Los entresijos de la venta de la Casa Gomis, la joya del racionalismo catalán: "Es un consuelo que vaya a ser pública"
La familia Gomis Bertrand se ha desprendido de la propiedad a cambio de 7,2 millones de euros y tras siete decadas en las que convirtieron la casa en un refugio para el arte y la música
El Ministerio de Cultura adquiere la Casa Gomis por 7,2 millones para crear un centro de diálogo entre arte y naturaleza
En toda disciplina artística el emplazamiento de la obra puede ser tan importante como la obra en sí, pero eso es especialmente cierto en arquitectura. No habría pirámides sin el Nilo, ni Notre Dame sin isla de la Cité, ni Casa de la Cascada sin cascada. La Casa Gomis es uno de los mejores ejemplos de la arquitectura racionalista mediterránea, pero también es un símbolo del contexto donde se encuentra: La Ricarda, un espacio natural amenazado en la costa sur barcelonesa.
El Ministerio de Cultura acaba de formalizar la compraventa por 7,2 millones de euros de la casa y la finca que contienen este delicado edificio, diseñado por el arquitecto Antoni Bonet Castellana en estrecha colaboración con el matrimonio propietario, formado por Ricardo Gomis e Inés Bertrand. Se trata de una adquisición que tiene varios motivos, aunque el principal de todos es la conservación de un patrimonio que a la familia le costaba mantener.
Pero no es casual que el equipo del ministro Ernest Urtasun, de los Comuns-Sumar, se haya decidido por la compra de un paraje que, en los últimos años, también se había convertido en un símbolo contra la ampliación del Aeropuerto de El Prat.
Los planes del Ministerio de Transportes pasaban por alargar la tercera pista del aeródromo, lo que hubiera supuesto construir sobre los terrenos protegidos y, probablemente, modificar el entorno de la casa, calificada en 2021 como Bien Cultural de Interés Nacional por la Generalitat. Por eso la adquisición por parte del Ministerio, aunque no cambia en la situación en la práctica, sí envía un mensaje a favor de la conservación del paraje.
Cultura además ha ejecutado la operación en tiempo récord, utilizando un remanente del presupuesto de 2024. Una compraventa que, sin embargo, ha resultado exitosa por la predisposición de la familia Gomis Bertrand, ahora compuesta por seis herederos.
“Siempre hemos entendido que teníamos un patrimonio icónico. Pero la gente desconoce que tener un bien de interés cultural implica una serie de obligaciones, para lo que hace falta disponer de capacidad económica”, explica Inés Gomis, una de las herederas. Durante los años que vivieron los padres, hasta 1993, la familia siempre consideró que podría costear el mantenimiento con la propia explotación del inmueble, que se utilizaba para eventos culturales y actividades sociales.
Pero eso comenzó a cambiar alrededor de las Olimpiadas del 92, cuando el tráfico aéreo se intensificó y Aena comenzó a mostrar interés en la compra de terrenos en la zona. La compañía que gestiona el aeropuerto propuso un plan de insonorización al que estaba obligada, pero eso suponía modificar la estructura de la casa, algo prohibido.
“Hemos pasado las últimas décadas buscando soluciones y hemos tratado el problema con todas las administraciones, desde Aena a la Generalitat. Hemos estado 20 años en precario y, tras todo este tiempo, surgió la posibilidad que el Ministerio de Cultura lo comprase. Tuvimos que decidir la venta en unas semanas, desde septiembre cuando comienza a fraguarse hasta el 30 de diciembre, cuando la cerramos”, explica Gomis.
El empeño público y el duelo de la familia
“Siempre hay un duelo cuando te desprendes de patrimonio artístico, pero que vaya a ser público es un consuelo, porque siempre tendrás oportunidad de volver a verlo”, explica Inés Gomis. En su caso, el duelo por la pérdida de la casa había ido madurando a lo largo de los últimos 20 años. Pero para otros miembros de su propia familia, la cosa será diferente. “Cada uno lo vive de una manera”, resume.
Los Gomis Bertrand se despidieron el pasado 26 de diciembre de la que siempre fue su casa. Lo hicieron en una reunión a la que asistieron una cincuentena de descendientes de aquel matrimonio melómano de la alta burguesía que apostó por un arquitecto moderno para su casita de la playa. “Será la última vez que celebremos la Navidad en la casa, como lo hemos hecho siempre desde que se inauguró”, explica la hermana.
Pese al valor sentimental, la familia ha quedado convencida y satisfecha con la venta. Pero el impulsor real de esta adquisición pública de patrimonio es Jordi Martí, actual secretario de Estado de Cultura y hombre que lleva literalmente dos décadas detrás de la casa.
“La obra de Bonet Castellana es el mejor exponente del racionalismo catalán y del GATCPAC, es de lo mejor que tenemos por aquí, pero no se ha valorado suficiente porque hemos priorizado otros estilos”, explica Martí. Según indica, ya como responsable de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona, a principios de los años 2000 él mismo se había puesto en contacto con la familia Gomis, para saber cómo veían una posible venta, pese a que el inmueble está situado en otra localidad, El Prat.
Para Martí, el objetivo más importante era garantizar su conservación y facilitar que pueda ser visitado. “Barcelona es una ciudad encajada entre dos rios, el Besòs y el Llobregat. Y en ambas puntas tenemos dos exponentes arquitectónicos del nervio de nuestra historia: la casa de disfrute de la burguesía ilustrada, la casa Gomis, y en el extremo opuesto, la fábrica de las Tres Xemenèies, que representa la Barcelona obrera. Es importante que ninguna de las dos se pierdan”, resume Martí.
Una joya del racionalismo catalán
Los terrenos sobre los que está construida la Casa Gomis pertenecieron inicialmente a Manuel Bertrand, abuelo de los actuales dueños por parte de madre. La finca, concebida como un coto de caza, fue repartida para sus hijos según estos se iban casando. Según explican sus hijas, a Ricardo e Inés les dieron la parcela más alejada por ser la pareja “peculiar” de la familia.
En los primeros años 50, el cosmopolita matrimonio comenzaría a proyectar la que querían que fuese su casa de recreo, en un entorno natural privilegiado y a diez minutos en línea recta de la playa de El Prat. Ricardo entabla relación con Bonet Castellana, un discípulo de Le Corbusier y que había formado parte del influyente GATCPAC, descrito por algunos como una 'Bauhaus' catalana.
El único problema es que Bonet Castellana estaba exiliado en Argentina, así que debía ejecutar los planos desde allá para que un constructor los hiciera en El Prat. La correspondencia vuela entre Barcelona y Buenos Aires, incluso se redacta un primer proyecto de dos pisos que acaba descartándose para hacer una edificación mucho más integrada en el paisaje.
Finalmente en 1953 Bonet Castellena envía su propuesta, que enamora al matrimonio Gomis Betrand. Se trataba de un edificio formado por módulos idénticos de 8,8 metros en cada lado. Cada uno de esos cuadrados tienen una cúpula hecha siguiendo la técnica de la bóveda catalana y que además es independiente del cerramiento interior.
A partir de estos módulos, 11 en total aunque dos de ellos están abiertos al exterior, se dispone una vivienda completa, con estancias separadas para el matrimonio y los hijos, con amplias zonas comunes como un enorme salón, un comedor con una cocina completa y espacios de paso.
La integración de la casa en la exuberante naturaleza del emplazamiento se consigue mediante la adaptación recíproca. Los módulos quedan dentro de un claro del bosque, pero a la vez dejan entrar la naturaleza gracias a su semiapertura, que en algunas zonas llega a convertirse en espacios interiores en los que surge vegetación.
Si algo llama la atención del diseño es que cada rincón de la casa está pensado para el descanso y el disfrute artístico, con una sonoridad que revela el enorme interés que tenía el matrimonio por la música. Casi siete décadas después, en la casa aún se encuentran los muebles originales, algunos diseñados por el propio Bonet Castellana, como la silla 'butterfly', pero también electrodomésticos primigenios y un avanzado sistema de control eléctrico sobre todos los aparatos.
Un refugio cultural en lo peor del franquismo
La ya citada sonoridad de todos los espacios de la casa, gracias a la bóveda catalana, fue una de las peticiones del matrimonio a Bonet Castellana. Como aficionado a la música, Ricardo Gomis disponía de un avanzado aparato de grabación que quería utilizar en su residencia de recreo, así como un piano que estaba siempre dispuesto tanto para la familia como para los visitantes.
Esas condiciones, sumado a lo apartado de la finca, fueron convirtiendo con el tiempo la Casa Gomis en un hervidero artístico dentro del páramo cultural del Franquismo de los años 50 y 60. “Recuerdo grandes conciertos que se celebraron en aquellos años, como el de Jean-Pierre Rampal, que organizamos los hijos con ayuda de mi padre”, explica Inés Gomis.
El propio Ricardo había encargado al compositor Robert Gerhard una obra por la inauguración de la casa de La Ricarda, que acabó llamandose Concert for 8 (por los miembros de la familia Gomis Bertrand).
Pero otras veces los conciertos eran mucho más improvisados. “Un día vino Tete Montoliu con unos primos míos. Iba con su trío, pero venían a cenar. Estábamos unos cuantos, pero ni mucho menos los que hubiéramos estado para recibir a Tete Montoliu, que acabó tocando el piano”, recuerda la hermana Gomis.
Otra de las anécdotas que la familia suele recordar es cuando Montserrat Caballé, intervenida tras el parto de su hija, sufrió miedo escénico al creer que había perdido facultades. El padre Gomis la invitó entonces a su casa para grabarla con su equipo y la soprano, tras escucharse, tuvo que reconocer que su capacidad vocal seguía intacta.
Los herederos del matrimonio donaron tras la muerte de Ricardo una enorme colección de discos a la Biblioteca de Catalunya, pero también una joya aún más rara: 108 bobinas sonoras con conciertos o recitales de poesía registrados bajo las cúpulas diseñadas por Bonet Castellana.