“El milagro del Río Han” es una expresión que connota el despegue económico de Corea del Sur posterior a la Guerra Civil. Después de que Han Kang obtuvo el Premio Nobel de Literatura, la sociedad coreana revivió esta expresión en el ámbito cultural, considerando que la palabra coreana “kang” significa “río”. Sin embargo, como la expresión lo muestra, nuestro enfoque se concentra en la capital, el lugar del Río Han, y, así, cuando hablamos de este milagro nos olvidamos de la marginalidad, porque hoy en día existe una sombra que se extiende por todos los rincones del país: la de aquellos que no han sido nombrados o reconocidos como el fundamento económico surcoreano.A la luz del nuevo logro cultural que nos dirige hacia las humanidades, este recorrido socioeconómico comienza con el periodo dictatorial para ilustrar los matices de una sociedad que solo muestra su brillo ante los ojos extranjeros. Aunque las controversias siguen vigentes, no podemos ignorar que la primera dictadura presidida por Park Chung-hee (1963-1979) desarrolló nuestra economía con rapidez. No sería una exageración decir que este periodo de múltiples sacrificios ha sido la base económica de Corea del Sur. Tras la experiencia colonial (1910-1945) y la Guerra Civil (1950, temporalmente pausada en 1953), la península coreana fue destrozada. Sin recursos, la ayuda estadunidense llegó para reconstruir lo más básico de la nación. No es difícil de imaginar que, entonces, Corea del Sur no contaba con suficientes fondos para promover su desarrollo como nación. Como consecuencia, el gobierno dictatorial surcoreano recibió dinero de algunos países bajo ciertas condiciones. Entre 1960 y 1980, muchos coreanos fueron enviados a Alemania para trabajar como mineros y enfermeras. En 1964 el gobierno dictatorial envió al ejército coreano a la Guerra de Vietnam para conseguir el apoyo financiero de Estados Unidos. En 1965, el mismo gobierno estableció relaciones diplomáticas con Japón, aceptando su indemnización por la colonización japonesa de Corea, que involucraba una “compensación” en relación a las coreanas que fueron obligadas a servir como esclavas sexuales en los campos militares japoneses.De la dictadura militar de Park Chung-hee surge otra, la de Chun Doo-hwan, quien estuvo en el poder hasta 1987. Ese año, Roh Tae-woo fue nombrado representante del Partido de la Justicia Democrática por el expresidente Chun, quien lo eligió como su sucesor. Partícipes de la dictadura, estos personajes confrontaron la resistencia pública con la muerte violenta de los ciudadanos y estudiantes universitarios. Tras estos acontecimientos, Roh planteó el cambio democrático de Corea del Sur. Desde entonces el país ha mantenido una elección democrática.En este contexto, el interés empresarial y gubernamental en el crecimiento económico resultó en la expansión a ciegas y su derrumbe posterior por extracción de capitales extranjeros. Así, en 1997 el gobierno surcoreano solicitó ayuda del Fondo Monetario Internacional para evitar la moratoria nacional. Durante este periodo, hubo un aumento masivo del desempleo y la bancarrota empresarial. Además, el gobierno surcoreano intentó vender las empresas públicas para pagar las deudas. Todavía recuerdo un fin de semana que mi padre no regresaba a casa por la protesta contra la venta de su empresa en Seúl —en ese entonces él trabajaba en la empresa pública de electricidad en Daecheon-si, una pequeña ciudad que queda a tres horas de la capital en autopista—. Mis padres me explicaron lo que pasó en Seúl. Si no mal recuerdo, después de la protesta, mi padre se refugió con sus compañeros en una iglesia protestante, en esos momentos el lugar más seguro para esquivar a la policía. A fin de cuentas, su empresa terminó siendo dividida en cinco que no se vendieron. Todos los trabajadores tuvieron que buscar sobrevivir laboralmente bajo el control de un gobierno que limitaba su libertad de manera implícita.Partiendo de este recorrido, podemos vislumbrar un desarrollo económico que bajo su resplandor contiene el sacrificio anónimo. Lamentablemente, no hace mucho que esta sombra recibe merecida atención. Aunque la sociedad coreana ha empezado a enfrentar esta oscuridad, lo cierto es que ha puesto mayor interés en los participantes de los movimientos democráticos que en los sacrificados por el desarrollo económico. Al término de 1997, el gobierno surcoreano reconoció el efecto posterior de la Guerra de Vietnam tratando de compensar el daño causado a los soldados por el defoliante, y, en 2021, el Congreso surcoreano aprobó una ley para apoyar financieramente el costo de vida mínimo de los trabajadores despachados a Alemania. Por su parte, el convenio con Japón no se ha resuelto y, de hecho, nos sigue causando conflicto y sufrimiento como nación.En cuanto al sistema educativo, posterior a la Guerra Civil, el dominio militar estadunidense estableció la estructura educativa de Corea del Sur. Planteó un modelo de libre discusión que fracasó en las aulas porque los estudiantes estaban y siguen habituados a las clases magistrales desde la colonización japonesa. En este modelo, los estudiantes siguen y transcriben las ideas de los docentes, sin cuestionar la mayoría de la información. Después, el gobierno dictatorial del expresidente Park modificó su estructura parcialmente, aboliendo el examen general para entrar en las secundarias, pero estableciendo el examen general de ingreso a las universidades que sigue en funciones.A la par de estas experiencias traumáticas, la igualdad de oportunidades tras el fin del sistema de castas no solo aumentó, sino gestó la obsesión de la sociedad surcoreana por el éxito basado en la educación. Los padres que experimentaron la dictadura poscolonial han anhelado el éxito de sus hijos sacrificándose a sí mismos para criarlos. Esta generación no pudo quedarse en casa para pasar tiempo con sus hijos; tuvo que trabajar duro para conseguir los alimentos. Su esperanza estaba puesta en que sus hijos no sufrieran de la misma manera y el único indicio de ese futuro anhelado eran las notas escolares que, sujetas a comparación, en el mejor de los casos prometerían su ingreso a una educación superior. Estos hijos, que no pasaron tiempo con sus padres, priorizaron la competencia y sus calificaciones escolares sobre el respeto. Una buena calificación les otorgaba privilegios sobre los otros. Estas infancias se criaron bajo un ambiente de exigencia y estrés capaz de orillarlos a la competencia interminable con sus compañeros. Una muestra de esa competencia extrema vive en nuestra lengua a través de un dicho coreano que se traduce como “si el primo compra la tierra, me duele el estómago” (“Sachoni tangeul samyeon baega apeuda”). Por lo visto, la sociedad coreana ha mantenido su estructura patriarcal, poniendo énfasis en los aspectos numéricos.Ahora bien, después de su democratización el gobierno surcoreano ha intentado mejorar la situación educativa, aunque no lo ha logrado. En el gobierno del expresidente Kim Dae-jung (1998-2003) la educación secundaria fue decretada como obligatoria a nivel nacional. Por su parte, en el gobierno del expresidente Roh Moo-hyun (2003-2008) se diversificaron los trámites para entrar en las universidades con la promesa de ofrecer más oportunidades. Sin embargo, esta política ha empeorado la salud mental de los estudiantes, ya que fueron obligados a preparar todo tipo de trámites para posibilitar su ingreso en las mejores universidades. En mi opinión, es difícil que la situación educativa presente un cambio. A lo largo de mi experiencia como estudiante fuera de Corea del Sur, me han dicho que los estudiantes surcoreanos estudiamos más de lo necesario. Estudiamos para conseguir una licenciatura, un título, o una etiqueta en la universidad creyendo que se nos abrirán las puertas. Pocas veces estudiamos lo que nos gusta eligiendo estratégicamente nuestro futuro. Sin embargo, esta suerte de esperanza y estrategia se quiebra al graduarnos de la universidad. Nos damos cuenta de que un título no significa nada pensando en todos los competidores que lo tienen. Para diferenciarnos, recurrimos a las certificaciones. Aun así, nos enfrentamos a un número limitado de reclutamiento empresarial. Con la licenciatura que recibimos a costa del sacrificio de nuestros padres sería una blasfemia trabajar en las fábricas. Para la sociedad coreana es impensable, hasta humillante. Ante esta situación, sería lógico buscar otra cosa a la que podríamos dedicarnos con dignidad. Pero no funciona así. La vida surcoreana que nos exige pasar la vida frente al escritorio y libros no nos deja ningún talento lejos del estudio.Recientemente, el gobierno de Moon Jae-in (2017-2022) intentó mejorar dicha situación. Su gobierno disminuyó el número de los bachilleratos o preparatorias con especializaciones, principalmente, en lengua extranjera. Su lógica es que estas escuelas han aumentado demasiado la competencia entre los estudiantes y, por lo tanto, la inversión del sector privado en materia de educación. El gobierno ha explicado que estas escuelas representan la desigualdad, ya que los estudiantes de mejor situación económica entran con más facilidad gracias a su acceso a las academias privadas. El problema principal es que sus alumnos no entran en carreras relacionadas al bachillerato. No podemos ignorar que muchos de estos graduados compiten en las áreas del derecho, la medicina y la economía, dejando la lengua de lado. Es comprensible; en Corea del Sur es difícil sobrevivir con especialidad en lenguas. Cuando estudiaba literatura española, muchos profesores se abstenían de recomendar la traducción porque no se paga lo suficiente siendo traductor. A pesar de sus intentos, creo que el gobierno ha errado de cierta manera. El aumento de la competencia entre los estudiantes no viene del hecho de que tenemos escuelas especializadas, sino de la estructura social que mide nuestro valor y prestigio a través de las mejores notas y el lugar del que nos graduamos.Hoy la tendencia gubernamental parece apegarse a los mismos valores de excelencia numérica con un trasfondo distinto: disminuir el nivel educativo manteniendo los niveles de competencia y estrés estudiantil. Como resultado, la cultura coreana del respeto parece estar desapareciendo, sustituida por una cultura de competencia. Asimismo, hemos empezado a atestiguar inconsistencias sociales que rara vez experimentamos. A nivel familiar, enfrentamos la rebeldía de los menores y la pérdida de respeto a sus padres. A nivel académico, vemos que los estudiantes no entienden el coreano con raíz de mandarín y en la preparatoria evitan estudiar la historia coreana si no es necesaria para su examen de ingreso a las universidades. A la par, la disminución de la empatía y el compañerismo en las aulas ha detonado en algunos casos extremos de bullying que involucra violencia sexual. A nivel nacional, afrontamos el homicidio aleatorio en lugares públicos como el metro, la explotación sexual y su difusión a través de Telegram, así como el aumento de casos de uso oculto de drogas, tal y como lo evidencia la prensa coreana.Ante estos acontecimientos, me parece que ha llegado el momento de buscar y desarrollar un nuevo modelo de educación capaz de mejorar el avance económico reconociendo los valores humanos fuera del espectro numérico. Como sociedad, necesitamos salir del legado colonial y dictatorial, conviviendo con las nuevas demandas del sector público y privado y reconociendo el sacrificio de nuestra herencia histórica.AQ