En julio de 1936,
cuando se produjo la sublevación militar en España, el Reich alemán que debía durar mil años solo tenía tres. En el mes de marzo,
Adolf Hitler, su
líder supremo e indiscutible tras ganar un referéndum con el 98,8% de los votos, había hecho una declaración inquietante: “Sigo la senda que me dicta la Providencia con la seguridad de un sonámbulo”. Era una manera de decir que el Canciller metamorfoseado en
Führer se sentía capaz de cualquier cosa porque lo respaldaban valores supremos ante los que cualquier juicio debía suspenderse.
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