Invertir en salud mundial es reforzar la seguridad de Estados Unidos
El regreso del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, a la Casa Blanca señala un posible final a décadas de liderazgo estadounidense en temas de salud pública internacional. Pero aunque el programa aislacionista de Trump (“Estados Unidos primero”) puede atraer a votantes ansiosos de que el dinero de sus impuestos se redirija a prioridades nacionales, una retirada estadounidense de las iniciativas de salud pública multilaterales supone grandes riesgos.
Sin duda, hay argumentos de peso a favor de la autosuficiencia sanitaria. La Operación Warp Speed para acelerar el desarrollo y el despliegue de vacunas, iniciada durante el primer mandato de Trump, tuvo un papel fundamental en el control de la pandemia de la covid‑19 y facilitó la recuperación económica de los Estados Unidos. Pero la idea de que el aislacionismo protegerá a los estadounidenses de los efectos de crisis sanitarias globales está muy errada. El brote de ébola del 2014‑16 en África Occidental costó a Estados Unidos $1.100 millones y 12.000 puestos de trabajo, aunque solo se registraron once casos en territorio estadounidense.
El brote actual de viruela símica, que tras originarse en África Central se ha extendido a más de 120 países, es un claro recordatorio de la rapidez con que las amenazas sanitarias pueden convertirse en emergencias mundiales. Una verdadera estrategia para poner a “Estados Unidos primero” debería centrarse en invertir en sólidos sistemas de vigilancia y contención.
La inversión en salud mundial también tiene un sentido estratégico. Ahora que las empresas estadounidenses procuran diversificar sus cadenas de suministro para independizarlas de China, necesitan sitios de fabricación alternativos con trabajadores sanos y productivos, y los países con sólidos sistemas sanitarios son los más indicados para cumplir esa función.
Además, fortalecer los sistemas sanitarios en los países en desarrollo reducirá las presiones migratorias (una de las principales inquietudes de los votantes estadounidenses) al dar respuesta a las causas profundas de los desplazamientos. Basta pensar, por ejemplo, en el Plan Presidencial de Emergencia para el Alivio del Sida (Pepfar por la sigla en inglés), que lanzó el entonces presidente George Bush (hijo) en el 2003. Con una inversión total de $110.000 millones, el Pepfar ha salvado 26 millones de vidas y acelerado el crecimiento económico en los países receptores. Un análisis comparativo de datos que van del 2004 al 2018 revela que en ese período, el Pepfar sumó 2,1 puntos porcentuales a la tasa de crecimiento del PIB per cápita (lo que se traduce en un notable 45,7% de incremento del PIB per cápita respecto de los niveles del 2004).
Pero dejando a un lado su impacto directo, la infraestructura de vigilancia de enfermedades del Pepfar ha resultado valiosísima en la gestión de crisis sanitarias posteriores. También ha reforzado la posición internacional de Estados Unidos: en los países que reciben ayuda del Pepfar, los índices de aprobación de Estados Unidos son sistemáticamente más altos.
Pero el modelo tradicional de asistencia internacional necesita desde hace mucho una transformación radical. En todo el mundo en desarrollo, y en particular en África, soluciones de mercado han comenzado a revolucionar la atención médica. Emprendedores de países como Kenia y Nigeria están introduciendo modelos innovadores y rentables que combinan sistemas digitales, protocolos estandarizados y clínicas estratégicamente situadas para ofrecer atención médica de calidad a poblaciones de ingresos medios y bajos.
Emprendimientos como estos ofrecen importantes oportunidades a inversores estadounidenses interesados en entrar al creciente mercado de la atención médica accesible en las economías emergentes. Con ligeros cambios, las herramientas estadounidenses de financiación del desarrollo pueden facilitar la transformación de los sistemas sanitarios africanos. La Corporación Internacional de Financiación del Desarrollo, una entidad estadounidense con un fondo de $60.000 millones, está bien posicionada para reducir el riesgo de las inversiones privadas en emprendimientos sanitarios y atraer capital adicional a través de diversas formas de financiación.
Los primeros experimentos parecen prometedores. El Stichting Medical Credit Fund, por ejemplo, ha concedido más de $100 millones en préstamos a centros sanitarios de todo el continente, con una notable tasa de devolución del 96%. Otros mecanismos innovadores, por ejemplo, los bonos de impacto en el desarrollo, han demostrado que los incentivos de mercado pueden mejorar los resultados sanitarios.
Casi cinco años después del inicio de la pandemia, el mundo enfrenta varias amenazas sanitarias importantes, desde el VIH/sida hasta la malaria, que mata a 619.000 personas al año (en su mayoría niños). Los críticos dirán tal vez que eliminar estas enfermedades es una quimera, pero lo mismo se dijo alguna vez sobre erradicar la viruela. En cualquier caso, la Operación Warp Speed ha demostrado que el ingenio estadounidense bien aprovechado puede lograr lo que parece imposible.
Hay en juego mucho más de lo que parece. En los últimos años, África se ha convertido en un importante campo de batalla en la creciente rivalidad sinoestadounidense. Con su “Ruta de la Seda para la Salud” (una extensión de la Iniciativa de la Franja y la Ruta), China ha financiado 400 proyectos de infraestructura sanitaria en todo el continente. Durante la pandemia de la covid‑19, envió expertos médicos a 17 países africanos y usó acuerdos bilaterales para profundizar los lazos comerciales y diplomáticos.
Estados Unidos puede perder mucho más que influencia. Para satisfacer las necesidades de su creciente población, África debe financiar inversiones masivas en infraestructura sanitaria. La potencia mundial que cubra el faltante no solo obtendrá recompensas financieras, sino también un acceso preferencial a las vastas reservas de minerales críticos del continente, esenciales para las tecnologías de energía limpia y la industria avanzada. Hay que señalar que en los países y regiones de África donde Estados Unidos recortó sus programas sanitarios, empresas chinas se apresuraron a llenar el vacío mediante la construcción de hospitales y la provisión de equipos médicos, a menudo a cambio de derechos mineros.
Al intensificarse la competencia por estos recursos, la diplomacia sanitaria será cada vez más esencial para asegurar el futuro industrial de Estados Unidos, un pilar central de la agenda económica de Trump. Con inversiones selectivas allí donde sus intereses coincidan con las prioridades sanitarias mundiales, Estados Unidos puede generar importantes beneficios con un uso eficiente de sus recursos.
En un mundo cada vez más interconectado, donde el próximo brote pandémico es solo cuestión de tiempo, invertir en la seguridad sanitaria mundial es una póliza de seguro contra desastres. La próxima administración Trump tiene ante sí una elección clara: recuperar el liderazgo sanitario estadounidense o enfrentar las extensas consecuencias de una retirada.
Por supuesto, no será fácil persuadir a un electorado escéptico de que invertir en salud mundial beneficia a Estados Unidos. Pero Trump tiene una oportunidad de silenciar a sus detractores y crear un legado sanitario mayor que todo lo logrado por sus predecesores.
Walter O. Ochieng es médico e investigador sobre salud mundial en el Instituto Africano de Política Sanitaria. Tom Achoki, exbecario Sloan en el MIT, es cofundador del Instituto Africano de Política Sanitaria.
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