El futuro que queremos, por Emilio Noguerol Uceda
Toda nación necesita un objetivo común para florecer, sin que ello signifique la anulación de los múltiples intereses que se superponen o compiten entre sí, como es natural en toda sociedad diversa, pero la ausencia de un norte claro, comprensible y deseable nos lleva indiscutiblemente a distraernos en pequeñas contiendas producto de la fricción de nuestras ideas y demandas, olvidándonos quienes realmente somos y qué futuro queremos, desconociéndonos como miembros de una colectividad. La polarización de naciones tan gravitantes para el mundo libre como los Estados Unidos me lleva a reflexionar sobre lo que debemos evitar en el corto plazo y cómo el derecho termina siendo -una vez más- nuestra herramienta más valiosa. ¿Han perdido de vista los norteamericanos su objetivo común?
Temo que sí, que su arcaico bipartidismo y su irresponsable clase política está devorando ese crisol de intereses, en su gran mayoría comunes, que en algún momento constituyó el “Sueño Americano” como ideal de la tierra de las oportunidades, del trabajo duro, la movilidad social, la libertad, la igualdad y el éxito; mientras que la creciente brecha social abona a la disonancia. Es evidente que la mitad del país quiere evitar que los representantes de la otra mitad gobiernen y, en el interín, exacerban sus discursos fatalistas para granjear votos. ¿Pueden conciliar intereses las fuerzas liberales y las conservadoras? ¿Hay espacio para el diálogo?
La conversación democrática no se da en tiempos de campaña como ocurre cuando ya toca gobernar y es que no hay gobierno democrático que pueda llevar a cabo una gestión exitosa sin diálogo, negociación e incluso algunas renuncias. El problema que enfrenta USA es que Trump no tienen el mínimo interés en sostener un gobierno democrático ni el pudor en ocultar su agenda totalitaria y anti derechos (especialmente de las mujeres y minorías).
Si hay un concepto que nos vincula a los peruanos es el del progreso. Las familias trabajan duro por brindarle una mejor calidad de vida a su prole, se esfuerzan por acceder a estudios técnicos o universitarios, a tener el cartón y el birrete, se endeudan para salir adelante, anhelan (porque no siempre encuentran) un trabajo decente que les permita pagar sus gastos primarios, sus deudas, pero también sus gustos y si es posible trabajar más horas o tener dos trabajos lo hacen con tal de ahorrar para el futuro. Los jóvenes queremos cumplir nuestros sueños, ya sea alcanzar nuestro éxito profesional, artístico o deportivo, pero lo queremos hacer aquí, nada mejor que en nuestra propia tierra, cerca de los nuestros, gozando de servicios públicos de calidad como resultado del pago ineludible de nuestros impuestos que nos aseguren el acceso a tratamiento de salud si nos enfermamos, una buena escuela para nuestros hijos, carreteras seguras, transporte urbano eficiente, jueces justos para que resuelvan nuestros problemas, oficiales capacitados para que nos protejan, bibliotecas para perdernos por un instante, estadios para celebrar a nuestros equipos, parques para reunirnos con nuestros seres queridos y jugar con nuestras mascotas. Deseamos sentirnos siempre orgullosos de ser peruanos, porque lo estamos, pero no del todo.
Y es que la realidad nos golpea y traba nuestro caminar. En una economía cuyo 70% no es formal, ese trabajo duro se convierte en precario, abusivo y peligroso; mientras que los emprendedores dejan de acceder a créditos, operan con dificultad y encuentran en su crecimiento un techo inmediato, casi como un cielo raso venido a menos, con goteras y manchas de humedad. ¿Qué serán los derechos laborales en un país donde la fiscalización actúa en un universo tan reducido? ¿Cómo hablar del milagro económico si tenemos este lastre para la productividad, la innovación, la generación de riqueza y la recaudación?
Para atender esto, el Estado tiene que actuar y acá entramos en terreno minado, pues tenemos un pasado catastrófico que derivó en el peor periodo hiperinflacionario de nuestra historia con empresas públicas desbordadas, controles de precios y divisas, estatizaciones e intervencionismo, emisión inorgánica de la moneda, endeudamientos irresponsables y subsidios arbitrarios. El régimen económico de la Constitución ha colocado los justos candados para no cometer los mismos errores y nos ha ido relativamente bien, pero la mala gestión de nuestras autoridades, la corrupción y la inestabilidad política han impedido terminar la tarea.
¿Qué está pendiente? Con la precisión de un cirujano el gobierno central, dentro de los límites de la responsabilidad fiscal, apuntar hacia el aumento del gasto público (Perú destina el 22% de su PBI al gasto público, mientras que Francia asigna más del 50%) como una apuesta para que, a mediano y largo plazo, se incorporen eficientemente las contribuciones que se dejan de percibir en la informalidad. Una provisión potente de servicios públicos por parte de la administración es un aliciente importante para contribuir lo que eventualmente reduce la carga impositiva al actor formal que es el que asume toda la recaudación en el actual contexto.
El orden de los factores sí altera el producto, para que el futuro sea próspero, es el Estado el que tiene que hacer el esfuerzo y demostrar que los impuestos que cobra tienen un destino inmediato en la calidad de vida de sus ciudadanos. Si seguimos viendo cómo nuestro dinero se va en gasto corriente mientras que nuestro sistema sanitario se cae a pedazos, millones viven sin acceso a electricidad, agua y desagüe, escasea la vivienda y la justicia tarda, jamás sanearemos la situación y viviremos en la mediocridad del subdesarrollo y la falta de oportunidades, volando bajito, despacio, sin la alegría del progreso.
Para esta cruzada necesitamos gente preparada, la hay y eso me llena de esperanza, pero no quieren dar ese paso y se entiende porque significa echarse al pantano. Si estás leyendo esto y se te viene a la mente alguna persona, díselo, empodérala. El futuro que queremos es uno de encuentro, de progreso material para lograr nuestros sueños y de progreso sustancial de derechos para sentirnos seguros, donde todos seamos considerados libres e iguales, con una cancha más nivelada y con representantes electos que están para servir esa causa y no servirse de nuestros recursos.