Adentrarse en las calles de Picanya es conocer un escenario de sobrecogedora devastación. El barro lo cubre todo como huella de la catástrofe, y marca la cota máxima del agua que desbordó el barranco del Poyo, llevándose todo a su paso. Puentes, vías de tren, vehículos, viviendas, mobiliario... todo a cambio de toneladas de sedimentos y desechos que, casi una semana después, siguen formando parte del desolador paisaje diario de las víctimas.