Chancay, ¿ese puerto existe?, por Mirko Lauer
Las instalaciones de Chancay están siendo vistas como una más de las bonanzas que jalonan nuestra historia republicana, como ocurrió con el guano a mediados del siglo XIX, el caucho a inicios del XX, y más adelante la harina de pescado, que aún perdura. Todas fueron bonanzas inesperadas, súbitas y efímeras. Las dos primeras solo dejaron un buen recuerdo económico y un mal recuerdo social.
En estos días, todo parece prestarse a la hipérbole: el Perú como eje del comercio transpacífico y socio predilecto de Beijing en el hemisferio sur; Chancay como locomotora de un crecimiento económico peruano equiparable al de Singapur. La frase electoral de "Lima potencia" ya se ha quedado corta. Ahora somos la tierra del eterno APEC.
El puerto en sí será un buen negocio, pero para el resto de la economía hay, sobre todo, pronósticos. Por ejemplo, se habla del potenciamiento de rutas de penetración desde Chancay que beneficiarán actividades del interior con fuertes perspectivas exportadoras, como el café, el cacao y, por supuesto, la minería ubicada en esas zonas.
Una mirada más amplia incorpora lo exterior: mercadería de países vecinos, llegando en enormes cantidades hasta la costa norte para ser embarcada en Chancay (a menos de 70 kilómetros del Callao), y numerosos barcos internacionales arribando con carga para gran parte de América del Sur. Son imágenes de volumen y abundancia que prometen favorecer al Perú.
En Chancay mismo, es decir, en torno al megapuerto y la ciudad, ya se percibe un fuerte aumento de los puestos de trabajo (se habla de ocho mil), más allá de los que naturalmente genera toda obra civil. Además, se observa una carrera especulativa hacia los terrenos disponibles de la zona, lo que probablemente terminará en barriadas, tiendas, malls, traficantes de tierras y juicios a autoridades locales.
El balance optimista hasta este momento sugiere que Chancay, como toda bonanza, podría lanzar a la economía peruana hacia niveles inéditos de prosperidad. Esto evoca la idea de que la refinería de Talara transformará a Petroperú de cifras contables en rojo a un escenario en azul. La comparación con un futuro al estilo Singapur no deja de ser sugerente.