Clamores, Galileo, Libertad 8, el Búho Real, Costelo, la sala Sol, el Rincón del Arte Nuevo, Candela, Moby Dick, Caracol, la sala Aqualung, Revolver, el Clandestino…; son muchas las salas que fueron, las que programaban a diario bolos que permitían mirar a los ojos a los cantantes. Conciertos que reunían a cincuenta o cien personas, otras veces a una veintena, pero que nos permitía elegir en una oferta de cantantes que plegaron sus maletas para no volver a ponerlo tan fácil. Un martes cualquiera, uno podía pasarse por Clamores y ver a Germán, el dueño, como terminaba de preparar un concierto de Antonio Vega. Entradas disponibles, claro, porque ese Madrid no se apuntaba en lista de espera ni en colas...
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