Sainete
Todos los delincuentes aseguran que la Policía los persigue injustamente. Todos los estudiantes ineptos afirman que los profesores les tienen manía. ¿Hay que decir más? Son reacciones de sainete que mueven a risa.
Donde nos encontramos que se suceden los diversos episodios sainetescos actualmente es en el Gobierno, provocados por la curiosa situación en que se ve acorralado el presidente desde todos los frentes.
Puigdemont lo estrangula en cada votación. Podemos patalea en una esquina, pero no se atreven a apretar la soga tanto como el delirante independentista. La coalición de Sumar hace ver que está muy enfadada, pero traga con lo que haga falta. Para más abundamiento, la esposa del presidente tiene que declarar por construirse posiblemente un expediente académico de una manera harto irregular y hacer negocios desde Moncloa. El chófer Koldo es llevado ante el juez. Aldama amenaza con revelaciones sensacionales. Ábalos asegura que los malos son la Policía. El último episodio de sainete ha sido saber que el fiscal general del Estado había borrado a toda prisa los mensajes de su teléfono móvil antes de entregárselo a los agentes que tenían que analizarlo. La verdad, yo estoy por encargar a una naviera un container de palomitas para sentarme a ver el espectáculo los próximos meses. Aquí hay una serie de Netflix clarísima. Ya tarda que alguien se ponga a la faena.
La incompetencia es brutal, colosal, formidable. Deja asombrado. Todo lo indiciario es gigantesco en los casos comentados. La excusa del fiscal diciendo que el borrado lo ha hecho para cumplir la Ley de Protección de Datos es para partirse de risa. Por supuesto, nadie piensa en caer en el argumento absurdo de Bolsonaro, cuando para acusar a Lula da Silva decía que la falta de pruebas era demostración de que su oponente las había eliminado. Pero me temo que el Gobierno se está lanzando hacia el extremo opuesto (igual de ridículo) cuando quiere convencernos de que el fiscal ha borrado de su teléfono, bienintencionadamente, justo las fechas bajo investigación. Sobre todo, porque antes jamás había demostrado tanto celo en el cumplimiento de la protección de datos. Obviar una destrucción de pruebas voluntaria sería una cosa muy grave para alguien que quiera dirigir una nación.
Nos encontramos ante un panorama de fingimiento constante: simular que te parece normal una cosa que deja estupefacto a todo el mundo, fingir que estás haciendo algo que no tienes intención de hacer, prometer cosas a la gente que sabes perfectamente que no vas a cumplir, anunciar impuestos a las energéticas que nunca se aplicarán, negar que se están construyendo conciertos fiscales mientras se diseñan a medida. Es de sainete querer destruir a un rival político filtrando datos bajo custodia. Es más aún de sainete intentar huir –con excusas de salvador mesiánico– cuando te han pillado haciéndolo. También es de sainete presentarse como el castigador que hará pagar a las energéticas sus desafueros y luego hacer ese gigantesco ridículo que han hecho ante el votante y sus socios.
En todo este panorama de simulación (que ahora gustan de llamarlo visualización, comunicación o representación) el problema de la Compañía Teatral Pedro Sánchez es que va corta de elenco. A veces pasa que, a este tipo de compañías, les gustaría hacer un Shakespeare, pero lo único que tienen en plantilla son secundarios característicos que no dan la talla. No queda más remedio entonces que trabajar con lo que hay y dedicarse al vodevil. Su capacidad no da para más.
El sainete no es más que un vodevil costumbrista. Han querido hacer una intriga de espías y les ha salido un episodio de corrala del siglo pasado. No me digan que García Ortiz no haría un Don Hilarión estupendo. En el elenco de la compañía encontramos también al paleto desalfabetizado que eructa en internet y a la señora de cola de mercado que habla muy alto y muy rápido porque anda algo mal de los nervios. Por respeto, no diré nombres; que cada uno saque sus conclusiones.
Los actores de prestigio fueron abandonándoles hacia destinos más seguros, conscientes de que aquel proyecto Frankestein de compañía hacia aguas por todas partes. Y todos terminamos pensando: ¡qué gran partido hubiera sacado Molière de todo esto!