Fue en una trattoria de la Piazza Navona, a principios de abril de 1974, cuando escuché por primera vez, pero no la última, a Gabriel García Márquez oponerse tajantemente a cualquier intento de convertir Cien años de soledad en una película. Gabo se encontraba en Roma oficiando de vicepresidente del Segundo Tribunal Russell convocado para denunciar violaciones a los derechos humanos en América Latina, por lo que la conversación de esa noche giró en torno a asuntos políticos.