Ya no quedan sablistas en Madrid. Ya no hay pícaros en los cafés y en los tabernones que paseen a su hijo muerto para mover a la limosna, como ese Pedro Luis de Gálvez que rescató de las sombras Juan Manuel de Prada. La ciudad está como sosa, sorda, miope. En el fondo, el virus de la apatía, caldo gordo del sanchismo y de todos los ismos, se nota en este enero infernal y rosa. Mortal y azulado. Me decía aquí Curro Sevilla que la bohemia literaria había muerto, y quizá fuera verdad. Los escaparates dan una literatura intonsa y a doble espacio. Quiero decir con este preámbulo que hay niebla en el Canal, aunque salga el sol. Se nota...
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