No hay ni una sola sentencia que confirme que el PP destruyó a martillazos los ordenadores de Luis Bárcenas cuando este los devolvió tras su despido. Ni una sola, pero la opinión pública no lo tiene claro porque la maquinaria del fango, la auténtica, funcionó muy bien en aquellos años en que el PSOE sí daba credibilidad a delincuentes como el tesorero del PP o el comisario Villarejo. Hoy, en cambio, a Víctor de Aldama lo desprestigian porque se autoincriminó ante el juez. ¿En qué quedamos? Y ahí está el quid de la cuestión: las pruebas. El tema no es si son delincuentes o no, es si dicen la verdad y la pueden demostrar. En este contexto, adquiere especial relevancia...
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