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Декабрь
2024

Un aniversario entre cenizas y promesas rotas: tres años desde que el volcán de La Palma enmudeció

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El 13 de diciembre de 2021, La Palma recuperó el silencio. Tras 85 días de erupción, el volcán de Cumbre Vieja, cuya lava sepultó hogares, tierras de cultivo y sueños, cesó su actividad. Tres años después, el recuerdo del fuego sigue vivo en los corazones de los palmeros, pero también la frustración de una isla que siente haber sido abandonada por quienes prometieron su reconstrucción. La imagen de La Palma hace tres años estaba marcada por el caos, el temor y la destrucción. Las columnas de humo, las lluvias de ceniza y las coladas de lava avanzaban implacables, arrasando con todo a su paso. Cientos de familias perdieron sus hogares, muchas de las cuales vivían del cultivo de plátanos, el motor económico de la isla.

En los días y semanas posteriores al fin de la erupción, la presencia del Gobierno español en La Palma fue constante. Pedro Sánchez visitó la isla en varias ocasiones, reiterando que «ningún palmero se quedará atrás». Se anunciaron planes de ayuda que ascendían a más de 500 millones de euros, destinados a la reconstrucción de viviendas, el apoyo a los agricultores y la restauración de infraestructuras. Se prometió, además, un esfuerzo para el restablecimiento de la economía local, que debía pasar por la reactivación del turismo y la agricultura.

Sin embargo, tres años después, muchas de esas promesas siguen siendo solo palabras vacías. Según datos oficiales, apenas el 25% de los fondos prometidos ha sido ejecutado, dejando a cientos de familias en una situación de extrema precariedad. Las viviendas prefabricadas, que se instalaron como solución temporal para los afectados, han sido objeto de críticas. Estas casas, que se pretendían una respuesta urgente, no solo son pequeñas y carecen de adaptabilidad al clima volcánico de la isla, sino que también han quedado desactualizadas ante las necesidades de las familias que aún las habitan. En el caso de Vicente Leal, la incertidumbre fue el principal factor que marcó los días previos. A pesar de las previsiones que indicaban que la erupción sería a unos dos kilómetros al sur, fue la casa de Vicente, a tan solo unos cientos de metros del cráter, la que se vio directamente afectada.

La primera señal fue un temblor de magnitud 4,5 que estremeció su vivienda, un preludio de lo que estaba por venir. Los temblores continuaron, y en su mente nunca dejó de rondar la idea de que el volcán entraría en erupción cerca de su hogar.

Cuando la fisura se abrió cerca de su finca, la lava no arrasó la casa, aunque estuvo a escasos 20 o 30 metros de su propiedad. «Fue casi un milagro», expresa Vicente, destacando el esfuerzo de toda su vida por mantener la vivienda en pie. Sin embargo, la devastación fue evidente. Pese a la suerte de que la lava no la destruyera, la casa quedó sepultada bajo toneladas de ceniza y escombros.

En la historia de Vicente resalta la vulnerabilidad de aquellos que viven cerca de estos fenómenos naturales. Una de las partes impactantes de su relato es el esfuerzo físico y emocional para la recuperación de su vivienda. Con la casa rodeada por una gruesa capa de piroclastos, Vicente y su familia han tenido que hacer frente a un trabajo titánico, removiendo los escombros de la casa sin ayuda significativa. «Fue un trabajo de bobo, pero lo que se trataba era de quitarle el mayor peso posible a la casa», comentó.

El esfuerzo ha sido personal, con la ayuda de sus hijos y amigos, ya que la intervención de la administración y las autoridades ha sido limitada. La UME, por ejemplo, no intervino directamente en su propiedad, dejando a Vicente y su familia la responsabilidad de limpiar y proteger lo que quedó de su hogar.

Una de las críticas más duras que Vicente expone es la falta de apoyo por parte de las autoridades. A pesar de que el Gobierno de Canarias y el Cabildo prometieron ayudas y compensaciones para las víctimas de la erupción, Vicente denuncia que no ha recibido ni un solo euro. Explica que, debido a que su casa no fue completamente destruida por la lava, no es considerada una víctima elegible para las ayudas directas. «Las casas que se pagan son las casas que están sepultadas por la lava», señala, una distinción que ha dejado a muchas personas en una situación precaria, como él.

El problema se agrava cuando se observa que las ayudas ofrecidas para quienes perdieron sus viviendas están lejos de cubrir los daños reales. La póliza de seguro que le ofrecieron fue insuficiente, debido a las restricciones impuestas por las circunstancias. El valor real de su casa no estaba asegurado, lo que ha dejado a Vicente con una deuda de recuperación que podría llevarle años.

La experiencia de Vicente Leal deja clara la necesidad de una reflexión crítica sobre la gestión de las ayudas en situaciones de desastre. Si bien la respuesta inicial ante la erupción fue eficaz, el tiempo ha dejado al descubierto los fallos en la estrategia de recuperación y la distribución de recursos. La falta de un apoyo a quienes han sufrido los efectos inmediatos del volcán, y la diferencia en la asistencia entre quienes han perdido todo y aquellos cuyas casas siguen en pie, pone en duda la efectividad de las políticas de ayuda.

Además, la postura de Vicente sobre la necesidad de restaurar su hogar a su propio ritmo subraya un aspecto importante: la resiliencia de los afectados debe ser respaldada por una red de apoyo que permita recuperar no solo lo material, sino también el sentido de pertenencia y esperanza. La historia de Vicente es la de miles de familias en La Palma que, a pesar de la magnitud de la tragedia, siguen luchando por mantener vivas sus raíces y su hogar, sin esperar más que lo mínimo: el respeto y la justicia por parte de las instituciones.

Uno de los mayores obstáculos que han enfrentado los afectados por la erupción es la complejidad de los procesos administrativos, que han resultado ser una barrera casi insalvable. Las familias damnificadas, en su mayoría personas mayores y trabajadores de la agricultura, se han visto atrapadas en un laberinto de papeleo que parece no tener fin. «Te dicen que debes llenar formularios, que debes llevar ciertos papeles y, cuando los tienes, te piden más. Es un círculo vicioso que no termina», explica.

Según un informe de la plataforma de afectados por el volcán, más del 60% de las solicitudes de ayudas directas han sido denegadas por errores administrativos o falta de documentación. Este nivel de ineficiencia no solo ha sembrado el malestar de la población local, sino que también ha puesto en duda la capacidad del gobierno para gestionar una crisis de tal magnitud. Los afectados continúan viviendo en condiciones precarias, sin una solución clara a corto plazo. Y mientras las cenizas del volcán se han asentado, el malestar de La Palma sigue muy al rojo vivo.




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