Se busca una oposición, por Rosa María Palacios
Suponga por un instante que usted está interesado en tener una carrera política. Suponga que sus motivaciones son nobles, aunque debe reconocer que hay siempre un concho de vanidad y soberbia en quien se aventura a pedir el voto popular. ¿Cómo evaluar el momento de hacer sus sueños realidad de la forma más pragmática posible? Y decidido el momento, ¿cómo conectar su mensaje con sus votantes?
Suponga además que tomó sus previsiones y que, aprovechando las posibilidades de la reforma electoral del 2019 (antes de que el congreso la mutilará eliminando las PASO) haya formado usted un partido político o este inscrito en uno. Es decir, que tenga posibilidades de candidatear a la presidencia. Digamos que comparte la suerte de más de 25,000 personas que como mínimo deben tener cada uno de los 28 partidos políticos que se inscribieron después de las elecciones del 2021. Ahí, entre esos 700,000 peruanos (si restáramos a los partidos que están en el Congreso) podría estar el próximo presidente.
El Congreso tiene 5% de aprobación y la presidenta, con suerte 3%. ¿Qué le dice ese dato de la realidad? Algo muy sencillo de entender: todo lo que emane de ese congreso y de esa presidencia es profundamente rechazado. Por tanto, lo primero que debe hacer cualquier aspirante al favor popular es alejarse, como de la peste, de cualquier cercanía a partidos o personajes que integren esos poderes del Estado. Distancia de sus ideas, de sus leyes, de sus actos, de sus designados y nombrados. Distancia absoluta.
Por supuesto, la distancia declarativa no basta. Cambiar de membrete, tampoco. Lo que se requiere es, en primer término, un discurso de confrontación con el status quo. Material, hay de sobra. Son tantas las barbaridades que este Ejecutivo y este Legislativo han perpetrado que un discurso opositor se construye con facilidad. Desde las leyes que favorecen a tremendos criminales hasta el festival de gasto público e irresponsabilidad fiscal. No hay servicio público del cual no existan quejas. Ni siquiera los fundamentales como educación, salud, justicia o seguridad se prestan con mínima eficiencia. En materia de infraestructura, lo único raro es que no se denuncie corrupción. ¿Quiere sobresalir un político novato? Esa es su materia prima, la arcilla para construir la obra.
Con tanto que cambiar para la oposición, la motosierra de Milei parecera un juguetito. El discurso radical está servido porque lo único que puede movilizar a una ciudadanía pospandémica, apática y defraudada, es la radicalización de la propuesta. Mensajes de tibieza, de entendimiento con el actual poder, están condenados al absoluto fracaso. Hay momentos en los que lo único que el pueblo pide es un cambio a gritos. Como en 1990, “el gran cambio” del Fredemo contra “Cambio 90” de Fujimori, lo que exigían ambos era cambiar, moverse, salir del hueco. Y con ese discurso se conectó el país, dejando fuera al oficialismo aprista. Hay momentos en que el pueblo quiere que se jale la palanca y todos salgan de escena. Ese es este momento.
Sin embargo, por alguna extraña razón, salvo el defenestrado Antauro Humala, nadie, ni desde la izquierda, ni desde la derecha, ofrecen un mensaje de cambio radical. Si 90% del país rechaza lo que hay, ¿qué esperan para ofrecer algo diferente? Algo que facilita enormemente el abuso y acumulación de poder en el Congreso es la falta de resistencia política. Solo hace el pare el sistema de justicia y uno que otro congresista no agrupado, por ahí algunas voces desde la sociedad interpelan al poder, pero ¿dónde están los 28 partidos políticos con inscripción, hábiles para candidatear? ¿Hacer pintas en muros alquilados les basta y sobra? ¿No tienen nada que decir, ni siquiera como instituciones?
Entonces, distancia, cambio y no cualquier cambio, sino uno que sea radical parece una formula ganadora. Un cambio que interpele, que conmueva, que obligue a creer al más incrédulo que es posible un país diferente. ¿Por qué no están los partidos políticos que están fuera del Congreso en esa ruta? Hoy lo que se demanda es una radicalidad hacia el bien común frente al mercantilismo de los que ocupan el Congreso y el Ejecutivo. ¿Dónde están?
Vamos a ensayar varias aproximaciones. La primera es la tesis de la “quemada”. Existe la impresión que – contrario al dicho – al que madruga, Dios no lo ayuda. “El que va primero 16 meses antes, termina último el día de las elecciones” y se mencionan casos como los de Lourdes Flores, George Forsyth o la misma Keiko Fujimori. Bajo el lema “los últimos serán los primeros” se cita el ejemplo de Pedro Castillo como si fuera una verdad repetible en otro contexto político, olvidándose que esa elección pandémica es (gracias a Dios y las vacunas) irrepetible.
Lo otro en juego es que las tendencias conservadoras son tremendamente atractivas para un sector no menor de la población y para muchos de los inscritos. Se teme perder ese voto antes de ganar el voto del cambio. No se entiende que millones de peruanos están votando con los pies todos los días. Ante la imposibilidad de obtener un cambio (un mínimo de bienestar y un futuro con certidumbre) están migrando. Huyen de la incertidumbre y van a países donde hay, sobre todas las cosas, trabajo, seguridad y libertad, en ese orden.
La mesa está servida y no hay comensales. Cualquiera que no tenga un pasado que lo comprometa, que se presente como “nuevo”, “distinto”, y que ofrezca cambiar las causas de la huida de tantos al exterior, se va a identificar con la población. Tomen como ejemplo el éxito electoral de Milei. Este no estuvo solo en un mensaje libertario, sino de abolición del estado anterior de cosas. Una situación económica que millones de argentinos repudiaban sin encontrar una vía para su enojo. Cuando apareció un discurso radical, empató con la ira y venció a todos los clientelismos juntos.
Es verdad que no hay masas en las calles, que los jóvenes tienen pegadas las caras a sus pantallas y se aíslan del mundo en esta larga post pandemia que ha traído la peste de la apatía juvenil. Es cierto que la desesperanza ha venido para instalarse y que la sensación de estar viviendo el mismo día, con sus tragedias, sus miserias y sus abusos, parece no irse nunca. Nada parece conmover y sin embargo, ahí están 38 partidos políticos (tal vez más) que en apenas 16 meses van a ir a elecciones generales. El que tenga ojos que vea; el que tenga oídos, que escuche; y el que tenga piernas, muévase, antes que la epidemia del quietismo nos mate a todos.