El veneno tuvo una presencia constante en la historia de la Antigua Roma, sobre todo, durante la dinastía Julia-Claudia a la que pertenecieron Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón , entre el 27 a. C. y el 68 d. C. Sin embargo, también otros reyes y generales más antiguos hicieron uso de él. La semana pasada ya les contamos la historia de Mitrídates el Grande , un monarca oriental que vivió un siglo antes que esos emperadores e hizo temblar a la todopoderosa República romana usando los venenos que había conocido a lo largo de su vida. En primer lugar, el que su madre le suministró a su padre en un banquete celebrado en el 120 a. C., cuando él era un niño. A raíz de ello su progenitor murió y él tuvo que huir de su madre. Se ocultó en los bosques para no correr el mismo destino y vivió como un animal salvaje entre los 8 y los 14 años, sobreviviendo solo en las montañas y alimentándose de lo que encontraba en la tierra y los árboles. Así acostumbró su cuerpo a todo tipo de frutos venenosos. Cuando entró en la adolescencia, decidió regresar a su antiguo hogar para matar a su madre y hacerse con el poder. Tras consumar su venganza, el famoso Rey de Ponto fue considerado uno de los militares más temidos de Asia Menor, a pesar de lo cual nunca consiguió deshacerse del miedo a morir él envenenado. Tal era la paranoia que le entró, en recuerdo de aquel trágico suceso de su infancia, que mientras aniquilaba a las tropas de los generales y dictadores más poderosos de la República, como Sila, Lúculo y Pompeyo, asesinó a su propio hermano, a sus cuatro hijos y a muchos desdichados de su círculo más íntimo. Lo hizo usando las pociones mortales que le preparaba un equipo de doctores-chamanes que le acompañaba. Hoy, sin embargo, vamos a contarles la historia de un personaje, incluso, más siniestro, sobre el que se ha escrito mucho en los últimos años, a pesar de que no se conocen todos los detalles de su vida. Hablamos de Locusta, autora de más de 400 asesinatos, usando todo tipo de venenos por orden de Agripina, la ambiciosa y despiadada mujer del emperador Claudio, y su hijo Nerón. Su figura, por ejemplo, ocupa un papel central en las dos novelas escritas en los últimos años por Margaret George, con las que intentó desmentir la visión generalmente negativa que se le ha dado al citado Nerón: 'Las confesiones del joven Nerón' (2017) y su continuación, 'Nerón: El esplendor y la derrota' (2018). En ambas, esta asesina es reflejada como una virtuosa de la farmacología que es utilizada para llevar a cabo una serie de asesinatos, unas veces por necesidad y otras por obligación. Así relató Suetonio, 2.000 años antes, cómo cometió su primer gran crimen: «Celoso de Británico [el hijo que Claudio había tenido con Mesalina], que tenía mejor voz que Nerón, y temiendo, por otra parte, que por el recuerdo de su padre se atrajese algún día el favor popular, resolvió deshacerse de él por medio del veneno. Una célebre envenenadora llamada Locusta proporcionó a Nerón un brebaje, cuyo efecto defraudó su impaciencia, pues no produjo a Británico más que una diarrea. Hízose traer a aquella mujer, la azotó por su mano y la reconvino por haber preparado una medicina en vez de un tósigo. Ella se excusó con la necesidad de mantener el crimen en secreto: 'Sin duda, temes la ley Julia', contestó Nerón con ironía. A continuación la obligó a preparar en su palacio y delante de él el veneno más activo y rápido posible. Lo ensayó en un cabrito, el cual vivió todavía cinco horas. En vista de ello lo hizo fortalecer y concentrar más, tras lo cual se lo dio a un cochinillo, que murió en el acto. Mandó entonces llevar el veneno al comedor y dárselo a Británico, que comía a su mesa». Por este mismo historiador sabemos que Locusta fue una esclava romana oriunda de las Galias con un gran conocimiento de hierbas y pócimas. Algunos la consideran la primera toxicóloga de la historia; otros, una asesina profesional muy eficiente. Obtuvo su estatus de leyenda tras ser condenada a muerte por envenenar a varias personas. Agripina, sin embargo, la perdonó y mantuvo con vida para usarla como sicaria para que les ayudara a matar a Británico y hacer emperador a su hijo. Según algunos autores, las setas que le sirvieron a Claudio en su infausta cena fueron envenenadas con arsénico; según otros, no hacía falta pues las setas eran las mortíferas Amanitas phdbides. Lo que sí parece claro es que, tras asesinar a Claudio y a su hijo, Británico, Locusta se convirtió, según Tácito, en un «instrumento del Estado». Nerón también la mantuvo cuando accedió al poder. «El nuevo emperador fue consciente de hallarse ante una mujer virtuosa de su oficio que podía seguir siéndole de gran utilidad en el futuro, hasta el punto de que le concedió inmunidad y extensos territorios en el campo. De esta forma pudo cultivar las plantas que necesitaba para elaborar sus venenos y formar a nuevos envenenadores profesionales. Locusta mantuvo, en adelante, cierta relación con Nerón», subraya Borja Méndez Santiago en el libro coral '250 mujeres de la Antigua Roma', editado por Pilar Pavón para la Universidad de Sevilla. ¿Dónde estaba el secreto de Locusta? ¿Cuáles eran los venenos que tan eficazmente creó? Aunque no se tiene constancia de cómo adquirió sus conocimientos sobre farmacología, está ampliamente probado que la toxicología en los tiempos de la Roma imperial se basaba principalmente en el conocimiento de las propiedades de las plantas, que además eran las únicas medicinas conocidas. También se conocían los efectos tóxicos de ciertos compuestos del arsénico y de algunos animales. Los historiadores romanos de la época explicaron muy detalladamente cómo se conseguían o elaboraban las sustancias venenosas y cuáles eran sus efectos, aunque hubiera mucho de magia y superstición en su empleo. La química española Adela Muñoz Páez explica en 'Historia del veneno. De la cicuta al polonio' (Debate, 2012) que las principales fuentes sobre este tema son los trabajos de Teofrasto, discípulo de Aristóteles, y 'De Materia Médica', escrita por Dioscórides. Este último ensayo, obra de referencia para las sustancias tóxicas durante siglos, recoge los efectos de más de mil medicamentos y drogas. Sin embargo, también hay testimonios sobre venenos en las obras de Scribonius Largus, Plinio el Viejo y el poeta Nicandro, del siglo II, que citaron plantas tóxicas a las que fueron muy aficionados los romanos: cólchico, eléboro negro y blanco, estramonio y tejo, está últioma conocida como «el árbol de la muerte». «Todas ellas contienen alcaloides mortíferos que en pequeñas cantidades son capaces de acabar con la vida de un adulto sano», aclara la autora. El historiador Tácito nos da algunos detalles más sobre cómo Agripina eligió a Locusta: «Con el saber de esta mujer se preparó el veneno y se encargó de servirlo a Haloto, uno de los eunucos, que era quien solía llevarle al emperador Claudio las comidas a la mesa y probarlas [...]. El veneno se echó en un sabroso plato de setas y los efectos del tóxico no se notaron en un primer momento, ya fuera por la estupidez de Claudio, ya porque estuviera borracho […]. Una descomposición del vientre había venido en su ayuda. Aterrada por ello, Agripina emplea la complicidad de Jenofonte, el médico. Se cree que este, aparentando ayudarle en sus intentos de vomitar, hundió hasta su garganta una pluma untada en un rápido veneno». Al final, escandalizado por los excesos de Nerón, el Senado se rebeló contra él y lo declaró enemigo público. Gracias a Suetonio sabemos que fue Locusta quien proporcionó a Nerón un veneno en polvo con el que poder quitarse la vida antes de ser ajusticiado, pero le fue arrebatado por sus propios guardias personales. Cuando subió al trono, Galba ordenó que la asesina en serie, junto a otros favoritos de Nerón, fueran conducidos, encadenados, a través de la ciudad y, posteriormente, ejecutados. «Algunos trabajos tratan de clasificarla de manera sensacionalista como la primera asesina en serie de la historia, olvidando su condición de esclava y la obligación de servir a sus señores. Locusta siempre actuó como un instrumento al servicio de Agripina y de su hijo Nerón». Cuadros como el de Joseph-Nöel Sylvestre que ilustran este reportaje no nos muestran simplemente a esta famosa mujer probando sus venenos en seres humanos, sino que ilustran, también, la cara más oscura de los emperadores, capace de las mayores atrocidades por perpetuarse en el poder. El historiador Tácito, que la define como «condenada por inventora de venenos y famosa por sus maldades», cuenta que «halló fin en el reinado de Galba el castigo que merecían sus crímenes».