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“No me representan”, problema pandémico de la democracia

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La democracia mexicana, como la conocemos, cumple apenas un cuarto de siglo, con tres alternancias en la Presidencia, aunque múltiples en casi todos los ejecutivos estatales. En la coalición gobernante, entendida como el arreglo político de intereses entre los diferentes gobiernos y la parte más alta de la élite empresarial, cultural y mediática, solo se observan cambios (y no drásticos) a partir de 2018.

Al oído, en la nuca o en el cuarto de al lado, los actores principales del empresariado han tenido una vida simbiótica con el poder político. Ambos han necesitado del otro para desarrollarse. La diferencia principal entre ellos ha consistido en que el poder político es más fuerte, pero temporal, mientras que el poder económico es permanente (Foucault).

En democracia los políticos cambian, pero la élite económica prevalece: la impulsada por Carlos Salinas, beneficiaria de privatizaciones, no ha sido relevada más que por sus herederos, en un incipiente proceso generacional. Los mismos apellidos, lo más rancio de la élite económica nacional. Se mantiene el statu quo.

La alternancia en 2018 no fue una ruptura de la coalición, no al menos por iniciativa del primer gobierno de Morena. El capital nacional, por su parte, sí congeló inversiones, dejando que fluyeran solo las de mantenimiento de fierros, mientras observaba el comportamiento de las nuevas políticas públicas.

Si no hubo ruptura, sí se dio lo que en el tetrateísmo se denomina la separación de poderes, del poder político respecto del económico, reflejada en la suspensión del perdón fiscal, en el cambio de proyecto aeroportuario, en la recuperación de decisiones energéticas, en negar rescates públicos para superar la crisis pandémica... La Presidencia reclamó para sí la centralidad de las decisiones de política económica, aunque nunca se planteó un modelo de desarrollo alternativo, ni una política de expropiaciones, o una modificación de las formas de propiedad, solo un mayor intervencionismo estatal.

Si no hay un viraje en el modelo de desarrollo, sino un nuevo foco en la disminución de desigualdades a partir de transferencias directas convertidas en derechos sociales, tampoco hay, hasta ahora, un nuevo modelo de democracia. Se fortaleció la democracia participativa (consultas populares, revocación de mandato…), pero el contenido de la reforma política del llamado plan A fue distinto al del plan B, y dado que el plan C (alcanzar la mayoría) sí se consiguió, el paquete de reformas constitucionales reciente avanza sin más obstáculo que los propios tropezones. Ahora toca construir la reforma política necesaria para mejorar el modelo de representación política y diseñar la democracia del futuro.

Uno de mis filósofos favoritos, Lawrence Peter Berra, el famoso beisbolista Yogui Berra, afirmó que “el futuro ya no es como solía ser” (luego Felipe González y Juan Luis Cebrián robarían su frase para su libro de conversaciones).

La democracia mexicana del futuro ya cambió, ya no será principalmente instrumental. Ya no es como hubiera sido, porque la coyuntura electoral de 2024 fue el momento táctico límite que no pudo ser la del 2018.

En cualquier caso, el principal problema de la democracia mexicana sobreviene de una crisis de representatividad en la mayoría de los actores sociales y políticos. Los partidos, en el escalón más bajo de credibilidad, dejaron de representar a la parte de la sociedad cuyas banderas decían suyas. Es un tema de agenda; la del partido y sus intereses sustituyeron al interés colectivo. La categoría social beneficiada llegó a ser diferente de la categoría social a nombre de la cual se actúa.

Sucede también, por ejemplo, con las iglesias. La Conferencia del Episcopado Mexicano apantalla a cualquier pelao, pero podrán decir misa, que no movilizan a sus feligreses política y electoralmente. Dan nota, pero viven también una crisis de representatividad. Tampoco son de fiar los representantes de otras religiones que ofrecen credenciales electorales a cambio de una feriecilla o candidaturas. Ya no digamos los medios de comunicación tradicionales con sus propias plataformas en redes muy eficaces para la divulgación de un acontecer, pero su influencia en credibilidad y capacidad de movilización disminuye.

Al margen de las reformas, los actores políticos y sociales con futuro serán los que mejoren su calidad y capacidad de representación. Decía Berra, “si no sabes a dónde te diriges, puedes terminar en cualquier otro lugar”.

Lectura sugerida: Nosotros contra ellos. N. Aruguete y E. Calvo (S. XXI).




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