Anne Applebaum (Washington D. C., 1964) se ha pasado media vida estudiando el totalitarismo, tal vez por eso le preocupa tanto la democracia. La escritora, premio Pulitzer en 2004 por 'Gulag', ha dedicado su nuevo libro a los optimistas, un chiste que solo se entiende cuando se llega al final: 'Autocracia S.A.' (Debate) es una radiografía de cómo las autocracias, de Rusia a Venezuela, pasando por China, Zimbabue o Corea del Norte, están desestabilizando el mundo liberal a través de sofisticadas estructuras financieras cleptocráticas y toneladas de propaganda y desinformación. Su objetivo, explica al otro lado de la pantalla, no es tanto imponer un nuevo proyecto político mundial como acabar con el orden establecido, derribar consensos como los derechos humanos, la rendición de cuentas o la transparencia. —Tras leer 'Autocracia S.A.' es difícil no pensar que hemos pasado del choque de civilizaciones que propuso Samuel P. Huntington al choque entre demócratas y autócratas, o entre liberales e iliberales. —Hay una guerra de ideas en marcha, pero no es una cuestión de blanco y negro. No se puede trazar una línea tan clara entre autócratas y demócratas: hay democracias que están en decadencia, donde los partidos que han ganado las elecciones están cambiando las normas de la democracia. Y también hay estados autócratas que no están necesariamente interesados en socavar a Occidente o en cambiar el orden mundial, sino solo comerciar con Europa, con Asia, con Norteamérica. Esa lucha, además, no se produce solo entre sociedades distintas, sino también dentro de esas mismas sociedades. Hay una discusión dentro de Estados Unidos, dentro de España, dentro del Reino Unido, de Polonia, de Canadá, de Australia. Y también dentro de China y de Rusia. Quiero decir: hay un debate sobre cuál es la mejor forma de gestionar una sociedad, pero no hay un muro de Berlín que divida un lado del otro. —Al final del libro propone la creación de los demócratas unidos del mundo, algo así como una suerte de asociación para defender la idea misma de democracia. ¿Está en peligro? —Los demócratas de muchos países distintos deberían unirse para cambiar los aspectos de nuestros propios sistemas políticos que nos están socavando, que nos están haciendo daño. Deberíamos poner fin al lavado de dinero, a la cleptocracia, a las empresas anónimas. El hecho de que los más ricos puedan esconder su dinero, protegerlo de los impuestos y hacerlo de forma anónima, y a la vez seguir influyendo políticamente… Además, si las democracias no empiezan a regular el espacio informativo, la explosión de teorías de la conspiración y de información falsa les acabará destruyendo. Espero que los europeos hayan aprendido algo de las elecciones estadounidenses. —¿Como qué? —Europa, Canadá, Australia, Corea del Sur y otras democracias deberían pensar en cómo generar unas redes sociales donde los algoritmos no estén diseñados por definición para generar odio y rabia en las personas. Unas redes que unan. Porque hoy, con las actuales redes sociales, las personas consumen material cada vez más divisorio, extremista y conspiratorio. Me deja boquiabierta pensar por qué los europeos permiten que estas compañías estadounidenses que no tienen intenciones benignas hacia Europa marquen la agenda en las conversaciones políticas. Lleva mucho tiempo pasando. Hay que hacer algo. —¿Da por perdido a Estados Unidos en esta lucha? —Ahora mismo Estados Unidos tiene una administración que no va a querer hacer ninguna de esas cosas que he dicho. Estados Unidos no va a liderar la lucha contra la cleptocracia y no va a liderar el impulso para regular Internet. Las personas que han ganado las elecciones son precisamente quienes están a favor de la cleptocracia y quienes han peleado mucho para lograr tener el tipo de redes sociales que tenemos. En los últimos cuatro años ha habido un proyecto concertado por parte de activistas y políticos republicanos para acabar con cualquier clase de moderación en Internet. Y lo han conseguido. —¿Cómo ve el futuro de la guerra de Ucrania a la luz de Trump? —La verdad es que no sé qué tiene previsto hacer Trump. Han salido muchas opiniones de su círculo. Hay quien dice que para él esto es una cuestión incompatible, que quiere acabar la guerra y que no quiere que Ucrania caiga en un caos, porque eso le haría quedar muy mal. A Trump no le importa mucho Ucrania, pero sí su imagen. Todavía no he escuchado ninguna explicación sobre cómo van a obligar a Rusia a deponer las armas. —De momento, ya ha nombrado a Tulsi Gabbard como nueva responsable de Inteligencia. Ella es conocida por sus posiciones cercanas a Rusia... —Ella es alguien con vínculos muy largos con Putin en Rusia y con Assad en Siria, y es una persona que en la comunidad de inteligencia actual no obtendría las autorizaciones necesarias para trabajar en la CIA, por ejemplo. Así que ponerla a ella a cargo de estas agencias es como una forma clara de decir que lo que quiere hacer es destruirlas. Creo que es parte de su venganza. Quiere vengarse de lo que llamaríamos el 'deep state'. Durante la campaña dijo que las iba a destruir y eso es lo que creemos que va a hacer. No sé si tendrá éxito, pero los nombramientos que ha hecho indican que eso es lo que persigue. —Las autocracias del mundo, dice, no actúan de forma coordinada pero sí que cooperan entre ellas. —Utilicé la expresión 'Autocracia S.A.' porque no es una alianza, no es un eje, no es una organización. No hay ninguna sala secreta como en las películas de James Bond donde todos los malos se junten. No funciona así. Pero sí creo que saben aprovechar la situación. No sé si lo que pasó el 7 de octubre en Israel estuvo coordinado con los rusos o no. Hay algunas evidencias circunstanciales que dicen que sí, que hubo contactos entre Hamás y Moscú, pero el hecho es que después de que se produjeran tanto Rusia como China vieron cómo esto les daba una oportunidad y les abría la puerta a nuevas posibilidades para generar caos y para socavar el mundo democrático. Son oportunistas; están buscando oportunidades para ver qué pueden hacer para socavar a los Estados Unidos y Europa, para ver cómo pueden desacreditar las democracias y sus ideales. —Sostiene que a estos países los une su enemigo, la democracia, y los intereses económicos: poco más. —No tienen un proyecto político, son estados ideológicamente muy distintos: la China comunista, la Rusia nacionalista, la Venezuela bolivariana, Corea del Norte... Son perfiles muy distintos. La mejor manera de entenderlo es decir que tienen un enemigo común. Y ese enemigo común somos nosotros, el mundo liberal. Su enemigo son las ideas de derechos humanos, del estado de derecho, de la transparencia y la rendición de cuentas: necesitan derrotar esas ideas. Y buscan derrotarlas a nivel doméstico, internamente, como vimos con el movimiento de las mujeres de Irán, y también buscan derrotar estas ideas en cualquier parte del mundo. A la vez, buscan ganar dinero juntos. Por ejemplo: los chinos venden tecnología de vigilancia a Rusia, y a Corea del Norte ya le han pagado por enviar tropas al frente ruso... —Da la sensación de que en lugar de un proyecto político alternativo a la democracia liberal, lo que tenemos son autócratas manteniéndose en el poder para hacer negocio. —Eso parece, aunque algunos son algo mucho más sofisticado. China, por ejemplo, tiene un proyecto nacional mayor, no solo tienen intereses económicos… Pero sí: muchos de estos líderes del mundo autocrático, a diferencia de lo que ocurría en el siglo XX, son multimillonarios. Así que tienen este incentivo adicional de querer conservar el dinero y de querer mantener sus secretos. Sabemos que Putin es millonario, pero no sabemos dónde tiene el dinero, cómo lo ha conseguido. Sabemos que Xi Jinping también es muy rico, pero no sabemos de dónde viene el dinero, ni dónde lo guarda. Para ellos, mantenerse en el poder, en parte, es también conservar este dinero y mantener su forma de vida. Todos han cometido delitos, todos han robado: no quieren perder poder porque entonces, quién sabe, podrían acabar asesinados o perdiendo todo su dinero. —Hasta hace poco aún se creía que el capitalismo podría democratizar el mundo. ¿Hemos sobreestimado su poder? —Sí, sin duda. Pero eras europeo, sobre todo alemán o alemana en los años 90, era razonable pensar así, porque desde la Segunda Guerra Mundial habías visto cómo los vínculos económicos creaban paz, democracia y estabilidad. Habías visto la caída del muro de Berlín. Acababas de asistir a todo eso, al clamor para que los europeos del Este se uniesen a esa democracia y prosperidad de Occidente. Y cabía pensar en un principio que podríamos incluir a Rusia y a China en este mundo democrático también, pero claramente hubo un punto en el que eso dejó de ser cierto. Creo fue en el año 2014. Ahí es donde se acabó. Ahí quedó claro que eso no iba a funcionar: Rusia se estaba poniendo en contra de Europa, China estaba cambiando su política exterior… De esto hace ya diez años. Y fue hace diez años cuando nosotros deberíamos haber dicho: vale, este proyecto se acabó, no está funcionando. Pero no lo hicimos y estamos pagando un precio muy caro por ello. —Se han cumplido treinta años desde la publicación de su primer libro, 'Entre Este y Oeste', que era una crónica de viajes por Lituania, Bielorrusia, Ucrania... ¿Cómo está ese mundo hoy en comparación con entonces? —Esa parte del mundo por la que yo viajé hoy en día es mucho más próspera que entonces. Las personas tienen muchas más oportunidades, mucho más acceso a distintas ideas y experiencias que hace treinta años eran impensables. Si nos fijamos en Ucrania: ¿cómo era Ucrania en los años 90? Kiev era un lugar oscuro, sombrío, raro, triste. Las personas tenían miedo de hablar con extranjeros, era un lugar muy primitivo. Hoy Kiev es una ciudad abierta, sofisticada, interesante, llena de personas jóvenes, con toda clase de ideas… Hay muchas cosas que son mucho mejores hoy de lo que eran entonces. No creo que estos treinta años hayan sido un fracaso, pero sí es cierto que ha habido un aumento en el cinismo. Hemos creado una clase de oligarcas mundial que ahora tiene su propia ética y sus propios objetivos políticos. Creo que eso quizás se podría haber impedido. Ahí es donde me parece que las cosas han ido a peor. —¿Confía en que los países democráticos consigan regular y luchar contra los cleptócratas? —Parecía que empezábamos a avanzar en esa dirección en Estados Unidos y Reino Unido, donde han intentado acabar con la existencia de compañías anónimas. Pero es muy difícil cambiar esta situación. Hay mucho dinero en juego y las personas que tienen ese dinero lo están usando para presionar a los políticos, para hacer lobbies en contra de estos cambios. Aunque si la Unión Europea decide que eso es lo que quiere hacer, creo que podría hacerlo. Tenemos que llegar a un punto en el que la gente entienda la gran amenaza a su modo de vida que suponen estas cosas. Tanto la corrupción como la desregulación de Internet se están convirtiendo en verdaderas amenazas para nuestras sociedades.