Nunca como ahora se ha necesitado tanto valor para ser moderado. Nunca como en estos días se ha precisado de tanta fuerza para dialogar con quien no piensa exactamente como nosotros. Nunca como en estos últimos años se ha podido considerar como un ejemplo de firmeza pretender acordar con el adversario. Nunca antes había pasado como ocurre hoy, en esta España crispada y polarizada, de muros y de frentes , de insultos y ruido, que sea posible definir la serenidad, la tranquilidad, la sensatez y el sentido común como atributos políticos casi revolucionarios, por infrecuentes y desusados. Y es por todo lo descrito por lo que les propongo, lectores, precisamente eso: una reflexión serena acerca de lo que nos podría estar sucediendo como país, como sociedad, sobre lo que quizás estemos necesitando y sobre los grandes acuerdos de Estado, de país, para mejorar nuestro presente pero, fundamentalmente, para ganar nuestro futuro. Entre todos, porque siempre le he dado mucho valor a que lleguemos todos juntos antes de que lleguemos primero a esas metas, pero solo unos pocos. Y más si estas impelen al conjunto de la sociedad. El radicalismo, el frentismo, son condiciones de la política más mediocre. Sobran gritos, ruido e insultos. Desde hace ya demasiado tiempo se tiene por posición política deseable el solo contestar que no cuando quien hace una propuesta no es «de los nuestros», sin atender a lo que se propone. El primer objetivo que podemos plantearnos, por tanto, es reconstruir la España moderada. La crisis de 2007 abrió las puertas al auge de populismos que cuestionan el orden constitucional, debilitando los principios sobre los que se sustenta nuestra convivencia. No basta con votar para que una democracia sea sólida. La política de partidos, en ocasiones, ha tratado de imponer modelos extremos, cayendo en un presidencialismo exacerbado o en un esquema donde el poder reside en la militancia, desviándonos del espíritu plural que la Constitución defiende. A esto se suma un populismo territorial, representado por el independentismo, que recurre al discurso fácil de «España nos roba» en tiempos de crisis. Para reconstruir la España moderada, debemos rechazar los populismos que dividen y apostar por un modelo de consenso que una a la sociedad, como se logró al crear nuestra Constitución. Ese acuerdo, basado en la pluralidad, evitó la reproducción de fracturas sociales que aún amenazan con desestabilizarnos. El segundo objetivo prioritario debería centrarse en alcanzar un gran pacto por la competitividad en España. Para avanzar hacia un modelo económico robusto y sostenible, necesitamos proyectar el futuro de nuestra energía e infraestructuras con visión de largo plazo. España es un país con una de las mayores esperanzas de vida a nivel mundial, un capital humano de gran calidad y empresas que destacan en el ámbito del emprendimiento global. Además, nuestro potencial en energías renovables nos sitúa en una posición única para liderar este sector en Europa. Sin embargo, quizá el verdadero reto no radique solo en exportar el excedente de energía, sino en utilizarla para impulsar nuestra propia producción tecnológica e industrial. Asimismo, necesitamos un acuerdo nacional sobre infraestructuras que fomente su mantenimiento y expansión ya que, en los últimos años, la inversión en este ámbito se ha ralentizado, lastrando nuestra capacidad competitiva. Consolidar este pacto de competitividad es esencial para garantizar el crecimiento económico sostenible de nuestro país y aprovechar nuestras ventajas en sectores estratégicos. En tercer lugar, es necesario abrir un espacio de reflexión serena en torno a la Constitución, el mayor logro de nuestra democracia y el pilar que ha sostenido la convivencia en España durante décadas. Nuestra Carta Magna, fruto de un consenso histórico, ha sido objeto de ataques desde distintos frentes, donde algunos, bajo una supuesta modernidad, intentan socavar su vigencia y fragmentarla desde dentro. A pesar de ello, sigue siendo un texto plenamente válido y un referente para nuestra sociedad. No obstante, requiere de ciertos ajustes que respondan a los desafíos actuales y permitan su adaptación a los tiempos que vienen. Anticipar estos ajustes es una medida prudente y necesaria para evitar que, en un futuro, la falta de revisión derive en una crisis de legitimidad o en un cuestionamiento general del sistema democrático. Abordar esta revisión desde el consenso y la responsabilidad, fortalecerá la Constitución y reafirmará su papel como garante de nuestra convivencia democrática. En cuarto lugar, es fundamental abordar la financiación y ordenación territorial de manera equilibrada y con visión de futuro. El modelo autonómico ha fortalecido el Estado, pero también plantea retos que requieren una revisión cuidadosa y objetiva. Es necesario analizar con rigor las competencias autonómicas y estatales, estableciendo con claridad aquellas que deben ser comunes en todo el territorio y las que corresponden a cada autonomía. Este análisis debe realizarse con criterios igualitarios, de modo que todas y todos los ciudadanos, sin importar su lugar de residencia, puedan acceder a servicios esenciales en tiempos y condiciones comparables. Para lograrlo, la transparencia es clave: definir con precisión las competencias que corresponden a cada nivel de gobierno y asegurar que esta estructura no sea susceptible de manipulación por minorías que busquen ventajas exclusivas. El objetivo debe ser construir un sistema justo y estable que garantice un tratamiento equitativo y eficaz en toda España. Por último, es esencial establecer un proceso de armonización con las autonomías. Si bien una competencia saludable entre comunidades puede ser beneficiosa, se requiere una mayor coherencia en áreas clave como la fiscalidad. No basta con compartir ingresos; es necesario que cada autonomía también gestione los gastos con responsabilidad y eficiencia. Esta armonización contribuirá a un equilibrio más justo, favoreciendo tanto el desarrollo territorial como la cohesión nacional. En un sentido más amplio, y en consonancia con los cinco objetivos planteados, considero que el verdadero valor en política hoy reside en defender la moderación, alcanzar consensos y afrontar los retos del futuro sin vacilaciones. Para ello, resulta imprescindible una reflexión profunda y un debate público sincero y equilibrado. En Castilla-La Mancha vivimos un momento extraordinario marcado por la llegada continua de empresas, inversiones de capital extranjero, crecimiento del empleo, bajadas históricas del paro o cambios significativos en materia energética. Doy fe de que disfrutamos de una estabilidad y normalidad que se contrapone con el clima general del país. Y eso se percibe dentro y fuera de nuestra región. Estoy convencido de que parte de ese clima social procede de un abordaje de la política desde la serenidad, y así seguirá siendo.