Los tormentos de la Presidenta
La guerra cultural que ganó Andrés Manuel López Obrador para avanzar en su proyecto político autoritario minando a la oposición y la crítica con ataques sistemáticos, espionaje, intimidaciones discursivas y físicas, auditorías y amenazas penales, ha regresado. Pero ya no existe un mariscal que encabece la guerra, como lo fue en el sexenio pasado, sino que hay varios generales que han emprendido la batalla, sobre todo en Morena, donde la presidenta Claudia Sheinbaum apenas es una generala más en el campo de batalla. Sheinbaum es una víctima de los puros del obradorismo, un daño colateral en este momento de regeneración del régimen.
En las tres últimas semanas se ha notado la reactivación de las cuentas en X asociadas al exvocero de López Obrador, Jesús Ramírez Cuevas, actual coordinador de asesores de Sheinbaum, para fortalecer el legado autoritario de López Obrador, cuya actividad se acentúa los fines de semana en la tarea conocida de difamar y buscar la neutralización de los críticos al régimen. Pero no parece ser parte de una acción coordinada con la Presidenta, pues Ramírez Cuevas se ha tomado atribuciones que no le corresponden, en la narrativa y en los hechos, como bloquear la invitación a la presidenta de la Suprema Corte al desfile del 20 de noviembre, sin consultarlo con ella, pero en la línea de su jefe López Obrador.
Ramírez Cuevas inicialmente fue marginado de la política de comunicación social por la nueva responsable, Paulina Silva, pero ha logrado, pese a los deseos iniciales de Sheinbaum, rearmar una segunda línea de mercachifles acreditados como “periodistas” para controlar las preguntas en las mañaneras y plantear temas que a veces parecen incomodar a la Presidenta. La inexperiencia del equipo de Sheinbaum también ha permitido el regreso de preguntas monetizadas, que volvieron a cotizarse como en los primeros meses de López Obrador, 200 mil pesos, contra los 70 mil en que se depreciaron en la agonía del sexenio.
Sheinbaum siempre estuvo en contra de tener mañaneras, pero López Obrador la obligó a realizarlas. Hizo cambios discretos y piensa profundizarlos hasta llegar a cancelarlas, pero está metida en una contradicción, donde ha retomado lo peor de López Obrador por cuanto a ataques y descalificaciones –alejándose de los momentos en que respondía con seriedad y solidez–, agarrándose a su técnica para minimizar las cosas, aunque a diferencia de su mentor, de tremenda cara dura, a ella no le está funcionando, porque su equipo no ha podido desarrollar una narrativa golpeadora –o de cualquier otro tema–, ni la está asesorando adecuadamente, como sucedió con la tergiversación que hizo de su conversación con el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, quien la corrigió horas después.
Otra falla importante se dio durante la reciente Cumbre del G20 en Río de Janeiro, cuando declaró públicamente en una entrevista con N+ que le había pedido informes al presidente Joe Biden sobre cómo fue la captura en México de Ismael el Mayo Zambada, el jefe del Cártel de Sinaloa, una iniciativa que fue muy mal interpretada por el Departamento de Estado, que le hizo saber que lo que había informado el embajador Ken Salazar –motivo de su insatisfacción– era todo lo que le iban a dar.
No obstante, el mejor ejemplo de lo que está sufriendo Sheinbaum en términos de comunicación política es que los golpes que ha realizado su gobierno en materia de seguridad, algunos muy relevantes –como la recaptura de dos sicarios de Guerreros Unidos en el caso de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa–, no tuvieron la atención pública que merecía, ni tampoco otros aciertos que ha tenido la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, que no han logrado el objetivo de ir modificando la percepción, sino que se ha incrementado la idea de que las cosas están peor que con López Obrador.
La narrativa original de Sheinbaum ha sido rebasada por las posiciones del obradorismo, que la han visto débil e incapaz, como política y como equipo, para tomar el control y asumir el rol de mariscal de la gran batalla en la instauración del nuevo régimen. Ramírez Cuevas es el caballo de Troya en Palacio Nacional, a quien se podría decir que detesta por el activismo en su contra de los dos últimos años, pero que al mismo tiempo, en reconocimiento implícito de su debilidad comunicativa, ha tenido que recurrir por ayuda, para transmitir mensajes políticos o que realice cabildeos donde su equipo ha naufragado.
No es el único enemigo. Los desplantes de los coordinadores en el Senado y la Cámara de Diputados, Adán Augusto López y Ricardo Monreal, no han sido sólo contra la oposición y el sentido común, sino también la han afectado a ella.
La primera reacción de Monreal sobre el helicóptero de lujo en el que lo pillaron, que lo seguiría haciendo, fue interpretada en algunos sectores del gobierno federal como una afrenta a ella –que respondió viajando en un avión comercial lechero a Río de Janeiro–. La respuesta de su camarada de juergas y más, Pedro Haces, de no negar que tiene problemas serios con el diputado Alfonso Ramírez Cuéllar, el principal enlace de la Presidenta en San Lázaro, y que no se van a terminar, es otro reto a su investidura.
La expresión pública más cristalina del obradorismo, La Jornada, es otro botón de muestra de los tormentos de la Presidenta. Periódico sui géneris desde su inicio por la diversidad, a veces antagónica línea editorial –es legendaria la anécdota de una mañana en la que su entonces director, Carlos Payán, molesto por la noticia principal del día, preguntaba “quién había hecho el periódico” la noche anterior–, algunos días a la semana es claudista, pero la mayoría es opositora al gobierno y crítica de aquellos momentos en que la ven dubitativa de mantener la línea marcada por López Obrador.
Sheinbaum enfrenta una batalla en múltiples frentes, pero el más delicado y difícil de enfrentar es el interno, donde seguimos viendo la lucha por el poder entre ella y su predecesor.