Dos razones de la popularidad de Chaves
Las valoraciones positivas sobre la gestión de Rodrigo Chaves subieron del 54 % en setiembre al 63 % en noviembre; sobre el gobierno, del 52 % al 57 %. Las cifras, arrojadas por la última encuesta del CIEP, no son las más altas de sus dos años y medio, pero documentan una realidad perceptiva muy favorable. Otro estudio reciente reveló que solo el 32,2 % de la población tiene alto nivel de confianza en lo que el presidente informa sobre temas nacionales; sin embargo, supera a los periodistas (un 26,5 %) y los diputados, que apenas llegan al 8,8 % de confianza. Solo las universidades públicas golean con el 62,7 %.
Añadamos a lo anterior que, al pedir que evaluaran varias instituciones en una escala de 1 a 10, la Asamblea Legislativa y los partidos políticos ocuparon los últimos lugares, con notas de 4,4 y 3,7, respectivamente. Además, ambos —como las universidades— son instancias con liderazgos dispersos, mientras la presidencia es unipersonal. Conclusión: Chaves está casi solo en la manipulación del megáfono político.
Que la realidad tangible del país sea crítica, lo mismo que las percepciones sobre varios de sus ámbitos, no han sido factores suficientes para erosionar su posición, al menos todavía.
¿Razones? Muchas lo explican: algunas profundas, otras de coyuntura (visita de Bukele). Añado dos poco mencionadas. La primera es lo que tres autores estadounidenses califican como la era de “decaimiento de la verdad”. Nos toca y se caracteriza por la confusión entre hechos y opiniones, el crecimiento de lo personal-emotivo sobre lo fáctico al generar percepciones, la dispersión mediática y el deterioro en la confianza en instituciones establecidas como fuentes de verdad. Es el caldo de cultivo
La segunda es cuánto coincide Chaves con el perfil del antihéroe que lo explota: ese intruso (outsider) que desdeña los estándares de la moral o la política, distorsiona la diferencia entre bien y mal, rompe reglas de conducta, expresa odios que compartimos, pero no osamos expresar, y controla y potencia el podio presidencial.
Conclusión preliminar: mientras no se activen liderazgos sólidos sin anclas que los amarren, será muy difícil eliminar su monopolio. Que este pueda transferirse a lo electoral está por verse. Pero por ahora causa daño objetivo a la gobernabilidad democrática y la convivencia ciudadana.
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