Sin ganas
Como en cualquier otro trabajo, el papel de los vicepresidentes en Estados Unidos depende de las circunstancias y de su habilidad para enfrentarlas. Ocupan un puesto con grandes oportunidades de lucirse, pero a veces no lo saben aprovechar. En otras, despliegan plenamente sus capacidades y se convierten en candidatos naturales a la Casa Blanca. Lo raro es que se limiten a realizar sus funciones formales (suplir las ausencias temporales del presidente) o solo cumplir funciones ceremoniales.
Richard Nixon, vicepresidente de Dwight Einsenhower le aportó, no solo su gran base californiana sino también su amplia experiencia en el Congreso, muy necesaria para el General de mentalidad tecnócrata y poca sensibilidad para los enredos de Washington. Eisenhower se benefició ampliamente de las iniciativas de política exterior de Nixon y este, aprovechó para construir su propia candidatura presidencial.
Algo similar sucedió con John Kennedy y Lyndon Johnson, el segundo con gran dominio de la prensa, promovió al joven senador y este atemperó la brusquedad del texano.
Hubert Humphrey, viejo amigo de Johnson, lo apoyó en sus proyectos sociales y en la Guerra de Vietnam. A cambio obtuvo la candidatura en 1968.
Spiro Agnew aceptó el papel de chivo expiatorio para tratar de salvar a Nixon.
Gerald Ford vicepresidente del segundo periodo de Nixon, le perdonó los delitos federales.
Nelson Rockefeller le quitó el control del partido a los conservadores y por eso no pudo reelegirse como vicepresidente.
Walter Mondale fue el gran arquitecto de la política de Carter y de hecho cogoberno con él.
George H. W. Bush hizo una gran dupla con Ronald Reagan, sobre todo en política exterior.
Dan Qualey, un senador desconocido de 41 años fue sin embargo un gran apoyo para George W. Bush, porque le acercó a la derecha cristiana.
Al Gore hizo algo similar con Bill Clinton, ligándolo al movimiento ecologista.
Dick Cheney, protagonizó en la práctica, una copresidencia con George W. Bush.
A Joe Biden, Barack Obama le encargo la política hacia Irak e hizo lo que pudo.
Mike Pence reagrupó a los conservadores que dudaban de Donald Trump.
En cambio, Biden le encargó el problema fronterizo a Kamala Harris y ella prácticamente no hizo nada.
Frustración
Con apenas un periodo en el senado, Kamala Harris se inscribió en 2020 a las primarias presidenciales de su partido y le fue muy mal: no ganó.
Su único activo era ser simultáneamente mujer y negra. En realidad los demócratas venían perdiendo el respaldo de las mujeres y de los hombres negros, no por su género o color de su piel, sino porque se habían contentado con identificarlos como víctimas de ofensas históricas, y se habían olvidado de promover sus reinvindicaciones como trabajadores y consumidores actuales.
Ella misma no tenía una oferta de política pública novedosa u otro tema por el que tuviera pasión.
Cayó así en la trampa de ser el caballito de batalla cuando se necesitaba criticar a Trump, que cada vez parecía tener más fuerza.
Su participación en las primarias se consideraba útil para los demás y no para ella. Lamentablemente, nunca encontraron mejor candidato para la vicepresidencia, nunca dejó de ser el vagón de cola para complementar la extensa experiencia política de medio siglo de Joe Biden.
Fue solo por las tontas pugnas internas que acabó haciéndose de la candidatura demócrata este año, con el triste resultado de todos conocido.