¿De qué zona provienen los trece cuentos reunidos en Las manos dormidas (Producciones Sin Sentido Común) del escritor y guionista de cine, radio y televisión Jorge A. Estrada? No de los escenarios que nos abruman o fastidian cada mañana —desaparecidos, balaceras, cierres carreteros, ruido internáutico, la apología del buen gobierno— sino del extrañamiento que produce la fractura de la realidad que creemos suficiente, al menos cuando solo tenemos ojos para los hechos y las cosas en su estado más llano: una disposición para introducir lo descolocado y fuera de lugar en la más gris cotidianeidad. Estrada procede en términos literarios; es decir, guiado por la estrella que anuncia una desconocida inquietud.¿O acaso no resulta inquietante el revés de la pareja protagonista de “Las manos dormidas”, que, durante una velada en la casa de campo de unos desconocidos, pierde de vista a su pequeño hijo —un hijo no deseado— y, tras prepararse para el peor de los mundos posibles, ve cómo reaparece, acompañado ahora por dos “hermanos” suyos, calcas de él mismo? ¿O no lo es el encuentro en sueños con la amante de su exmarido, ya muerto, de la esposa que se marchita y luego renace para hacer la paz con esa “perra”, en sueños, en “La bufanda roja”? ¿Y qué de la buscadora de actrices de más de dos metros de altura que termina convertida en una creatura minúscula en “Buscando a Olga”?Cada irrupción de esa fisura, o quiebre o sustrato, viene precedida de una aparente monotonía. Jorge A. Estrada comienza pintando un cuadro en el que sus figuras se mueven siguiendo una rutina —la convivencia marital, la jornada laboral, unas vacaciones…— y, sin encender las alarmas, nos vuelve testigos de una perturbadora distorsión. ¿Lo fantástico abriéndose paso entre las convenciones del tiempo y el espacio? Diría, mejor, que la realidad exacerbada al punto de que se vuelve irreconocible.Esas atmósferas sin respiro no serían posibles sin la complicidad de la escritura. Jorge A. Estrada tiene el don de la precisión, de la simplicidad como atributo, lejos, muy lejos, de los fuegos artificiales que algunos llaman “poéticos”. Es práctico. Busca sacudir al lector mediante un uso limitado de recursos que sabe potenciar hasta convertirlos en puertas de entrada hacia el horror, el desconcierto, la sensación de saberte un intruso donde quiera que estés.AQ