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Cenobitas en armas

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A partir de la década de los sesenta del siglo pasado el budismo irrumpió en el mundo occidental de forma arrolladora. Esta disciplina inclasificable, puesto que no se le relaciona con un dios, a diferencia del cristianismo, el judaísmo o el islamismo. Sus practicantes no veneran a divinidad alguna, se limitan a seguir las enseñanzas de un ser de carne y hueso: Buda Siddharta Gautama. Por eso unos le tildan de religión no teísta, otros afirman que es un estilo de vida.

Se especula que el señor Gautama nació a mediados del siglo VI a.C., 563 para ser exactos, en Lumbini, Nepal. Él era príncipe de los Shakya, vida que abandonó y se dedicó a la meditación. Luego de largos años se supone que obtuvo la iluminación, y más tarde, a la sombra de un árbol, quien sabe si un cotoperí o una mata de mango, se dedicó a predicar sobre cómo terminar con el sufrimiento humano. 

Su discurso se basó en la enseñanza de las Cuatro Nobles Verdades y el Noble Óctuple Sendero. Allí formó su primera comunidad, una sangha, que se ocupó de difundir sus enseñanzas en el norte de la India. El crecimiento de estos fieles fue persistente, pero no sería hasta el siglo XIX de nuestra era cuando el alemán Arthur Schopenhauer y el filólogo francés Eugène Burnouf, comenzaron a traducir y estudiar textos budistas. Junto a esto, en el llamado período colonial, en India y Sri Lanka, los contactos entre misioneros, académicos y administradores europeos con culturas budistas facilitaron la transferencia de tales conocimientos a Occidente.

Al llegar el siglo XX, y el establecimiento de comunidades asiáticas en Occidente se crearon templos y comenzó la práctica activa del budismo. También Carl Jung encontró paralelismos entre esta corriente y conceptos psicológicos. Fueron tiempos en los que la meditación budista comenzó a ser adoptada como práctica terapéutica y de autoayuda.

En los años cincuenta el autor británico Alan Watts publicó The Way of Zen (El camino del Zen), que se convirtió de forma fulminante en una suerte de biblia de todos aquellos que profesaban la llamada contracultura. Luego aparecieron otros como el japonés D. T. Suzuki y el monje budista Thích Nht Hnh, vietnamita para más señas, quien introdujo el concepto de la plena consciencia, o mindfulness que tanto gusta a muchos. También apareció Chögyam Trungpa, maestro tibetano que estableció comunidades budistas en Estados Unidos y Canadá.

Son muchísimos más que podría nombrar, pero ninguno tuvo el impacto que provocó el 11 de junio de 1963 el monje budista Thích Qung Đc al protestar contra la persecución de sus feligreses por parte del gobierno de Ngô Đình Dim. Ese día, en la intersección de las calles Phan Dinh Phung y Le Van Duyet de Saigón, Vietnam de Sur, él se empapó en gasolina y luego se inmoló. Las fotos, hechas por el fotógrafo Malcolm Browne, convulsionaron al mundo. 

Hago tan breve y escasa introducción porque no puede uno asociar al budismo más que con la paz y la justicia. Sin embargo, nunca falta una oveja negra. O, como hubiera dicho Hermes Pinzón Galarza, el papá de Betty la fea: El diablo es puerco. 

Al pensar en un monje budista la imagen que suele venir a la mente es de fragantes volutas de incienso, túnicas color azafrán y sonrisas beatíficas. Se acostumbra obviar que fue uno de ellos quien comenzó a desarrollar lo que ahora llamamos artes marciales. Fechan en 527 cuando Bodhidharma, un monje budista procedente de la India, llegó al monasterio de Shaolin, en el norte de China. Él consideraba fundamental que los monjes tuvieran cuerpos sanos y buena salud; por ello les enseñó una serie de prácticas físicas para ayudarles en sus meditaciones, y comenzó a entrenarlos en 18 ejercicios que derivaron en habilidades de lucha. Así nació lo que llamamos kung-fu

Comenzando este siglo, en 2001, el cenobita budista birmano Ashin Wirathu se dio a conocer al encabezar una campaña de boicot a los negocios de dueños musulmanes en su país natal. En el año 2003 fue detenido y condenado a 25 años de prisión, pero fue liberado en una amnistía general decretada en 2010.

Este monje belicoso suele lanzar sus soflamas desde su monasterio en Mandalay, al norte de Birmania, hoy conocida como Myanmar. Los ecos de sus palabras han provocado desmanes de todo tipo contra la minoría musulmana en ese país, y las organizaciones internacionales han tildado de genocida la actitud de estos budistas revoltosos. Su figura controvertida ha ocupado hasta la portada de la revista Time, en julio de 2013, cuando acompañó su fotografía con la leyenda: “La cara del terrorismo budista”.

Los desmanes y atrocidades han sido de órdago. En 2012 sus acólitos fueron acusados de iniciar disturbios anti musulmanes en el estado de Rakhine y culminaron en el éxodo de más de 700.000 personas hacia Bangladesh. Este tira y encoge con los gobiernos birmanos han sido constantes, sin embargo, ha sido más de apariencia, al decir de muchos, ya que el gobierno siempre ha tolerado y amparado a Wirathu. No en balde el ejército de esa nación asiática consta de 400.000 efectivos, mientras que la cantidad de monjes budistas es de 500.000. 

Pienso en todo esto al ver la imagen del nacimiento que, este año, preside el gran salón de audiencias del Vaticano. En dicha representación el Niño Jesús aparece encima de un tradicional pañuelo palestino o kufiya. Este es reconocido universalmente como símbolo de apoyo a la causa de los adoradores de Hamás. 

En una ocasión me dediqué a esculcar la Biblia para encontrar referencias a los   palestinos, o a Palestina. Nones. Andan por ahí algunos que dicen que sus antecesores fueron los filisteos, y otros aseguran que los cananeos. Se sabe que Heródoto en Historias, en el siglo V a.C. emplea el término griego Palaistine para referirse a una región al sur de Siria, incluyendo áreas costeras e interiores. Este autor describe Siria Palestina, como un distrito del antiguo imperio persa. Siglos más tarde el emperador Adriano luego de sofoca la revuelta judía contra el Imperio Romano, siglo II de nuestra era, renombró la provincia de Judea como Syria Palaestina.

Por todo esto, que resumo de manera extrema, me pregunto: ¿Qué busca el cura Pancho con esta nueva provocación a los judíos? Si llega a la Navidad del 2025 tal vez veamos el nacimiento con una imagen de Chávez en el lugar de san José, una de Cilia por María, y quién sabe si una de Diosdado en vez de Jesús. Habrá alguno que dirá que son signos de una chochera máxima. La vaina es que semejante manifestación de senilidad no deja de ser peligrosa. Tanto como que, el sumo pastor católico no se ha pronunciado, en ningún momento, sobre la salvaje represión de Nicolast y el hijo emérito de El Furrial contra todo un país indefenso. Dios se compadezca de él y sus pecados por omisión. 

 

© Alfredo Cedeño  

http://textosyfotos.blogspot.com/

alfredorcs@gmail.com

 

La entrada Cenobitas en armas se publicó primero en EL NACIONAL.




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