Tras la oportuna y serena llamada de atención a la clase política que marcó su mensaje de Navidad, el Rey se ciñó en su discurso de la Pascua Militar a su papel como mando supremo de las Fuerzas Armadas, adoptando un tono estrictamente castrense. No faltaron en su alocución las palabras de recuerdo y reconocimiento a quienes a lo largo del año pasado perdieron la vida en acto de servicio, a los contingentes que participan en unas misiones internacionales que van del Líbano al flanco oriental de Europa, muro de contención frente a la amenaza rusa, y a los militares que desde hace más de dos meses intervienen en las tareas de limpieza y reconstrucción de las áreas azotadas por la riada del barranco del Poyo, tragedia que, como sucedió durante la pandemia, ha puesto de manifiesto la capacitación del Ejército para hacer frente a crisis que por magnitud y exigencias logísticas superan el radio de acción y el margen de maniobra de la administración civil. Lo recordó Don Felipe cuando afirmó que nuestras Fuerzas Armadas «siempre responden con una sola voz, firme y clara, a la llamada a defender nuestra seguridad, integridad y libertad». El nombramiento como vicepresidente de la Generalitat valenciana del teniente general retirado Francisco Gan Pampols, encargado de dirigir las tareas de rehabilitación de las zonas devastadas por la dana, revela el alto grado de preparación y conocimiento del estamento militar para combatir en un frente de guerra, el del desastre, que los dirigentes políticos han dado sobradas muestras de no saber controlar, ni siquiera prevenir, salvo para hacer cálculos partidistas. Si el trabajo desarrollado por los más de 20.000 efectivos desplegados en Valencia resulta irreprochable, no se puede afirmar lo mismo de quienes por su responsabilidad institucional tenían la obligación de alertarlos y movilizarlos. No debe de resultar fácil para un Gobierno cuya supervivencia depende de socios que comparten su aversión a las Fuerzas Armadas -por lo que estas representan o por la labor que tienen encomendada- asumir su deber al frente de nuestros Ejércitos, cuyos retos repasó el Rey en un discurso en el que evitó, sin embargo, detallar sus carencias, acrecentadas por la demanda que se deriva del «marco complejo e impredecible» al que se refirió en su alocución. Son nuestros aliados de la OTAN los que, mientras incrementan sus presupuestos y potenciales militares, ponen en evidencia la secular falta de compromiso de España con la defensa común de un espacio democrático cada vez más amenazado. Con la izquierda radical en el Gobierno y el separatismo como muleta parlamentaria, dotar a las Fuerzas Armadas de los medios necesarios para homologarlas con las de nuestro entorno es una quimera. Defender nuestra seguridad, integridad y libertad, como dijo Felipe VI, no forma precisamente parte, al contrario, de los objetivos políticos de quienes desde las Cortes condicionan la gestión y la inacción del Ejecutivo. Por su calado histórico y geopolítico, especial significado tuvieron las palabras del Rey en referencia a la América que recorrerá la Princesa de Asturias a bordo del Juan Sebastián de Elcano, un continente cuya huella española -dijo Don Felipe- «te enseñará mucho de lo que fuimos y también lo que somos», incontestable e impecable reivindicación de la obra civilizadora desarrollada por nuestra nación en tierras americanas. Frente al discurso de la 'descolonización', la manipulación de la historia y la negación de lo que fue auténtico progreso, el Rey no tuvo reparos en recordar a propios y extraños lo que fuimos y lo que somos, lección abreviada de memoria histórica y patriotismo.
