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Americanistas, peregrinos y héroes. La crónica del tricampeonato en Monterrey

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Llego a Monterrey un viernes, enfundado en un jersey amarillo del Club América. La bienvenida me la dan en la fuente del Neptuno, un junior en un Audinos mienta la madre dos veces con el claxon a mí y a dos amigos americanistas. Sólo distraigo un segundo la mirada para ponerle cara de ‘ni te topo, huerco’. Después en El Rey del Cabrito, una señora fifí nos dice en voz alta: “¡Ay, quítense la playera o los van a apedrear!”. Yo sonrío y luego inflo el pecho como pavorreal. Volar hasta acá para la final es un “volado” que tiene su alta dosis de adrenalina. Salir tricampeones o regresar a casa con una dolorosa derrota en el equipaje. Me declaré americanista en la temporada 90-91 cuando Pumas salió campeón. Tenía diez años y aún recuerdo ese gol de tiro libre del brasileño-mexicano, Ricardo Ferreti, quien después se encerraría en un baño del Estadio Olímpico, a llorar en plena Ciudad Universitaria.De ahí hacía el futuro, 13 años de comer basura. Más de una década de penas y decadencias. Rumbo a la adolescencia, me tocó ver subir al pódium al Necaxa, a los Tecos y Leones Negros, a Puebla y hasta al Atlante. Del lado del América nos quedábamos siempre en el “ya merito”. El domingo pasado la historia fue muy distinta.El América se convirtió en el primer tricampeón de México desde que existen los torneos cortos de la Liga MX, instaurados en el invierno de 1996. El ave de las tempestades –el equipo más odiado y polémico– cometió la hazaña de coronarse en Monterrey el 15 de diciembre, ante 50 mil aficionados regios y apenas unos mil fanáticos americanistas que estuvimos ahí en el estadio conocido como el ‘Gigante de Acero’.Durante los últimos 18 meses el americanismo canta: “¡Traigan más vino que copas sobran!”. Campeón en el invierno de 2023 frente al otro regio, los Tigres, con Micky Arroyo enfundado como héroe; campeón de nuevo el 26 de mayo del 2024 frente a Cruz Azul, y ahora tricampeón al derrotar en su propia casa –el Estadio BBVA– a los Rayados de Monterrey. Coronarse en cancha ajena, no en balde el eslogan dice: “Ódiame más”. El Club América se jugó el tricampeonato fuera de casa De 1989 al año 2002 –13 años de ayuno– y de 2018 a 2023 –cinco años de sequía– anduvimos causando penurias en la Liga MX; aún así, el escudo, el equipo más polémico, nos daba “derecho de picaporte” para vivir de glorias pasadas. Cinco veces campeón en la década de los ochenta, cuando el formato del torneo duraba un año entero.Carlos Abad, abogado y periodista, viajó mil 095 kilómetros desde que salió de su natal Tuxtepec, Oaxaca, para presenciar la final de ida en el Estadio Cuauhtémoc de Puebla. Llevaba un par de mochilas y una chamarra roja como único equipaje. Luego, voló a Monterrey para vitorear en su cara a los nuevos niños héroes de la nación azulcrema: los mexicanos, Ramón Juárez (20 años),Luis Ángel Malagón (27 años), y al español, Álvaro Fidalgo (27 años). Tres de las estrellas del equipo. Con exactitud financiera, Abad cuenta que se ha gastado 15 mil pesos en cuatro días entre autobús, avión, comidas y boletos de entrada para ambos partidos. Estos días, trabaja desde el celular y la computadora portátil. Él mismo lo explica, jugarse el tricampeonato fuera de casa –el Estadio Azteca– tenía un sabor especial. “Desde niño soñaba con ir al Estadio Azteca. Yo no me conformaba con verlo en televisión, es algo especial apoyarlos en el estadio. Sólo soy una garganta más. Que mi equipo sienta que no está solo, que vean el aliento. En esta final vi americanistas de Oaxaca, Guadalajara, Monterrey, Veracruz. De Estados Unidos. El América rebasa fronteras. Somos el jugador número doce”, dice.​La camioneta de los 15 americanistas que cruzó el paísUn ‘torpedo’ magistral del paraguayo Richard Sánchez al minuto 23 del primer tiempo marcaría el camino del América hacía el tricampeonato, y el maestro veracruzano, Cristian Lastra Téllez ha estado ahí para contarlo. Maestro de secundaría, orgulloso integrante de la SNTE, priista hasta la médula, y americanista de corazón. “Somos la envidia de la mitad de la nación”, me asegura. El maestro Lastra se aventó 22 horas de viaje en una vanmuy incómoda, donde viajaban otros 14 americanistas: 10 del puerto de Veracruz, tres de Xalapa y dos más de José Cardel. Emprendieron la noche anterior al partido, la peregrinación –americanista, no guadalupana– al templo pagano para ver a sus divinidades batirse en duelo, cómo lo decía, palabras más, palabras menos, Eduardo Galeano en su libro Futbol a sol y sombra. En su grupo de amigos de WhatsApp, llamado “Tricampeones”, molestan al ‘Cachetes’ Lastra, le dicen que después del viaje debe traer hechas mierdas las rodillas. “No importa viajar dos o tres días para ver al Club. La alegría que nos genera la institución lo vale. Era un momento histórico y debía formar parte, sin importar los sacrificios. Hoy solo puedo decir, larga vida al América”, me dirá vía telefónica, la mañana del lunes, cuando aún le faltaban tres horas para llegar a su casa en Veracruz. Desde 2005, Lastra Téllez ha asistido a todas las finales. Y al igual que miles de americanistas también ha visto caer al América, en las finales de 2019 y 2014, por ejemplo, fatídicas porque se perdieron en el Estadio Azteca justo frente a Monterreyy ante León. O la del 2006, que se cae frente a Pachuca en el estadio Huracán, en el año que era la despedida del último ídolo del americanismo, Cuauhtémoc Blanco. Nacido en el barrio de Tlatilco apenas es uno más de los 500 legisladores federales de San Lázaro y revienta las redes sociales con sus gritos, burlas y señas obscenas que hace desde el palco de Televisa, junto a dos personajes igual de antipáticos: el exentrenador argentino Ricardo Lavolpe y el periodista deportivo David Faitelson. La única diferencia entre estas personalidades es que Blanco, desde su debut en diciembre de 1992, hasta su retiro en marzo del 2016, fue ídolo de cientos de niños, jóvenes y adultos mayores vistiendo la camisa del América. En temporadas cortas –un semestre acaso– portó las playeras de Puebla, Irapuato, Dorados de Sinaloa, La Piedad, entre otras. En todos estos equipos causó más penas que glorias. El coro más emblemático del Club América“Mi corazón, pintado bicolor te quiere ver campeón, te sigue adonde vas, la vuelta quiere dar, si pierdes o ganas, te quiero de verdad”, se empieza a escuchar con fuerza hasta en el último reducto del Estadio BBVA, una de las canciones emblemáticas del Club América, la misma que cantan las barras bravas de La Monumental y el Ritual del Kaoz, pero también el aficionado promedio que acude a los estadios donde se presenta el América. En Monterrey los aficionados –al menos la gran mayoría– han sido encapsulados y con seguridad pública, en el rincón más alejado del estadio. Otros pocos nos encontramos dispersos y opacados por los colores blanco y azul en el estadio. A estas alturas es un privilegio haber conseguido un boleto para esta final, histórica ganarla fuera del estadio y contra varias adversidades (medio equipo lesionado durante gran parte del torneo, séptimo lugar de la tabla general y luego de vencer al Toluca y Cruz Azul que eran amplios favoritos). El Estadio BBVA está a reventar de aficionados a los Rayados, el equipo del Tecnológico de Monterrey, la Adicción –la barra oficial– no dejó de alentar a los del norte durante todo el cortejo. Apenas silbó el árbitro el final –dejando el marcador global en 3-2– y las 57 mil toneladas de concreto del estadio comenzaron a vaciarse. Dejando solos al Club América para festejar con los mil hinchas que hicieron el viaje desde distintas latitudes del país y el extranjero, para ver la hazaña del Tricampeonato.​Rodrigo El BúfaloAguirre se calza una corona dorada de plástico en la cabeza; Henry Martín se enrolla en la bandera de Yucatán –su entidad natal–, Kevin Álvarez, Bryan Rodríguez, Alejando Zendejas y Jhonatan Dos Santos bailan ritmos de reggaeton. El español Álvaro Fidalgo no baila ni se coloca corona, mejor destapa un latón de cerveza Corona y le grita a Álvarez: “¡No he bebido nada en seis meses, dejadme beber una, hijo de puta!”. Todos ríen.Desde la tribuna baja del estadio un americanista de voz ronca, casi afónico, moreno, 130 kilos de peso, cerveza fría en mano, emocionado hasta las lágrimas alcanza a gritar: “¡Gracias cabrones, gracias… los amo putos!”. Conozco a Everardo Díaz, un cincuentón, oriundo de Tulancingo, Hidalgo, me confiesa que toda su familia le va al Cruz Azul. Empezó a ver futbol en casa de su tío, el único familiar que tenía televisor a color en los setenta. Everardo ha viajado igual a ambas finales, en Puebla y Monterrey, acompañado de su esposa. Sus hijos no han querido ir, siguieron la tradición familiar y le van a los “chemos”. Con la emoción de un chamaco festeja y hace un live. De Monterrey asegura que fue un “digno rival”.“En familia, yo tenía que celebrar los goles de Cruz Azul, porque si no mi tía me regañaba. Tenía yo cuatro o cinco años. En los América-Cruz Azul, cuando metía gol el América me metía al baño a festejar. Yo sentía los colores del América.”. Everardo se dedica a la venta de materias primas para panaderías. Asegura que con mucho esfuerzo tuvo que pagar once mil pesos por cada boleto de reventa, y que desde ahora se irá preparando, por si hay que viajar a algún punto del país para ir en busca del tetracampeonato. El optimismo en este equipo está en pleno.Los americanistas que cayeron en los estafadoresLa familia Vázquez Gaitán viajó 570 kilómetros en autobús desde Sombrerete, Zacatecas, con la única ilusión de ver el tricampeonato del América y vivir su primera final. Contactaron al revendedor Brian Jared Díaz Díaz de Iztapalapa, en Ciudad de México, desde su cuenta de Facebook (Daz Daz) ofreció boletos seguros para la final.La venta resultó un fraude. Díaz le sacó diez mil pesos a un familia de Tamaulipas, una cantidad similar a unos aficionados de Nuevo León y cuatro mil pesos a la familia Vázquez Gaitán, a quienes incluso intimidaron para que “bajaran” la denuncia pública que hicieron en redes sociales. “Me robó la ilusión, y todo lo que gasté en pasajes. Lo que más me duele es que no pude ver a mi equipo ganar. Nos dieron boletos falsos. Yo creo era como una banda, porque traían una paca de boletos. Intenté entrar al estadio, pero me dijeron que no escaneaba el código de barras, que no era el correcto”. En esta final, al igual que la familia Vázquez Gaitán, varios americanistas se quedaron fuera del Estadio.Luis Miguel Melo viajó a Tijuana para el Xolos-América, también seescapóa Sinaloa para el Mazatlán-América, fue al Cruz Azul-América y en la final de ida en Puebla, incluso bajó a la cancha al acto protocolario, pues su hijo juega en la escuela infantil del Club América y como padre de familia le tocó ser parte de los actos.La madrugada del sábado llegó a Monterrey, esa misma noche acudió al concierto de Grupo Firme a beber bacacho blanco. Todo el domingo se lo dedicó a la búsqueda de un boleto. Nueve mil pesos guardaba en la cartera para pagar por un ticket, no corrió con suerte. En la página de reventa ‘Stubhub’, una hora antes, los boletos no bajaban de 18 mil pesos. Pensó que en las cercanías del Estadio BBVA los boletos estarían un poco más accesibles. Se equivocó. Los revendedores no bajaban de los 18 mil pesos para liberar un boleto, que en taquilla no costaba más de mil pesos. Desde su celular, Luis Miguel tuvo que ver el partido en una banca cerca del estadio, mientras sus otros dos amigos sí lograron entrar. Al igual que Melo cientos de americanistas también se quedaron afuera. Fiesta en AméricaUna vez consumado el tricampeonato, en el Fiesta Americana Aqua de San Pedro Garza –en la zona más boyante de este corredor industrial–, el equipo e invitados especiales celebran en grande. Llueve cerveza, whisky y otras bebidas del dios Baco. El chileno Diego Valdez monta una coreografía del grupo “Nene Malo”, todos bailan cumbia, reguetón y dan vueltas y sacuden el cuerpo con singular alegría y desparpajo. Cuauhtémoc Blanco se une a la celebración. El equipocompleto le hace “bolita” y bailan y brincan abrazados en esta noche disco. Desde un céntrico hotel regio, con puertas oxidadas, un elevador viejo que se atora a cada rato y un penetrante olor a humedad, yo tengo mi propia celebración con mis dos amigos americanistas. Unas cervezas, un litro de Torres X y una bolsa de hielo son lo suficiente para ponerse arrogante y presuntuoso, como lo demanda este equipo, y armar nuestro propio carnaval.Al día siguiente, en la Terminal A del Aeropuerto de Monterrey, hay un poco de caos. Los vuelos con destino a Cancún y Ciudad de México han partido, dejando a varios americanistas “varados”. Uno de ellos, con aire prepotente saca su American Express y le pide a una azafata que le venda un ticketpara el siguiente vuelo, lo más pronto posible. Otro americanista, con tufo a cerveza y ron barato, los ojos rojos por el comunal desvelo, ruega para que lo dejen abordar su vuelo a Cancún, el Airbus aún continúa aparcado y todavía no le retiran las escalinatas móviles. Una sonriente azafata le dice al desesperado americanista: “Lo siento mucho, no puedo reabrir el vuelo, sólo le resta comprar otro tickety de éste pedir su devolución”. En el Winer-Baras del aeropuerto hay una completa tertulia americanista. Señores y jóvenes beben Bohemia obscura y Tecate roja, son aficionados que provienen de Los Ángeles y de San Francisco. Un par más de Chicago. Hay por ahí, en las playlist de la barra algún cántico del Ritual del Kaoz –la barra más radical del club–, la cual suele decir: “Somos la que manda en dos países, la que nunca te abandona”. Hace siete años, el comentarista mexicano, André Marín y el exjugador y entrenador argentino, Daniel El RusoBrailovsky protagonizaron uno de los momentos más sublimes de la televisión y el futbol mexicanos. Marín –ya fallecido– y El Rusodebatían en ‘Fox Sports’: “¿Soberbios?, sí; ¿prepotentes?, sí, ¿arrogantes?, sí, ¿insoportables?, para algunos, ¿inmamables?, ¿presumidos?, puede ser, sí; ¡y sí!, ¡así somos!, ¿Qué se va a hacer?”. Qué se va hacer. GSC/ASG



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