El regreso de Landau
México, tenemos un problema. ¿O cómo podemos entender que la presidenta Claudia Sheinbaum haya celebrado el nombramiento de Christopher Landau como próximo subsecretario de Estado? Landau fue embajador en México durante el primer cuatrienio de Donald Trump en la Casa Blanca, y según Sheinbaum, “hizo un buen trabajo”. Habría que pedirle a la Presidenta que defina su valoración de Landau y explique por qué se mostró tan entusiasta, pues de otra forma lo que parece es ser una líder mal informada, o vivir bajo la manipulación que logró el exembajador a través de una estrategia inteligente y consistente de relaciones públicas, apoyado por la corta memoria mexicana.
Landau fue un gran publirrelacionista proyectado por un influencer famoso que se volcó al obradorismo, que le manejaba sus redes sociales personales, a través de las cuales desarrolló una especie de poder suave a través de selfies de sus visitas a mercados, de las flores multicolores mexicanas y la amplia gastronomía, que generaron la percepción de que era un embajador sencillo, simple e, incluso, ingenuo. Nada más erróneo. El operador de sus redes, que gozaba de una amplísima carta blanca del exembajador, era altanero y agresivo, que lo llevó a un famoso episodio de hostilidad contra una estudiante de Relaciones Internacionales del Colegio de México.
La estudiante de la maestría cuestionó su manejo en Twitter (hoy X) por criticar a periodistas mexicanos –varios de los cuales publicaron información sensible que no le gustó que se hiciera pública–, que combinaba con una sistemática difusión de comida mexicana. “Dice mucho de la percepción del pueblo al que busca agradar”, agregó la estudiante. “Nos concibe rudimentarios. Cree que alabaremos a cualquier extranjero blanco que coma nuestra comida y no desprecie a la gente común”.
La respuesta de Landau en manos de su influencer fue altanera. “Disculpa que no sea lo suficientemente sofisticado para ti”, escribió en la cuenta del exembajador. “Obviamente tu gran educación y conocimiento del mundo te permitirán hacer un trabajo diplomático mucho mejor que las comunicaciones ‘rudimentarias’ de este ‘extranjero blanco’”. La respuesta de Landau, graduado en el College y la Escuela de Derecho de Harvard con honores, hijo de diplomático y experto en temas latinoamericanos, reflejó su racismo, lo que provocó una condena de la Sociedad de Estudiantes del Colegio de México por provocar “hostigamiento selectivo” a una compañera.
Trump había reclutado a Landau de la firma Quinn Emanuel Urquhart & Sullivan, uno de los despachos especializados en delitos de cuello blanco más famosos de Estados Unidos. Un abogado con experiencia por más de tres décadas, Landau dejó la embajada pero no se alejó de los republicanos ni de Trump. Su nominación obedece en parte a las vinculaciones con el partido, porque no se le conoce de una amistad cercana con el presidente electo. Jugará como número dos en el Departamento de Estado, donde el canciller será Marco Rubio, que también conoce las partes más oscuras de México, y las cañerías en las que se manejaba el expresidente Andrés Manuel López Obrador.
Landau no llevará directamente los asuntos de México, pues para eso existen dos instancias importantes, el Mexican Desk, la oficina que se encarga del día a día burocrático de los asuntos mexicanos, y la Secretaría de Estado Adjunta para el Hemisferio Occidental, que se ocupa de América Latina y el Caribe. Sin embargo, en algo que la Presidenta y la opinión publicada coinciden, es que conoce México. Lo que es disonante es qué hizo Landau con el conocimiento de México y los mexicanos, durante su paso como embajador aquí.
Lo primero que demostró es haber estado bien equipado para el cargo. El primer día en la embajada, fue informado que la DEA estaba investigando al exsecretario de la Defensa, el general Salvador Cienfuegos, y como debía, guardó la secrecía de la operación desde que presentó sus cartas credenciales en agosto de 2019, hasta que lo capturaron en Los Ángeles en octubre del siguiente año. Funcionarios mexicanos se quejaron en privado que Landau nunca les hubiera advertido lo que vendría, mostrando, ellos sí, ingenuidad.
Paradójicamente, la seducción pública sobre su persona era diferente en las reuniones privadas. A principio de enero de 2021, por ejemplo, Landau llamó al entonces secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, para hacerle un fuerte extrañamiento de parte del gobierno de Trump por la propuesta de López Obrador de concederle asilo político al fundador de WikiLeaks, Julian Assange, a quien había acusado Estados Unidos de violar el acta de documentos secretos. Ebrard no tenía idea de lo que decía el embajador, porque la propuesta había sido una ocurrencia de López Obrador que no consultó con nadie. Pero el problema quedó y se agravó, porque el expresidente le pidió a Ebrard que formalizara la propuesta. En Washington, lo ignoraron.
Para entonces, Landau parecía haber agotado su paciencia con el gobierno mexicano. En ese mes Joe Biden asumió la jefatura de la Casa Blanca y el embajador se estaba despidiendo. Pero lo hizo con rudeza, críticas y medidas unilaterales que tomó el gobierno saliente de Trump.
La más importante en esos días fue que a partir del 26 de enero, todos los viajeros mexicanos a Estados Unidos, como destino final o en tránsito, tendrían que llevar una prueba negativa de covid-19, que fue una decisión que se tomó sin preguntar la opinión del gobierno de López Obrador. A Ebrard lo dejó con un rayón en la imagen, pues declaró que el gobierno mexicano se había negado a recibir equipo para detectar el tráfico de armas procedente de Estados Unidos, una decisión que le dejó López Obrador al entonces canciller.
Landau supo manejar a su conveniencia a los mexicanos y la estrategia le ha durado varios años. Trump dijo que lo designó para trabajar con Rubio en “promover nuestra seguridad nacional y nuestra prosperidad a través de una Primera Política Exterior de Estados Unidos”. Qué significa exactamente, sólo Trump lo sabe. Pero la seguridad y la prosperidad que plantea Trump tiene en México una estación, la de la migración y los aranceles comerciales, de los cuales, en efecto, Landau sabe y entiende bien.