Otra vez te veo venir para tomarme entre tus brazos. Sonríes. Cuánto te quiero. Es largo tu cabello y se mece como si hubiera viento. No lo hay. Se alza tu vestido. Me gusta, lo sabes. Luce flores amarillas y azules. Madre, qué contenta estoy de mirarte. Quiero decirte algo, pero al abrir la boca se me llena de humo. Aspiro ese aire cargado que me ahoga. No puedo decir palabra. Alrededor las cosas giran, como mecidas también por el viento. Es de noche. La luna se tambalea detrás de la ventana. Parece sumergida en agua. Se duplica y se mueve como queriendo huir. ¿A dónde vas, luna? Quédate. Madre, avanzas lentamente. Parece que volaras. Quizá lo haces. Alargas tus pasos durante el tiempo en que miro un sol brillar entre las cortinas, frente a la oscuridad. Qué despacio te acercas. Tus manos se van despellejando. Desgajadas, las tiras de piel giran cerca del techo. Plumas de pájaro parecen. Hermoso es su movimiento. Estoy en la cama y quisiera levantarme para ir contigo, pero el piso cruje. Me estremece el ruido. No puedo gritar. El humo semeja tierra que se atascara en mi paladar. Vienes hacia mí y me tranquilizo. Decido no moverme. Escucho el caer de los objetos en mi habitación. En la repisa, mis muñecas se deforman, se escurren como barras de chocolate. Sus cabellos cortados se crispan y sus caras pintadas se retuercen. Cae la mesita de palo con mis libros. Las hojas de mi cuaderno cuadriculado se desprenden y flotan. Mi tarea iba ahí. Había quedado tan bien. Acércate, mamá, verás mis ejercicios de matemáticas; te pondrás muy contenta. Ven, te contaré lo que vi cuando saliste de la casa para dar tus clases. Tardas tanto en llegar a donde estoy, pero falta poco. Casi no puedo respirar. El resplandor de ese sol nocturno se acerca. Quiero seguir mirándote. Cierro los ojos que me arden y duelen. Tus manos, casi puros huesos, me tocan. Inclinándote, pones algo frío en mi cara, algo mojado. Qué frescor y alivio. Me alzas. Me acercas a tu pecho. Soy feliz. Ráfagas de un calor insoportable nos rozan, pero me siento segura escuchando tu palpitar. Conmigo en brazos quieres volar de nuevo. Qué despacio atravesamos el pasillo, la estancia, tu recámara. Das un paso y una onda de lumbre nos envuelve, das otro paso y ese aire quisiera tirarnos. Avanzas y sé que lograremos escapar. Escucho al niño miedoso reírse de mí. No lo veo. Nunca han podido verlo mis ojos chamuscados. Lo sentaron a mi lado durante muchos días. Yo le daba mi mano cuando se ponía triste. Se supone que nos hicimos amigos. No importa. Que se burle. Estás a punto de llegar conmigo a la entrada de la casa. Algunas gotas de agua caen sobre mis piernas. Queman. Estamos fuera. Más agua, la quemazón hace chasquidos. El vapor sale de nuestros cuerpos como nuestras almas. Tu corazón y mi corazón, privados de aire, pronto estallarán. Hace siglos que no respiramos. Caes de bruces, conmigo, en el pasto. Nos envuelven rápidamente en telas, muchas telas. Siento tu cuerpo abrazado al mío, no me sueltas. Ardes. Cuánto te quiero. Quisiera que siguieras así, abrazándome, hirviendo las dos bajo las mantas. No sé cuánto tiempo pasa. Se escucha ruido de gente fuera de nosotras, que estamos juntas, tranquilas ya. En algún momento creo que estoy muerta. Me doy cuenta que puedo moverme y me tranquilizo. Ahora que una bocanada de aire danza en mis pulmones, quisiera dormir un poco, aquí, en tu regazo. Mamá, qué bueno que llegaste por mí. Hice toda la tarea ¡y sin tu ayuda! No vi la televisión, como me lo pediste. Tampoco fui a la calle. Te esperé haciendo un dibujo. Retraté a una señora que salió de la casa de al lado. Llevaba un vestido morado, precioso, y un peinado bonito, de salón. Sus zapatos negros, de tacón, me encantaron. Sé que en la casa de al lado hay gente que no te gusta y por eso no me dejas salir a jugar cuando te vas. Esta señora no se parece a los que viven en la casa de al lado. Se recargó en el framboyán un rato, se limpió el vestido y arremangó las mangas. Pude ver bien su figura. Quiero regalarte ese dibujo. Que te mandes hacer un vestido igual. Que lo estrenes y vayamos al zócalo. Quiero pasear contigo, mamá, pero me duele el cuerpo. ¿Sigo entre tus brazos? Alguien me retira de ti. Gritaré. No tengo fuerzas y el sueño gana. ***¡A levantarse, a levantarse! El gallo insiste y las campanadas de una iglesia alargan las voces que revolotean cerca de mí. Es tan negro el día como la noche. Arriba, ¡ya! Tomo a tientas el suéter para cubrirme del frío. Toco mi cara cubierta por una tela áspera. Solo mis párpados cosidos están libres y los repaso suavemente con los dedos. Cada día hago lo mismo, para ver si es verdad. También mi cuerpo sigue envuelto. ¡Anda, cieguita, se hace tarde! Me apuran esas lenguas chillonas que voy reconociendo. Son las mismas de cada instante. El olor de mi menstruación sube al retirar la sábana, me avergüenza y digo que no. No iré. Con cólico me quedaré en la cama. Diles que debo dormir, mamá. Que solo a ti puedo ver y hablar. Que solo contigo el mundo existe. Diles. Desean llevarme a ese lugar donde espera el niño que tiene miedo. Entro y salgo de ese sitio una y otra vez. Ahí huele a polvo, a gente sudada, a enojo. Preguntas, preguntas, más preguntas. Dejé de ser niña porque me envejecieron las preguntas. Lo noté cuando la oscuridad se hizo permanente. Todo mundo se olvidó de los años que cumplí y solo se preocuparon de mantener mi boca abierta. Tú vienes y dices que soy tu niñita. Te creo y lo recuerdo. Hice ese dibujo para ti, no para ellos. Los últimos colores de mi vida son tuyos. El niño miedoso tiene las manos blandas y frías. A veces deja que se las tome y a veces no: cuando me deja hacerlo imagino que son el pajarito que un día de lluvia cayó y devolvimos a su nido la mañana siguiente. Hace años que no lo sientan a mi lado; tal vez lo curaron de susto. Éramos amigos. Se lamentaba como un perro con hambre en mis oídos y jugábamos a morirnos. Ninguno de los dos sabía ni quería hablar, pero nos obligaron. Tal vez nunca se curó: ¡voy a darte un beso, te lo daré, aunque casi no tengas boca! ¡Abriré tus párpados con navajas para que aparezcan tus ojos! ***Voy y vengo por este túnel. Dentro de él me olvidé de lo que vi para contarte. Me llevan de aquí para allá. Ya no quiero contarte nada. Quiero quedarme callada para siempre. Eso les digo: déjenme en paz. Que no amanezca otro día de nada. Que este tropezar con demonios se acabe. Solo tú vuelve, mamá. Cuánto te quiero.AQ