Esa forma única de estar siempre vivo
Este sábado hemos perdido a un joven. Un joven de cien años que nunca olvidó su tono afable y jaranero, su mente abierta a las buenas ideas, su espíritu aventurero, desafiante, enamorado.
Julio Camacho Aguilera dijo adiós como se despiden los grandes, con una trayectoria intachable que le permitió ganarse, a golpe de esfuerzo y honestidad, los grados de Comandante del Ejército Rebelde.
Su impronta dejó huella indeleble, sobre todo, en los cientos de jóvenes que escucharon de la voz del héroe sus historias, las anécdotas junto a Fidel y las de amor junto a su compañera de vida y lucha Gina Leyva.
El lomerío guantanamero, el levantamiento militar en Cienfuegos, Camagüey y la Sierra Maestra conocieron de su talla de guerrero fiel. Camacho supo de los maltratos y torturas de la tiranía, su cuerpo esbelto se quebró, pero no su lealtad, sus convicciones ni principios.
Luego del triunfo revolucionario dirigió las provincias de Pinar del Río, La Habana y Santiago de Cuba, fue embajador en la Unión Soviética y desde hace varias décadas se encargaba del proyecto de desarrollo de la Península de Guanahacabibes.
Al cumplir cien años dijo sentirse un aprendiz, un hombre que no se cansa de estudiar, de ser ejemplo, de llevar la frente alta y el decoro de muchos.
Ahora que no está será recordado en cada rincón de esta Isla que hizo suyo. En uno de sus últimos encuentros con jóvenes y glorias del deporte se refirió al derecho a la soberanía, a la independencia, a la libertad como un tesoro y una realidad perenne de Cuba.
Camacho ha tenido una forma muy peculiar de irse y quedarse siempre, de no marcharse de verdad, de estar vivo, como los de su estirpe, para siempre.