos, ya que provocaría una enorme tensión en las fibras musculares y el riesgo de que pudieran romperse. En Román paladino, la evolución nos ha moldeado para ser lo que somos y la capacidad de girar la cabeza 270 grados no fue una de sus prioridades. Por su parte los búhos son un ejemplo fascinante de cómo la evolución puede desarrollar soluciones biomecánicas extremadamente especializadas para resolver desafíos específicos del entorno y del comportamiento de una especie.
