Tengo la percepción de que el fútbol masculino ha entrado en una espiral de dureza desmesurada. En algunos casos la violencia adquiere tonos peligrosos. Los árbitros son excesivamente tolerantes con el juego sucio y con encontronazos cuerpo a cuerpo. Cuesta mucho que enseñen la tarjeta amarilla. Estaría bien fijarse en la finura y el ‘fair play’ que hasta ahora han exhibido las profesionales femeninas. El fútbol no es rugby ni un ring de boxeo. En algunos casos los árbitros son excesivamente susceptibles al recibir alguna palabra gruesa de jugadores o cuerpo técnico.