A lo largo de los últimos tres siglos, España ha intentado recuperar Gibraltar en varias ocasiones y de formas muy distintas, pero ninguna tan rocambolesca como la idea presentada por Juan de Aguas en 1780. Un proyecto que parece escrito por el mismísimo J. R. R. Tolkien para una nueva novela de 'El Señor de los Anillos' y que incluía una estatua de Cupido de dimensiones gigantescas, referencias a la divinidades del Antiguo Egipto, la construcción de un muro a modo de espigón para cerrar el estrecho y un buen número de ilustraciones. «Esto es lo que se me ha ocurrido y hago presente a vuestros superiores talentos», comenzaba este documento manuscrito firmado en Aranjuez y conservado en el Museo Naval de Madrid. Poco sabemos de su autor más allá del nombre y apellido, aunque sí de su novedoso proyecto, que se centraba en la forma de acabar con éxito el asedio de Gibraltar que España había iniciado en 1779. Se trata de uno de los muchos que se redactaron con una finalidad similar durante aquellas fechas, con la diferencia de que este «resulta especialmente atractivo por lo fantástico de su diseño, puesto que ninguno de los otros alcanza la osadía de plantear el cierre de la boca de la bahía», explica Ángel J. Sáez Rodríguez en 'La más fantástica quimera que los tiempos han visto para recuperar Gibraltar. Una idea de 1780 para cerrar la Bahía de Algeciras' . Hasta la publicación de este artículo en 2016 por la revista 'Almoraima' –editada por el Instituto de Estudios Campogibraltareños– este documento se encontraba inédito. Estaba dirigido a Carlos, Príncipe de Asturias, futuro Carlos IV , que en esa fecha contaba con 32 años. Según detalla Sáenz Rodríguez, está formado por 80 páginas encuadernadas en tamaño folio y con tapas de cartón rígido, que se acompaña de tres pliegos tamaño doble folio con ilustraciones de la bahía de Algeciras y del peñón de Gibraltar. Todo el manuscrito corresponde a un mismo amanuense, que emplea una caligrafía cuidada y redondeada, de caracteres entrelazados y bien legible, que respeta los márgenes. Al pasar las hojas, la letra se vuelve algo más cursiva, pero nunca pierde su claridad característica. El texto está escrito, sobre todo, en prosa, con diversas inserciones en verso, incluyendo la letra de una canción. «La idea no sólo resulta atractiva por el fondo de la misma, sino también por la forma en que se presenta, dado que sigue el estilo de las cartas de viajeros tan en boga en ese momento», subraya el artículo al respecto. Para poner en contexto este documento debemos retroceder, como mínimo, hasta 1704, cuando Gibraltar fue conquistada por las fuerzas angloholandesas en nombre del pretendiente Carlos III al trono de España, en el marco de la Guerra de Sucesión española que había comenzado tres años antes, tras la muerte de Carlos II, último representante de la Casa de Habsburgo. Como Carlos III no se convirtió en monarca hasta 1788, el peñón debería haber sido devuelto en ese momento a Felipe V, el otro pretendiente del conflicto que sí fue coronado entonces. Por el contrario, aquel enclave estratégico de 6,8 kilómetros cuadrados y 31.000 habitantes se transformó en una especie de limbo y los británicos decidieron que valía la pena conservarlo. Los consiguieron en 1713 con el Tratado de Utrecht . Desde entonces han transcurrido más de trescientos años de polémicas en los que España ha intentado recuperar Gibraltar, sin importar si nos encontrábamos en una república, dictadura, monarquía o bajo un gobierno del PSOE o del PP. En 1720, el Rey Jorge I de Gran Bretaña envió una primera carta a España en la que prometía devolverle el Peñón «con rapidez». Siete años después, incluso hubo una guerra por Gibraltar en la que Inglaterra venció. En los dos siglos anteriores, el sistema fortificado de Gibraltar se transformó de manera radical, adoptando buena parte de las innovaciones tecnológicas europeas de la época, a pesar de que no había sufrido ningún asedio formal desde 1507. Durante el siglo XVIII, sin embargo, el Peñón fue sometido a una serie de sitios terribles por parte de España para recuperar su dominio. En total, cuatro: uno en 1704 y 1705, tras el ataque y conquista del Peñón por parte del almirante británico George Rooke dentro de la Guerra de Sucesión; otro en 1727 llevado a cabo por las tropas españolas, y el más importante, conocido como el Gran Asedio entre 1779 y 1783, en el que murieron más de 5.000 españoles y 1.900 soldados británicos. Este último sitio puso fin a los intentos directos de España de recuperar lo que siempre había considerado su territorio. La falta de éxito en el campo de batalla, sin embargo, provocó un fenómeno curioso: la presentación a la Monarquía de todo tipo de planes, elaborados por los militares más excéntricos, para recuperar el Peñón. Numerosas 'soluciones' minuciosamente detalladas, pero en la mayoría de las ocasiones poco realistas. La de Juan de Aguas es, seguro, la más llamativa de todas, presentada con un escudo ficticio, una dedicatoria «Al Serenísimo señor Príncipe de Asturias» y dos cintas con el lema «La antiquísima ciudad de Gibraltar». Uno de los aspectos curiosos del plan es el estilo literario que utiliza el autor, simulando un diálogo entre un comerciante irlandés y un español ciego que vende ejemplares de 'La Gaceta'. «La ausencia del narrador y su sustitución por la intervención de los propios personajes aportan el ambiente adecuado para transmitir un discurso pseudohistórico cargado de tintes nacionalistas frente a la perfidia inglesa. A este respecto es importante resaltar el dato del origen irlandés de uno de los interlocutores, siendo Irlanda un territorio que en el siglo XVIII aún no se había incorporado a Gran Bretaña», advierte su artículo en 'Almoraima'. El proyecto de Juan de Aguas es una atractiva mezcla de ingenuidad, desconocimiento del espacio geográfico al que lo destina y auténtica ocurrencia quimérica, el cual llama la atención, entre otros detalles, por las esperanzas que albergó de que fuera a ser llevado a la práctica. El reconocimiento de la falta de datos objetivos en los que fundamentó su idea se contrasta en la siguiente afirmación: «En cuanto a la profundidad, no puedo saber cuál es. Eso lo sabrán los inteligentes», en referencia a las posibles expertos o asesores del Príncipe Carlos que, según creía, podrían sondear la bahía de Algeciras. A continuación, Juan de Aguas especifica los detalles más sorprendentes de su proyecto, que expone con total seguridad: «Lo que os importa para la empresa y debéis hacer es fabricar no una estatua de barro y llena de agua como la primera, sino una de cuerpo sólido y robusto que no colocaréis en la elevación de alguna roca como a la otra, sino que le daréis sepulcro, humillándola, en lo profundo de ese mar a la entrada de la Bahía. Los sacerdotes operarios que la sepulten han de ser diestros, arrestados y secretos. Lo han de hacer de suerte que, al sumergirla, se acerquen colocando primero los pies con gran cuidado a la misma punta de la roca que dominan los Mamelucos, de manera que la cabeza [al lanzarla al agua] llegue a la otra punta de la cual sois dueños, ya sea poniéndola recta o haciendo que el cuerpo forme una línea curva… o como mejor os parezca». A continuación, el autor explica cómo, sobre la gigantesca estatua de Cupido hundida a lo ancho de la bahía, se debía construir una especie de rompeolas desde Punta de San García, cerca de Algeciras, en el lado español, hasta Punta de Europa, en el otro, para completar el plan: «Iréis construyendo sobre ella y en su honor una pira y mausoleo de piedra, tierra y fajinas, barcas, cestones y estacas por el mismo orden que ocupe todo el espacio de su entrada, no dejando de tan anchurosa puerta más que el postigo abierto que consideréis preciso. Después habréis de colocar en el lugar más oportuno, para que podáis usar vosotros siempre que queráis, e impedir también la entrada y salida de vuestros enemigos, una entrada. [Por último] Haréis fortificar esa entrada o postigo, levantando a sus costados diferentes pirámides cuadradas o pentagonales, cuyo recinto hecho de trincheras debéis coronar de ardientes rayos». Juan de Aguas aseguraba, por último, que si cortaban la bahía cómo él indicaba, «Neptuno quedaba vencido, pues la nueva estatua quiebra y corta su furia conteniendo en sus márgenes el agua», apuntaba el autor en referencia a Gran Bretaña y otros enemigos, con una de sus recurrentes metáforas con las divinidades antiguas. Y añadía que, de esta manera, también se pondría fin al asedio, porque los británicos «padecerían de hambre al guardar bien el postigo sin que les pueda llegar socorro». El proyecto, por supuesto, fue descartado. No es difícil de imaginar si tenemos en cuenta que Juan de Aguas no puso el foco en los problemas que implicaba construir un rompeolas allí, cuando la profundidad media es de 364 metros y la máxima de casi un kilómetro. Tampoco analizó la geología del fondo, ni el perfíl del relieve del fondo marítimo, ni la acción de las mareas ni los vientos que dominaban la bahía. Y el manuscrito se perdió entre otros miles de documentos hasta que fue descubierto en el Museo Naval de Madrid hace apenas ocho años.