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Guerra en Mozambique: ¿Yihad o lucha económica?

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Hace falta vivirlo para conocer cuántos rumores fluyen en un conflicto de baja intensidad. En uno de los conflictos olvidados. Aquí apenas hay periodistas que cubran el terreno, mientras aquellos que se vanaglorian de ser analistas prefieren centrar sus esfuerzos en los focos donde existe abundante información (Sahel, Ucrania, Siria…). Los abusos del Estado y de los grupos armados no gubernamentales se barajan, confundiendo al ciudadano, inclinando su balanza de lealtades hacia uno u otro extremo en función de la mano que apretó el gatillo que asesinó a su padre. Esto alimenta los rumores. Las redes de comunicación se extienden entrecortadas por los ataques y las zonas de tránsito restringido, donde comunidades enteras pueden pasar meses, o años, aisladas del mundo.

Un conflicto de baja intensidad en el que proliferan los rumores puede encontrarse en la provincia de Cabo Delgado (Mozambique), donde grupos armados de base islámica han sembrado la violencia desde 2017 hasta hoy, aunque la presencia del grupo terrorista conocido como Al Shabaab se remonta en la zona tan pronto como 2015. Sólo en 2024, hasta 80.000 personas han tenido que abandonar sus hogares como resultado de la violencia, mientras se calcula en más de 6.000 el número de muertos en el conflicto.

Existe una voz popular que entrelaza la presencia de grupos armados en Mozambique con el descubrimiento de gas natural licuado en 2010, que se considera como uno de los mayores descubrimientos de GNL en los últimos quince años… en todo el planeta. Son rumores que se extienden. Importantes figuras a nivel nacional, como puede ser Abdul Rashid, líder de la Comunidad Islámica de Mozambique (CIMO), se suman a quienes establecen esta conexión entre la violencia y el gas. En una entrevista ofrecida a LA RAZÓN, el líder islámico señala que la guerra en Cabo Delgado se debe antes a motivos económicos que religiosos y denuncia que “los fondos extranjeros buscan desplazar a las poblaciones locales para mantener el control absoluto de los recursos”.

Rashid está enfadado. Se le nota cuando habla. Él aboga por un islam pacífico y de convivencia con el resto de las corrientes religiosas mozambiqueñas, y señala una conspiración orquestada por Occidente donde “mercenarios” son utilizados bajo la fachada de terroristas islámicos para perseguir un doble objetivo: conseguir sus intereses y demonizar al islam. Aunque dice la verdad, al menos en una cosa. Que más de 10.000 musulmanes marcharon recientemente en la Isla de Mozambique para protestar contra la violencia. A Rashid y a otros hermanos musulmanes, como es evidente, les preocupan las tensiones que puedan nacer entre cristianos y musulmanes en Mozambique, a la vez que el presidente de la CIMO dice que “los mercenarios vienen del extranjero. Algunos vienen incluso de países europeos”.

El líder musulmán se remonta a los años de la independencia de Mozambique para encontrar una de las raíces del conflicto. Recuerda en este caso que “muchos niños fueron llevados a Arabia Saudita para que les lavaran el cerebro con la doctrina wahabita. Chicos que nunca recibieron una educación laica y que regresaron a Mozambique con nuevas ideas, apoyadas por el Gobierno [de Mozambique] y que se enfrentaron al islam malikita de sus mayores”. Rashid considera que “hoy son gente sin trabajo. Les pagan por hablar en árabe y decir Allahu Akbar delante de una cámara”. En definitiva, opina que esos estudiantes son hoy quienes mantienen la fachada de un conflicto religioso, gracias a sus conocimientos de la doctrina wahabita y del árabe. Pero Rashid no lo duda: es una cortina de humo que impuso Occidente en el norte de Mozambique, igual que hicieron en Siria.

El carismático líder no es el único que expresa ideas similares, con sus propios detalles y minucias. Por ejemplo, Z. (permanecerá en el anonimato por su propia seguridad), que formó parte de las fuerzas especiales mozambiqueñas y combatió durante varios años en Cabo Delgado. Afirma haber dejado el ejército “porque no se trataba sólo de una guerra, sino que atraía muchos intereses políticos y ambiciones del Gobierno”.

Z. afirma, en contraposición con Abdul Rashid, que “estos terroristas dependen en gran medida de la religión coránica, y la mayoría de la población [en Cabo Delgado] es musulmana, por lo que también entran en juego las cuestiones religiosas”. Pero repite que la guerra no tiene un único rostro, y recuerda una frase que dijo anteriormente: “Donde hay guerra, los negocios prosperan”. Confirma a continuación que, pese al factor religioso, el dinero es el principal motivador de los insurgentes.Debido al hambre en las zonas rurales, muchos han aceptado luchar contra sus propios hermanos”.

Acorde con la línea económica que subraya el conflicto, Z. señala a las fuerzas armadas de Mozambique y a sus dirigentes al indicar que se están beneficiando del conflicto en curso gracias al apoyo externo que reciben. “Cuando se dona una determinada cantidad de millones de dólares para apoyar la guerra en Cabo Delgado, primero se llevan su parte y luego utilizan lo que queda simplemente para justificar informes falsos a los donantes. Los dirigentes mozambiqueños se están enriqueciendo a través de las fuerzas armadas; el personal logístico se va a enriquecer enormemente con esta guerra”. Asegura que existen organismos internacionales que se benefician de la guerra, aunque rehúsa dar ningún nombre por temor a las represalias que pueda sufrir. Solo dirá que “en Cabo Delgado hay más organizaciones internacionales que en cualquier otra provincia de Mozambique. La explotación de recursos es inmensa y casi todos se exportan. Hablo de madera con los chinos, arenas pesadas, gas y petróleo con los franceses, rubíes y oro, entre otros”.

Un rumor difícilmente podrá mostrar una verdad, pero sí que tiene la capacidad de desvelar una mentira. Porque, en el momento en que un ex combatiente de las fuerzas especiales mozambiqueñas (sin nada que ganar) asegura que “cuando estaba en las fuerzas armadas, teníamos una misión en el distrito de Macomia y combatimos con algunos hombres blancos”, quizás no pueda afirmarse que lo que ocurre en el norte de Mozambique no sea una yihad. Pero sí que sería sensato decir que no se trata sólo de un yihad. Que hay algo que apesta detrás de las suras que entonan los antiguos estudiantes wahabitas.

Tomando prestada la cronología, tanto Rashid como Z. destacaron el papel de Ruanda en el conflicto. El país africano participa desde 2021 en operaciones conjuntas con el ejército mozambiqueño, gracias en parte a una donación de 40 millones de euros realizada por la Unión Europea a Ruanda en 2022 y 2024, para la adquisición de equipo militar y cubrir costes estratégicos. Lo que despierta a la mosca detrás de la oreja de los entrevistados es el impoluto trabajo que han realizado los ruandeses donde otros fracasaron. La empresa de seguridad privada sudafricana Dyck Advisory Group, que trabajaba en la zona desde 2010, fue contratada en 2020 por el gobierno mozambiqueño para combatir a la insurgencia, pero tuvieron que abandonar su misión sin resultados. De manera similar, el Grupo Wagner actuó en Cabo Delgado entre 2019 y 2021, pero finalmente se marcharon, según una fuente próxima al partido de gobierno, “por el elevado número de filtraciones que había por parte del ejército mozambiqueño”.

Filtraciones que, curiosamente, terminaron en cuanto Ruanda apareció sobre el terreno. Ni siquiera la misión enviada por la Comunidad de Desarrollo de África Austral entre 2021 y 2024 ha conseguido los resultados de Ruanda. Rashid señalaba que debe tenerse en cuenta que “Ruanda es el proxy de Francia en África oriental” y debería relacionarse la presencia de tropas ruandesas con la energética gala Total, así y como la italiana Eni o Exxon. ¿Debe resaltarse que, precisamente, sea el mayor proxy de Occidente en África quien cuenta con tropas en Cabo Delgado, y que gracias a esas tropas haya mejorado considerablemente una situación que ningún otro pudo mejorar? Puede resaltarse.

Pero habría que hablar con alguna compañía energética para conocer el otro lado de la moneda (LA RAZÓN intentó contactar con el partido de gobierno mozambiqueño visitando su sede en cuatro ocasiones, sin éxito). Muy amablemente, Eni ha respondido a las preguntas enviadas a este respecto, y que son muy útiles para contar con una visión periférica de los sucesos. La compañía italiana opera el proyecto Coral South Floating LNG, el primero en valorizar los considerables recursos de gas de Mozambique. Desde su puesta en marcha en 2022, ha entregado más de 80 cargamentos de GNL a los mercados energéticos mundiales. Además, según indican, están desarrollando diversas iniciativas en el ámbito de la transición energética, como la producción de materias primas agrícolas para biorrefinación, siendo el sector agrícola el principal beneficiario.

En lo referente a la contratación de equipos de seguridad para sus operaciones, que resaltan que ocurren en su totalidad en territorio marítimo, “Eni gestiona sus actividades de seguridad de acuerdo con los principios internacionales, incluidos los Principios Básicos de las Naciones Unidas para el uso de la fuerza y de armas de fuego por parte de los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley y los Principios Voluntarios sobre Seguridad y Derechos Humanos, teniendo en cuenta las necesidades específicas de los países donde opera”.

En lo que respecta a las acusaciones realizadas por miembros de la sociedad mozambiqueña respecto a una “colaboración” entre las compañías energéticas y los insurgentes, la respuesta es escueta: “No tenemos conocimiento de tales acusaciones y las consideramos completamente infundadas e irresponsables”.

Tomando una postura escéptica sobre los acontecimientos en Cabo Delgado, puede decirse una verdad sin lugar a dudas: que el yihadismo armado que actúa en la región también funciona por medio de intereses económicos. De quién son esos intereses, eso los rumores lo contestan de forma aleatoria. Todavía falta escarbar más, tras desechar una mentira, para encontrar una verdad que se sostenga.




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