La idea de que las especies no son fijas, sino que cambian a lo largo del tiempo, tiene raíces profundas en la historia del pensamiento humano. Filósofos griegos como Anaximandro y Empédocles ya especulaban sobre la posibilidad de que los organismos se transformaran a partir de formas más simples. Sin embargo, estas ideas no se basaban en evidencias empíricas y fueron eclipsadas por la interpretación literal de los textos sagrados durante la Edad Media. Durante el siglo XVIII, un creciente cuerpo de evidencia procedente de la exploración naturalista comenzó a desafiar la idea de la inmutabilidad de las especies. Naturalistas como Carl Linneo, aunque defensor de la clasificación fija de los organismos, reconoció la existencia de variaciones dentro de las especies. Buffon, por su parte, propuso que las especies podían degenerar y adaptarse a diferentes ambientes, y Erasmus Darwin, abuelo de Charles, sugirió la posibilidad de un ancestro común para todos los seres vivos. Los avances en geología y paleontología durante los siglos XVIII y XIX proporcionaron nuevas pistas sobre la historia de la Tierra y la vida en ella. Geólogos como James Hutton y Charles Lyell propusieron que la Tierra tenía una edad mucho mayor de lo que se pensaba y que los procesos geológicos habían actuado de manera gradual durante millones de años. La paleontología, por su parte, reveló la existencia de fósiles de organismos extintos, lo que sugería que la vida en la Tierra había cambiado a lo largo del tiempo. La historia de la ciencia, como la vida misma, está llena de giros inesperados, rivalidades y colaboraciones. El caso de Darwin y Wallace es un ejemplo fascinante de cómo la pasión por descubrir los misterios de la naturaleza puede llevar a grandes descubrimientos, pero también a momentos de tensión. Imaginemos dos naturalistas, cada uno en un rincón del mundo, obsesionados con dar respuesta a una misma pregunta: ¿Cómo han surgido todas las especies de seres vivos que habitan nuestro planeta? Uno, Charles Darwin (1809-1882), navega a bordo del Beagle, explorando las Galápagos y recolectando miles de especímenes. El otro, Alfred Russel Wallace (1823-1913), se adentra en la exuberante selva amazónica, buscando pistas sobre la distribución de los seres vivos. Ambos, sin conocerse, estaban a punto de revolucionar nuestra comprensión del mundo natural. De forma independiente, habían llegado a una misma conclusión: las especies no son inmutables, sino que evolucionan a lo largo del tiempo a través de un proceso que Darwin bautizó como «selección natural». En 1858, Wallace, desde la lejana Indonesia, envió una carta a Darwin. En ella exponía su teoría de la evolución por selección natural, una teoría casi idéntica a la que Darwin había estado desarrollando durante años. El científico inglés se quedó atónito. Su trabajo de una vida parecía estar a punto de ser eclipsado. Darwin se encontraba en un dilema. Por un lado, se sentía abrumado por la coincidencia con Wallace. Por otro, llevaba años trabajando en su teoría y tenía una inmensa cantidad de datos que respaldaban sus ideas. Con la ayuda de sus colegas, decidió presentar un resumen de su trabajo junto con la carta de Wallace en una reunión de la Sociedad Linneana de Londres. La presentación conjunta de las ideas de ambos científicos fue un momento crucial en la historia de la ciencia. Y es que ambos naturalistas, sin buscarlo, habían llegado a la misma conclusión por caminos independientes. La teoría de la evolución por selección natural había nacido. A pesar de la coincidencia en sus ideas, la relación entre Darwin y Wallace no estuvo exenta de tensiones. Algunos historiadores han sugerido que hubo cierta rivalidad entre ambos, especialmente en los primeros años. Sin embargo, con el tiempo, la relación entre ambos se volvió más cordial y colaborativa: Darwin reconoció siempre la importancia del trabajo de Wallace y lo defendió públicamente. Pero, ¿por qué Darwin se hizo más famoso? A pesar de que ambos científicos presentaron sus ideas de forma simultánea, Darwin se convirtió en el rostro de la teoría de la evolución. ¿Por qué? Hay varias razones: Darwin publicó un libro monumental ('El origen de las especies') en el que desarrollaba su teoría de forma exhaustiva, proporcionando una gran cantidad de evidencias y argumentos; Darwin era un científico meticuloso y paciente, mientras que Wallace era más impulsivo y aventurero; y, por último, el primero vivía en el epicentro de la comunidad científica de Londres, mientras que Wallace estaba lejos, en el sudeste asiático. La historia de Darwin y Wallace es un recordatorio de que la ciencia es una empresa humana, llena de pasiones, rivalidades y colaboraciones, en donde la búsqueda de la verdad puede unir a personas de diferentes orígenes y culturas.