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Las amenazas de un populista

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La última vez que Donald Trump ganó la Presidencia, dijo recientemente la Fundación para la Libertad de Prensa, creada en 2012 para vigilar y cuidar el derecho a informar y expresarse en Estados Unidos, estábamos alarmados por la posibilidad de que lanzara demandas de difamación e insultara periodistas desde el atril de la Casa Blanca. Aquellos temores parecen pequeños hoy en día, piensa, y por encima de las demandas y los ataques verbales que no han concluido, hay mucho más en juego en su segundo periodo. Las advertencias por los peligros para el orden de libertades sonaron mucho antes de lo esperado.

En menos de una semana Trump consiguió que la cadena de televisión ABC le pagara 15 millones de dólares para desistirse de una demanda por difamación contra uno de sus principales colaboradores, George Stephanopoulos, por decir incorrectamente que lo habían encontrado civilmente responsable por violación, y demandó a la encuestadora Ann Selzer y al periódico Des Moines Register, el principal diario de Iowa, por haber realizado y publicado una encuesta que colocaba a Kamala Harris, la candidata presidencial demócrata, arriba de él, aunque dentro del margen de error, por “interferencia electoral”.

Ganett, la cadena de periódicos a la que pertenece el Register, dijo que la demanda no tenía sustento, pero que era una amenaza a la libertad de expresión. Días antes, The New York Times publicó que había una embestida legal dirigida a intimidar a medios de comunicación que han criticado o cuestionado al presidente electo y a sus nombramientos para encabezar el Pentágono y el FBI. “La oleada de demandas por difamación parece mostrar su determinación para reprimir la cobertura desfavorable”, agregó el diario. En la exageración de las intenciones de Trump está una demanda contra el comité de selección del Premio Pulitzer.

La actitud de Trump responde a su perfil populista. Este tipo de líderes carismáticos, como Hugo Chávez en Venezuela, Viktor Orbán en Hungría, Rodrigo Duterte en Filipinas o Recep Tayyip Erdogan en Turquía, han buscado controlar a los medios para cumplir sus objetivos de mantenerse en el poder. Por diseño son una amenaza para la libertad de expresión y para la democracia. Igual hizo Andrés Manuel López Obrador desde hace más de dos décadas, intentando, como el resto de los populistas en el mundo, acelerar el declive de la confianza en los medios y sus periodistas, con difamaciones y mentiras, pero con una retórica beligerante y sistemática de daño reputacional.

López Obrador logró durante su sexenio, con sus ataques sin fundamento, utilizando información secreta –pero manejada tramposa o falsamente– contra periodistas y, en general, contra quienes cuestionaran sus actos de gobierno, amedrentar a muchos. Hubo personas importantes que prefirieron renunciar a sus puestos ante las presiones de procesos penales si no se hacían a un lado y dejaban de estorbar sus intenciones. Hubo periodistas que también optaron por dar un paso atrás en sus críticas para evitar llegar a ser vilipendiados en las mañaneras, que significó una previa censura. Públicamente pidió varias veces desde el atril de Palacio Nacional que los medios despidieran a sus colaboradores críticos.

Estas prácticas de los populistas en el mundo han cobrado cuotas. Periodistas amenazados y asesinados, o desplazados y obligados a asilarse, lo que es un tiro al corazón a la libertad de expresión, porque el silencio de los periodistas cancela el derecho a una sociedad a estar informada. Gobiernos y organizaciones criminales imponen silencio. Quienes logran evitar la muerte se van al exilio. Al menos 300 periodistas de Guatemala, Ecuador y Nicaragua se han asilado en los últimos años; este número se elevaría si existiera información sobre el fenómeno en Venezuela, de donde se han ido durante el autoritarismo de Chávez y Nicolás Maduro más de 7 millones de personas.

Las presiones de los autócratas también han provocado que los medios tomen precauciones o se hinquen al poder para que no pasen por el flagelo. En los últimos seis años regresamos en México a la autocensura, que la habíamos superado desde mediados de los 90, salvo en el caso de las zonas calientes por el narcotráfico, donde los valores de la democracia tienen que ser medidos bajo los parámetros de la vida o la muerte. Y en el sexenio anterior, algunos medios, para evitar la furia mañanera de López Obrador, aceptaron incorporar en sus plantillas de colaboradores a periodistas que estaban en la nómina secreta del entonces vocero presidencial y jefe de la maquinaria propagandista, Jesús Ramírez Cuevas.

En Estados Unidos, el regreso de Trump ha provocado lo que era impensable, que medios consolidados cambien su política editorial. Recientemente, el magnate Pat Soon-Shiong, propietario de Los Angeles Times, corrió a todo el consejo editorial y anunció que habría un cambio para buscar un contenido “balanceado”, que fue visto como una señal negativa porque su disolución sugería que el diario era tendencioso y afectaba su independencia editorial.

Esta semana el sitio Axios publicó una exclusiva sobre las tribulaciones en The Washington Post, consecuencia de la cancelación de un editorial que apoyaba a Harris para la Presidencia por órdenes de su propietario Jeff Bezos, dueño de Amazon y de una compañía contratista de la NASA, que no puede encontrar director para el diario. Los dos candidatos para dirigirlo pidieron que no los consideraran y otros dos mencionados dijeron que no estaban interesados.

Los últimos 15 años han sido difíciles para medios y periodistas en el mundo, y vienen peores. Trump no es el primer populista que ve a medios y periodistas como enemigos que hay que acabar. Nosotros vivimos con López Obrador la experiencia. Claudia Sheinbaum, su sucesora, es parte del proyecto del nuevo régimen, pero no es una populista. Ha tenido que mantener la mañanera –a contrapelo de sus deseos–, y en ocasiones ha sido una cámara de eco de las diatribas de López Obrador. No parece estar en su ADN, y sería una desgracia y traición a las luchas de la verdadera izquierda que regresaran esos momentos oscuros del obradorato.

Nota: Esta columna dejará de publicarse las dos próximas semanas, y reanudará su publicación el lunes 6 de enero.




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