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La educación sin ética no es verdadera educación

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Educar, que proviene del latín educare y significa “sacar fuera” o “guiar”, es un proceso de acompañamiento a una persona en el desarrollo de sus capacidades sociales, morales, intelectuales y emocionales. La educación es por y para las personas.

La despersonalización de la educación tiene serias consecuencias sociales. La familia, el entorno y los centros educativos son los ejes principales en la formación integral de la persona, y el acelerado menoscabo de la dignidad humana en cualquiera de esos pilares solo puede generar caos, muerte y una infelicidad generalizada.

¿Qué es educar? Claramente no es solo instruir o adoctrinar. Según Platón, educar era “ordenar el alma” mediante un proceso hacia la verdad y el conocimiento. Kant indicaba que educar es enseñar al ser humano a ser libre y usar su razón con autonomía.

Como vemos, desde la filosofía, la educación está profundamente ligada a la verdad y la libertad. Solo puede ser libre una persona que conozca la verdad.

Desde un punto de vista pedagógico, educar es preparar a las personas para vivir en sociedad, fomentando el diálogo y la reflexión crítica. En este sentido, autores como Paulo Freire y John Dewey hicieron grandes aportes al acto educativo formal en las escuelas, donde los conocimientos teóricos y prácticos deberían ser medios para formar mejores personas.

De ahí las diferencias y los enfoques de los sistemas educativos, ya que no a todos los gobernantes les interesa formar ciudadanos libres y con conocimientos amplios que les permitan acercarse a la verdad, sea lo que esta signifique para cada generación, grupo político o religioso.

Una persona educada, en el sentido amplio de la palabra, es alguien que, en pleno ejercicio de su libertad y basado en información confiable, toma buenas decisiones que le ayuden a vivir bien, con una profunda conciencia social y democrática.

La educación, entonces, debe estar estrechamente ligada a la ética, que proviene del griego ethos, y que significa “modo de ser” o “carácter”. Desde la filosofía, la ética estudia los valores y principios que dirigen el comportamiento humano, diferenciando lo bueno de lo malo.

Según Aristóteles, la ética busca la felicidad humana como equilibrio entre extremos; para otros autores, tiene que ver con un conjunto de normas que mantienen la cohesión social.

En la eterna búsqueda de la felicidad, los seres humanos se debaten entre decisiones éticas que los alejan o acercan a sus objetivos; desde el extremo maquiavélico, donde el fin justifica los medios, hasta el bondadoso desinteresado, que actúa sin intereses personales.

Lo bueno o lo malo resulta relativo para quienes ajustan su código ético según su conveniencia, un relativismo feroz que carcome a las sociedades, siempre basado en la búsqueda de la felicidad personal.

Una persona sin escrúpulos ejecutará cualquier acto necesario para alcanzar sus objetivos. Sin ética, la educación solo puede formar individuos competentes en conocimientos y técnicas, pero carentes de conciencia social o compromiso moral.

Los múltiples ejemplos de corrupción en altos mandos gubernamentales y empresariales muestran que los estudios formales no necesariamente forman mejores personas.

La educación sin ética no es educación. De ahí las críticas a los sistemas educativos basados únicamente en la memorización, las calificaciones y la obtención de títulos. La educación proporciona herramientas; la ética, un propósito de vida. Juntas, deberían formar ciudadanos amantes de su patria, respetuosos de las leyes y honorables.

La ética no es una asignatura más ni exclusiva de la filosofía; es un hilo común que debería atravesar todas las asignaturas, desde preescolar hasta los posgrados universitarios. Un sistema educativo basado en la ética debe ser exigente y disciplinado: tanto como no debe aprobar el año un estudiante con bajo desempeño, tampoco debería mantenerse en su puesto un docente mal formado o mediocre.

La ética en la educación es orden, respeto, buenos modales y corrección oportuna. Por ello, toda reforma educativa debe comenzar fortaleciendo los reglamentos de evaluación del aprendizaje y mejorando la formación, los nombramientos y la calificación de los docentes.

La educación sin calidad académica ni ética solo produce víctimas de sus propios deseos descontrolados, presas fáciles de discursos populistas y promesas de ganancias rápidas. La felicidad requiere el pleno dominio y libertad sobre nuestras facultades y acciones.

rmoragoni@hotmail.com

El autor es educador.




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