El reino
Meditación para este domingo de Cristo Rey
Hoy, al concluir el año litúrgico, el evangelio nos exige una elección. La escena de Jesús frente a Pilato representa la confrontación entre el reino de Dios y los reinados de este mundo o, como diría san Ignacio, entre el “Rey Eternal” y un rey temporal. Hubiera sido tan fácil para Cristo rendirse, negociar con los poderes de este mundo para acomodar su presencia y su mensaje dentro de él. Pero no lo hizo, sino que llevó su palabra hasta las últimas consecuencias. Y nosotros ¿De qué lado queremos estar? ¿Realizamos las obras del reino de Dios o nos amoldamos al reinado de este mundo que pasa? Leamos con atención:
«En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?”.
Jesús le contestó: “¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?”.
Pilato replicó: “¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?”
Jesús le contestó: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí”.
Pilato le dijo: “Conque, ¿tú eres rey?”
Jesús le contestó: “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”.» Juan (18,33b-37):
El reino de Dios avanza en silencio y misteriosamente. Implica el descenso, la renuncia a las pretensiones temporales y el compromiso por la Verdad hasta el final. Esto nos exige entereza para creer aun cuando todo nos contradiga, esperanza para mantenernos en pie incluso cuando no nos apoyen ni aplaudan y un amor capaz de ir más allá de toda injusticia y oscuridad. Cristo, que se anonadó hasta ser presentado como un reo ante el juicio de Pilato, es el mismo que volverá en gloria para juzgarnos a todos ¡No nos rindamos en ser fieles a él!
No te rindas aunque todo alrededor te empuje a ello.
No dejes el camino a medio andar, la barca a la deriva.
No pierdas la oportunidad de completar la palabra de tu vida, ese verbo bendito que ha sido pronunciado sobre ti y espera ser realizado.
No claudiques en el bien que has comenzado. Ten el coraje de arriesgarte, el empuje para llegar hasta el final.
Abre tus ojos al momento que tienes delante para vivirlo a plenitud. Abrázate a la vida con todo el ardor que se merece.
Deja caer el egoísmo que te puede cegar, la desesperanza que agotaría tus fuerzas.
Escucha el palpitar de tus ímpetus y dialoga con ellos. Aprende a reconocer en ti mismo la eternidad que te sostiene y que debes descubrir.
Entrégate al inmenso amor que está delante de ti, aunque a veces parezca ocultarse. Descúbrete como hijo de Dios y heredero de su reino, recibe su abrazo de Padre y siéntate a su mesa. Aliméntate del pan de su amor amasado con manos humanas.
Acoge el designio de vida y libertad que Él te ofrece. Canta agradecido a su presencia por cada oportunidad que tienes de amar, es decir, de ser tú mismo.
No te rindas,
no des tregua a la vida.
No pierdas la oportunidad de darle su pleno sentido ahora mismo.