l Betis desplegó un juego anodino, previsible, falto de chispa e ingenio. Sin realizar un gran partido, la Real Sociedad tuvo más mordiente, dominó a su rival y creó mucho más peligro, especialmente en la primera parte. Los donostiarras adelantan a los béticos, que caen a la décima posición en la tabla clasificatoria. Pinta mal. ¿Qué le ocurre al Betis? Los norteamericanos creen en la «teoría del pato» o «el test del pato»: si anda como un pato, nada como un pato, grazna como un pato y parece un pato, lo más probable es que sea un pato. Se dice que fue el poeta norteamericano James Whitcomb Riley el que acuñó el razonamiento que viene al pelo cuando uno quiere manifestar que, a veces, de la propia observación de los acontecimientos cabe inferir lo que ocurre, aunque lo que haya detrás se considere complejo o se esconda bajo argumentaciones oscuras. Los españoles también tenemos nuestro dicho: «Al pan, pan; y al vino, vino». No es idéntico al test del pato, pero también sugiere que hay que llamar a las cosas por su nombre, sin rodeos ni miedo a «mentar la bicha». El juego del Betis no puede ser más ramplón. Los malos resultados se acumulan. Es lógico que la afición esté perdiendo la paciencia con los tropiezos verdiblancos esta temporada. En octubre, Pellegrini volvió a sumar su enésimo fracaso en un derbi. Las actuaciones de su equipo en Europa han despertado la indignación en la hinchada, el periodismo y una parte del club, que habla de «ridículo» y «bochorno». En Liga tan solo se ha disputado un partido que pueda calificarse de sobresaliente, completo: la victoria contra el Atlético de Madrid. La última derrota por 4-2 contra el Valencia destapó todas las debilidades que habían ocultado los empates anteriores en el torneo liguero. Con la derrota en San Sebastián, el Betis suma su cuarto partido sin ganar en el campeonato local. Ni en Conference, ni en Liga, parece Pellegrini capaz de motivar suficientemente a los jugadores. Casi todos están rindiendo por debajo del nivel que podrían mostrar. La culpa es de los jugadores, pero en estos casos se mira al entrenador, el máximo responsable en última instancia. Al igual que en el último partido contra el Mladá Boleslav, el joven Jesús Rodríguez fue de los pocos que se salvaron de la quema. Su descaro, valentía y capacidad para desequilibrar son esperanzadores. También Abde lo intentó una y otra vez, mientras que Lo Celso solo tuvo destellos intermitentes. Como si la apatía y la falta de intensidad se hubieran extendido como una epidemia en la plantilla, apenas hay quien con su personalidad en el campo pueda o quiera liderar un cambio de juego y de actitud. Ni siquiera el central Diego Llorente —que formó con Natan una de las mejores duplas de defensas al comienzo de la Liga— parece ya fiable. El defensor madrileño no estuvo fino contra el equipo con el que más partidos ha disputado como profesional. Ya había reconocido que el Betis estaba atravesando una «mala racha». Ni que lo diga: en el minuto 14 Llorente introdujo el balón en propia puerta y estuvo todo el partido dubitativo. No sé cuál es el término apropiado para definir la situación del Betis. Los periodistas empiezan a hablar, en sus corrillos, de «crisis», la palabra más temida por entrenadores y futbolistas. No pocos aficionados, al mencionar a Pellegrini, aluden sin tapujos al «fin de ciclo». No seré yo quien mente la bicha. Pero me remito al test del pato: si los jugadores béticos no son intensos ni creativos, si muchos deambulan por el campo desorientados, si cunde la desgana y la impotencia, todo indica que estamos ante un claro caso de fiasco, le pongamos el nombre que le pongamos. «Fútbol es fútbol», dijo el entrenador Boskov, en insultante perogrullada. Y un pato es un pato.