Las mujeres francesas que, a lo largo de al menos un par de siglos, abrieron sus salones a los más diversos intelectuales, artistas, diletantes y excéntricos son heroínas de la sociabilidad literaria. En estos espacios de encuentro y entretenimiento se gestaron proyectos, se inventaron géneros y, sobre todo, se llevó la charla informal a su mayor nivel de rigor y belleza. Ya Benedetta Craveri, en su monumental La cultura de la conversación, hace un fresco deslumbrante de la época y de sus seductoras protagonistas. En el siglo XIX, el mayor crítico literario de ese tiempo, Charles Augustin Sainte-Beuve, supo justipreciar la aportación de esta constelación femenina y, en sus Retratos de mujeres (hay una selección en Acantilado) hace una fina evocación de varias de estas célebres tertulianas.Sainte-Beuve es una figura polémica que, por diversos azares, ha pasado a la posteridad con la reputación de crítico miope que infravaloró a los grandes talentos de su era. Más allá de lo superficial de esta apreciación, lo cierto es que sus retratos de mujeres muestran a un lector hondo y sensible capaz de valorar (en un ambiente misógino) el papel de las mujeres en la construcción de la civilidad y la cultura francesa moderna y como un estupendo prosista que, con tacto y penetración psicológica, esboza, con sus retratos, breves y vibrantes narraciones.Esta selección de perfiles comienza con Madame de Sévigné, una de las primeras salonniéres, quien con su correspondencia personal se volvió el paradigma de la literatura epistolar, y cierra con Madame Recamier, ya contemporánea de Sainte-Beuve, quien se atrevió a reorganizar el experimento del salón en el ya muy cambiado clima del París posrevolucionario. En medio pasan figuras como Madame de Longueville, la libérrima Ninon de Lenclos o la prolífica y cerebral Madame de Staël,A través de las historias de estas mujeres, Sainte-Beuve inserta lo doméstico en la historia y hace una épica de lo aparentemente banal. Como se refleja en estos retratos, la conversación en los salones pretendía aunar el culto a la inteligencia con el imperio de los buenos modales. Para ello, se hacía una convocatoria que privilegiaba el talento y el encanto personal por encima de la posición social y se buscaba hacer de la convivencia una obra de arte en tertulias donde cabían la improvisación ingeniosa y el chisme, pero también la práctica de la literatura, el patrocinio de las artes o la difusión de la ciencia y el pensamiento ilustrado.Por muchas décadas, y siempre encabezada por las mujeres, la vida de salón representó una cumbre del intercambio intelectual en Europa: estableció reglas de urbanidad en el diálogo y practicó la brillantez y la afabilidad. En esta época dorada, la conversación adquiere la mayor dignidad: no es un género paralelo a la literatura, al contrario, alcanzar la naturalidad e ingenio de la charla se vuelve un ideal literario y la mejor escritura debe sonar a una buena plática de sobremesa.AQ