Tengo una debilidad cuando llegan estas fechas y, como es inconfesable, la voy a confesar aquí. Consiste en atiborrarme de almibaradas películas navideñas. Sucumbo no sólo a los clásicos, que revisito con placentera constancia, como Qué bello es vivir, El bazar de las sorpresas y otros tantos, sino también a las películas más infames, aquellas con una trama que incluso avergüenza rememorarla, como una reciente que he visto sobre una estatua de hielo que cobra vida. El único requisito imprescindible que les pido, además de una maximalista ambientación navideña, es que acaben con un canónico final feliz: la consumación de un romance, la reconciliación entre amigos, cualquier cosa me vale. Acercándose la Nochebuena, lo único que le pido a Netflix...
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